Brice Lalonde fue el invitado de GéoPragma el martes 15 de junio de 2021. El encuentro incluyó una presentación de la situación geopolítica en materia climática, en un momento en que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha emitido una nueva alerta por la aceleración negativa del cambio climático. Activista ambiental y ex ministro de Medio Ambiente de Francia (1988-1992), Brice Lalonde fue también coordinador ejecutivo de la Conferencia de desarrollo sostenible (Río + 20). En tal sentido, este intercambio corresponde a un momento particular en el recorrido de la plataforma Dunia que nació hace diez años a raíz de la quinta Cumbre de la Tierra celebrada en Brasil, en 2012.
El ex coordinador de Río + 20 no olvida recordar que esta conferencia fue un éxito diplomático. Por un lado, se pudo celebrar un acuerdo multilateral en relación con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en línea con la metodología por objetivos introducida por Kofi Annan a partir de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Por otro lado, se obtuvo cierto grado de equivalencia entre las temáticas en un ámbito interestatal poblado por posiciones tan compartimentadas como los intereses nacionales. Los Acuerdos de París de 2015 fueron una continuación de este proceso. Lejos de constituir un giro “westfaliano” para la regulación del clima, Río + 20 y los Acuerdos de París probablemente sintetizaron el mejor consenso posible en un período de erosión multilateral y nueva competencia estratégica.
En esta dirección, las observaciones de Brice Lalonde, un ecologista “amplio” por haberse sometido a la prueba de los hechos y el realismo, resultan útiles porque el ángulo geopolítico, muchas veces infravalorado o en ocasiones despojado de sensibilidades ecológicas, proporciona un marco propicio para liberarse de los sesgos ideológicos y comprender las relaciones de poder. Así, el resurgimiento pos-COVID-19 que estamos presenciando acelera la integración del imperativo climático en la regulación de la economía mundial. La cumbre climática realizada por Washington en abril de 2021 ha confirmado esta tendencia. La cuestión climática se reinvierte tras la retirada de Donald Trump. Los activistas climáticos forman parte de la nueva administración estadounidense. Los directores de Exxon Mobile toman medidas para descarbonizar sus actividades. La Agencia Internacional de la Energía, tradicionalmente a favor de los combustibles fósiles, ha iniciado una agenda de cero emisiones de carbono, con acciones en ambos niveles, el de la reducción de las emisiones y el del consumo energético. Como también lo señala Pierre Charbonnier, la pandemia ha estimulado un retorno de la productividad de una manera más modernista y neoproductivista que posproductivista o ambientalista. La interiorización de las fronteras planetarias por parte de los actores más poderosos de la comunidad internacional conforma así una reinvención de la productividad, un nuevo pacto entre el trabajo y los mercados y cooperación técnica para supuestamente garantizar la seguridad global.
Este panorama de Brice Lalonde contiene un pantallazo de las principales líneas del cambio climático, en particular los cambios físicos, las migraciones humanas, la energía, los recursos, así como la agenda de la transición, todo ello marcado por hechos y rupturas geopolíticas.
El clima y el cambio de la superficie del planeta
El ex ministro entra en materia con la física tangible del cambio climático: el aumento de las temperaturas medias, unido a un derretimiento del orden de las 10 000 toneladas de hielo por segundo y una subida del nivel del mar de 3 mm al año. Esta tendencia ha provocado una conmoción en el Ártico con la modificación de las relaciones entre Rusia, Canadá y Estados Unidos. Rusia, históricamente protegida por el hielo, ha incurrido en gastos considerables para la creación de puertos en su costa ártica y la movilización de nuevos recursos marítimos (submarinos y rompehielos). Este nuevo paso en el norte competirá gradualmente con el Canal de Suez, ya que reducirá a la mitad las distancias marítimas entre Europa y Asia.
Luego evoca la modificación del ciclo del agua que, a nivel mundial, experimenta una disminución de la cantidad de nieve y de los glaciares y, a la inversa, un aumento de las precipitaciones en invierno. Su corolario es la mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos que afectan la situación de los principales países agrícolas, en particular Estados Unidos, Canadá, Rusia, Ucrania, Argentina, Brasil y Kazajistán. Lalonde recuerda que, en 2010 en particular, los incendios de turba en Rusia y Ucrania destruyeron un tercio de los cultivos, provocando la suspensión de las exportaciones y un desquicio con los precios de los alimentos. También recordaremos el aumento de los precios de los alimentos en 2006 que provocó protestas en los países árabes y africanos.
En este campo, China está tomando el control de los grandes ríos de Asia ocupando la meseta tibetana, por lo que las poblaciones de las orillas del Mekong a veces se encuentran en una situación delicada. Se puede observar una situación similar con Turquía que construye represas aguas arriba del Tigris y el Éufrates, lo cual pone a Irak y a Siria en una situación incómoda. En general, el acceso al agua se ha convertido en un tema político delicado. Si bien el derecho internacional ofrece acuerdos para compartir las aguas superficiales, actualmente no existen acuerdos para compartir las aguas subterráneas. De hecho, existen conflictos, por ejemplo, entre Etiopía y Egipto por el Nilo, o entre Jordania e Israel.
Las migraciones ya son una de las consecuencias geopolíticas más espectaculares. Actualmente, 300 millones de personas viven en las costas bajas de Asia y África y corren el riesgo de quedar sumergidas en el mar. En 2020, un millón de personas se vieron desplazadas por la fuerza, principalmente en China, India, Bangladesh y Filipinas. Algunas proyecciones predicen una masa de 143 millones de migrantes climáticos para 2030.
Por el lado de la energía, eje vertebrador del cambio climático, la inercia es la regla. El ex ministro recuerda que el carbón, el petróleo y el gas natural siguen representando el 80 % del consumo energético mundial, es decir, la misma proporción que hace diez años. Solo el consumo de carbón ha caído muy levemente, con China a la cabeza, que representa la mitad de este consumo y que sigue construyendo centrales eléctricas, al capricho de anuncios contradictorios (Pekín anunció oficialmente un pico de emisiones de CO2 en 2030 y la neutralidad de carbono en 2060). Europa ha reducido su consumo de carbón en términos relativos, con la renuencia de Alemania y los países del Este que prefieren recurrir a Rusia para pasar del carbón a la energía nuclear.
En términos de los acuerdos geopolíticos, el factor central es la autonomía energética de Estados Unidos frente a Arabia Saudita y los países del Golfo. Esto permite a Estados Unidos aligerar su peso sobre el Medio Oriente y volverse hacia la región del Indo-Pacífico. El rival chino, actualmente el mayor consumidor de energía del mundo, ha comenzado a abastecerse de Irán e invierte sus activos petroleros en varios países. En tanto, el gas se está convirtiendo en un mercado global por su distribución geográfica y su envasado en forma de gas licuado (GNL). Estados Unidos, Qatar, Rusia, Australia y Argelia se encuentran entre los principales países productores, de ahí la tensión actual para abastecer a Alemania con el gasoducto Nord Stream 2. Lo mismo ocurre con la energía nuclear, erróneamente excluida de las soluciones de descarbonización, cuyo mercado para los países en desarrollo es impulsado por Rusia, Corea del Sur, China e India.
Además, se recuerda que en Europa, el 40 % del gas y el 30 % del petróleo proceden de Rusia, lo que la convierte en un socio energético central de Bruselas. ¿Cómo explicar entonces la adversidad de «espantapájaros» de los europeos frente a Moscú? Lalonde también señala la influencia de Alemania en las ambiguas elecciones europeas, que parecen girar más en torno a lo antinuclear que a la lucha contra el cambio climático. Cabe señalar que Christian Harbulot es uno de los pocos en Francia que describe la influencia estadounidense y la ofensiva alemana en esta área, a través de la manipulación de las mentes, que oculta la defensa de los intereses del poder detrás de una moralización ficticia de la transición ecológica. De hecho, no es casualidad que la energía nuclear en Francia se haya visto envuelta en un debate confuso y contradictorio. A pesar de su mayor profundidad estratégica y su mejor eficiencia de carbono/energía (un informe del Centro Común de Investigación de la Comisión Europea ha demostrado su viabilidad como energía verde), la energía nuclear sigue bajo el fuego de marcos ideológicos construidos en otras épocas y de opiniones reticentes.
Otra cuestión a seguir en este panorama general es la de la ciberseguridad y la vulnerabilidad de los sistemas de control industrial, con la reciente parálisis del oleoducto estadounidense (Colonial Pipeline) que ha puesto esta cuestión en el plano estratégico con mayor claridad.
La agenda de la transición
¿Qué ocurre con las acciones para luchar contra el cambio climático? Para Brice Lalonde, más allá de la multiplicación de los esfuerzos locales y nacionales para dar respuesta al desafío planteado, el rumbo tomado globalmente conduce inexorablemente a un agravamiento de la degradación climática y a una procesión de desestabilizaciones (inseguridad alimentaria, económica y energética), lo que vuelve a poner los problemas de seguridad en primer plano. Él subraya las contradicciones que operan en todos los campos, incluido el de las transiciones en las que no existen soluciones simples y lineales. Una postura pragmática le parece prioritaria, en particular la de priorizar la reducción de las emisiones antes que la reducción del consumo energético. Esta jerarquización se justifica por el hecho de que reducir el consumo de energía es un engaño si admitimos que con la limitación o incluso la próxima prohibición de las emisiones de gases de efecto invernadero, la necesidad de capturar CO2 y descarbonizar la economía es lo que, en la práctica, generará un aumento de la demanda de energía limpia.
Por lo tanto, la electrificación de las fuentes de energía se convierte en una prioridad política para descarbonizar. Las redes eléctricas, que permiten integrar fuentes de energía libres de carbono o energías renovables, funcionan en estrecha colaboración con las tecnologías informáticas en la gestión conjunta de las redes. Este aspecto lleva agua al molino de la dimensión estratégica de la industria de los semiconductores y el ciberespacio.
En esta transición difusa, se advierte un rápido crecimiento del mercado de las energías renovables, siendo la solar la más barata actualmente, pero fuera del alcance de las necesidades por el momento. Las baterías y los conductores como el cobre se están convirtiendo en recursos estratégicos, para una movilidad donde el 30 % del valor agregado de los vehículos ya no se encuentra en el motor térmico sino en la batería voltaica. Se trata ni más ni menos que de un cambio tecnológico que pondrá a los fabricantes coreanos, japoneses y chinos en la primera línea (China es el mayor productor de cobre refinado). Ante esta perspectiva, los suministros de manganeso, litio, níquel y grafito, así como las plantas de refinación que serán los puntos focales del esfuerzo extractivo, adquirirán una profundidad estratégica aún mayor, al igual que los recursos que permitirán la elaboración de combustible sintético limpio (los procesos de captura de CO2).
Finalmente, el ex diplomático concluye su intervención sobre el escenario multilateral planteando la cuestión de las nuevas formas de cooperación necesarias para las transiciones y los conflictos que surgirán o se intensificarán. Las políticas de transición o adaptación son obviamente costosas. Los procesos de desalinización o protección marina, por ejemplo, son mecanismos reservados financieramente a los países ricos y que implican formas de cooperación con los países menos desarrollados. Sabemos que las negociaciones multilaterales que involucran a casi doscientos Estados son largas y tediosas. Se necesitaron veinte años para establecer el Acuerdo de París, cuando la fórmula de negociación por grupos representativos pareció de alguna manera más viable.
Brice Lalonde añade una nota final de optimismo: si bien la escala transnacional es claramente el eslabón débil del momento ya que nos obliga a no bajar los brazos ante todas las cuestiones planteadas, es probable que las iniciativas de transición, una vez en marcha, creen sinergias con efectos potencialmente rápidos y resilientes.