Reflexión transversal acerca de los aprendizajes dejados por varios encuentros/procesos llevados adelante por la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales – Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
Un fértil saldo conceptual susceptible de nutrir la acción de los actores agropecuarios ha sido cosechado en tres encuentros impulsados desde la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales (UNLP – Argentina) desde el año 2015. Estos encuentros, a saber el Congreso Latinoamericano de Agroecología (octubre 2015), el Reencuentro Periurbano (mayo 2018), el Seminario internacional de Ganadería familiar y Desarrollo rural– Bioma Pampa (marzo 2019), fueron objeto de un trabajo de sistematización y análisis, complementado por aportes conceptuales diversos. La crisis política que atraviesa el Cono Sur ha estimulado de algún modo estos acercamientos al mismo tiempo que agudizó directamente las contradicciones de los modelos vigentes.
Estos procesos tienen en común de haber reunidos actores involucrados en la disputa de modelos contrahegemónicos e innovadores, tratando de reintegrar las dimensiones socioculturales, ambientales y económicas en las prácticas agropecuarias. Si bien cada una de estas dinámicas posee características particulares, sus conclusiones hacen emerger perspectivas que convocan a actualizar las percepciones y elevar la mirada. Cabe resaltar que no se trata de un mínimo denominador “forzando” circunstancialmente la creación de puentes entre campos temáticos muchas veces delimitados (agroecología, agricultura periurbana, ganadería y agricultura familiar, desarrollo rural…etc). Se trata más bien de un núcleo transversal de lineamientos que trasciende las fronteras preestablecidas y que vertebra desde una nueva perspectiva los modos de pensar y accionar.
En el centro de estos lineamientos radica la idea de que cada área temática – o más bien la impronta que se promueve desde la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales (UNLP) y otros actores afines dentro de estas áreas – es la vertiente de un mismo horizonte estratégico: responder a un divorcio profundo y creciente entre territorios, ecosistemas y sistemas agroalimentarios, cuyos equilibrios han sido quebrado por los modos clásicos de producir y organizar la sociedad. De una matriz dominante caracterizada por una lógica productivista, vertical y estanca, se trata de transitar hacia una lógica reterritorializada, horizontal y multifuncional, generando nuevos esquemas socioproductivos, equilibrios ecosistémicos y creación de ciudadanía. Los sistemas agroalimentarios tienden a ser resignificados como un bien colectivo capaz de hacer el nexo entre economía territorial, ecosistemas y ciudadanía, por encima de los intereses corporativos. Tal horizonte abre un panorama extraordinariamente amplio. Pero por más que desborde la capacidad de acción de muchos actores agropecuarios, los debates han mostrado que es necesario situarse frente a estos retos y aggiornar su contribución.
Las contribuciones o los nuevos “paradigmas” que se ensayan de cara a este divorcio se desarrollan en un continuum que empieza desde la ética, la cultura y las concepciones. Se extiende hasta las formas de gobernanza, de organización, las metodologías de trabajo y las tecnologías. Es decir que no hay respuestas segmentadas a una realidad que pivotea como un bloque integrado sobre las formas de sentir, pensar y actuar. Todas estas dimensiones estando en juego, el arte de profundizar alternativas consiste en buscar un accionar sistémico y establecer cohesión entre ellas, teniendo en claro que las resistencias atraviesan todos los campos de acción.
Si bien cada proceso de debate es irreducible a otro en término de abordaje y profundidad de aportes, tres horizontes estratégicos se pueden destacar de ellos.
1. Un nuevo referencial de concepciones y modos de elaboración del saber. Un déficit de comprensión se encuentra en la raíz de las contradicciones crecientes en el ámbito agropecuario. Este déficit oculta e impide el abordaje integral de los espacios (resaltado en los periurbanos), reduce la aprehensión de las interdependencias entre cada subsistema, produce irresponsabilidad en los patrones productivos, jerarquiza el saber según criterios inadecuados. En vez de aplicar una racionalidad fragmentadora, instrumental y antropocentrista, se trata de transitar hacia una racionalidad relacionante, compleja y biocéntrica. El sentido de las prácticas agroalimentarias relativiza el productivismo para abarcar otras finalidades más inclusivas e interconectadas. Las dimensiones sensible-estética y ecológica aparecen en los debates sobre la agroecología. Pero se expresa con diversas intensidades en todos los procesos. Se trata inclusive de descentralizar el pensamiento en el medio, reconociendo las dinámicas, los sujetos y los saberes contextualizados en su entorno. Todos estos elementos abonan a una suerte de movimiento cultural – todavía subterráneo – de resignificación de los sistemas agrarios.
Reterritorialización, arraigo, complejidad, integración, pluri-legitimidad de los saberes, centralidad de los procesos de aprendizajes son las palabras claves de este eje. Implican varias rupturas epistemológicas. El iluminismo académico o el transferencismo se substituyen por un constructivismo social y una modalidad más flexible y circular de producción de saberes. En lugar de soluciones preestablecidas y de una conformidad científica a determinadas “recetas” o dogmas, se busca una pertinencia de los conocimientos, es decir los enfoques metodológicos más adaptados a tal o cual contexto. Se apela a una mayor ida y vuelta entre práctica y teoría, la sistematización de las experiencias siendo centrales en esta relación. El razonamiento apela a ser más dinámico entre lo micro y lo macro, cuestionando en permanencia la relación entre finalidades planteadas y medios movilizados en la acción. Los territorios tienden a modelizarse mediante sistemas de relaciones, al igual que los actores que tienden a organizarse en redes. De forma general, el saber se vuelve un insumo fundamental para sostener procesos agroproductivos más complejos, evolutivos y colaborativos. Todo esto implica también que no haya un solo piloto centralizado en las transformaciones agroproductivas. Ni el Estado, ni la universidad, ni los actores locales detienen las llaves únicas del conocimiento necesario para impulsar los modelos que describimos. Un nuevo referencial es necesario y se encuentra a la intersección entre múltiples fuentes de saberes.
2. Aggiornar los modos de acción colectiva. Tal modificación en las concepciones va de la mano con un giro profundo en el hacer. Los modelos agroalimentarios que analizamos tienden a abrazar la diversidad e inventar procesos reintegradores. No hay prácticas transformadoras sin un arraigo contextualizado en la pluralidad de actores y dinámicas locales. Es un punto de partida, no sinónimo de repliegue o de localismo. Junto con este afán de reterritorialización, existe simultáneamente una búsqueda para generar mayor cohesión y unidad en las acciones emprendidas. A mayor abordaje de las diversidades, mayor necesidad de unificar las concepciones y la ingeniera institucional. En este terreno, las inercias siguen muy fuertes. Se evocan la falta de articulaciones, la segmentación disciplinar, la fragmentación en visiones particulares, la centralización o la uniformización como enfoques inadaptados y muy presentes en las prácticas.
La aptitud a manejar y reconstruir relaciones es un principio medular en esta nueva brújula. De patrones monolíticos, aislando objetivos, temáticas, tiempos, escalas y actores, se trata de inventar formas de relacionar o complementar, en definitiva de reconstruir las solidaridades horizontales que fundamentan los equilibrios territoriales.
Esta ecuación organizativa interpela profundamente los esquemas tradicionales. En vez de colocar la diversidad a nivel de las disciplinas o de los marcos administrativos, ésta se va reubicando radicalmente del lado de la realidad territorial, poniendo la obligación de unificar criterios al interior del andamiaje institucional. Sostener dinámicas de transformación en el tiempo y en contextos plurales requiere actuar más en base a una ética, a objetivos compartidos y procesos colectivos. La ética – en vez de principios rígidos – permite indagar realidades siempre singulares y abordar dilemas, emergencias y contradicciones. Los objetivos y los métodos de trabajo no son deterministas. Resultan muchas veces de una conversación negociada con los distintos actores en juego.
Las formas organizativas que se generan con estos principios recubren formas siempre particulares de una iniciativa a otra, dependiendo de los objetivos y actores en juego. Pero tienen en común de poner en red y reintegrar horizontalmente a los actores y las dimensiones territoriales. Formulan y persiguen varios objetivos a la vez. Generan transformaciones socioculturales, incluyendo las expectativas productivas. Fomentan pertenencia, arraigo local, articulaciones y aprendizajes. Producen inteligibilidad e informaciones que permiten salir de la opacidad de los sistemas tradicionales. La creación de confianza, la cooperación y la comunicación son ingredientes fuertemente resaltados en las experiencias. Estos aspectos desbordan la modalidad extensionista o “proyectista”. Remiten más bien a lo que podríamos denominar una nueva modalidad de acción territorial. Todas estas características remiten a profundas rupturas en las políticas públicas y la acción colectiva en general.
3. Profundizar las estrategias de cambio. Dado la naturaleza de las transformaciones en juego, es necesario profundizar una brújula metodológica para los cambios a conducir. Primero porque los dilemas son tan agudos que están presentes en las mismas dinámicas innovadoras (desde lo personal a lo colectivo). Segundo porque no se espera pasivamente del Estado, de los actores productivos o de las coyunturas macropolíticas que se implementen esta agenda. Todo lo mencionado antes significa hacer emerger cambios éticos, perceptivos, conceptuales y organizativos que van a interactuar con otros modelos y que pueden retroceder en ausencia de estrategias adecuadas.
Fortalecer la batalla contrahegemónica es un primera estrategia, particularmente destacada en la agroecología. Si bien la crítica de los modelos ortodoxos crece, es necesario encauzar una batalla cultural más organizada y ampliar los mecanismos de legitimación, de “deseabilidad” y discusión sobre los modelos agroalimentarios innovadores. Otra prioridad es la puesta en red de las experiencias territoriales y la estructuración de los actores. Una suma de innovaciones no desemboca obligatoriamente en una modificación del sistema vigente. Es necesario articular un mosaico de dinámicas en una agenda común. Además, las innovaciones se desarrollan muchas veces en los márgenes o los intersticios institucionales. Para ciertas temáticas, en vez de buscar incidir directamente sobre las políticas públicas en pos de institucionalizar un cambio, puede ser más adecuado crear las condiciones para ser interlocutor de la potencia pública y aprovechar las oportunidades de encuentro, siempre según las coyunturas. Para otras, una confrontación directa puede ser necesaria (reclamos de acceso a la tierra, ayuda económica y derechos…etc). En general, se trata de acompañar a los actores productivos para que se vuelvan actores colectivos (con pertenencia, autonomía, organización y capacidad de diálogo…etc).
Finalmente, es esencial poder articular el corto y el largo plazo. El corto plazo porque las coyunturas y urgencias lo exigen. En el largo plazo ya que la consistencia de las transformaciones requiere tiempo y depende básicamente de la continuidad de las iniciativas. Todos estos elementos dan a la universidad la responsabilidad de nutrir nuevas alianzas y una corriente de reflexión más amplia sobre gobernanza territorial y nuevos modelos agroalimentarios.