por François Soulard y Thibault Kerlirzin
¿Es la ecología el nuevo tótem del mundo? La responsabilidad eco-ciudadana y la prédica ecológica diariamente destilada por los medios de comunicación parecen fundirse en el gran proyecto del Green New Deal, o incluso de una “civilización verde” desplegados por las dos grandes potencias geopolíticas del momento. Ya casi todo el mundo menciona este concepto polisémico, convertido en una prioridad y una idea movilizadora, cuyo ascenso en la agenda global ha sido muy notable en el último siglo.
La ecología, y su gemelo el ambiente, son hoy una cuestión social ineludible en Occidente y fuera de él. A la vez omnipresente, reivindicativa o divisoria, es sin embargo mal comprendida, tanto en su dimensión conceptual como conflictiva. Por un lado, la popularidad de la ecología y su amplia difusión han erosionado considerablemente su contenido histórico, científico y conceptual. Por otro, ha evolucionado hacia un “ecologismo” más o menos virulento y radical, capaz de crear fricciones y choques de poder en diversos ámbitos, ya sean ideológicos, políticos o económicos. No obstante, la luz puesta por los analistas sobre las relaciones de poder ha llevado muchas veces a centrarse en las dimensiones belígenas aguas abajo del fenómeno, dejando en la opacidad gran parte de su origen conflictivo, inseparable de su existencia misma.
Mezcla de ciencias, de creencias e ideologías, la noción contemporánea de ecología es en la práctica inseparable de la cristalización de un nuevo tipo de matriz conflictiva en el siglo XXI, regada por elementos históricos anteriores. Dista mucho de limitarse estrictamente a las interacciones en el mundo vivo y natural. Otros campos temáticos se combinan con ella. Todas están interrelacionadas con un mismo hilo rojo que conduce a la práctica de un arte de combate ejercido de forma indirecta, sistémica y, podríamos decir, “ambientalizada”. Dicho de otro modo, el ecologismo conlleva hoy una acción ofensiva contra el entorno interno o externo de un blanco, con vistas a tener un efecto retroactivo sobre el mismo. Un individuo, un grupo o una sociedad pueden así ser alterados, moldeados o incluso “reprogramados”, con vistas a adoptar comportamientos favorables a determinados intereses estratégicos. Ecología y ambientalismo son, pues, las dos caras de una misma moneda. La primera delimita mentalmente la relación entre la sociedad y la biosfera, definiendo así un teatro de operaciones. La segunda se refiere a un modo de combate cuyo uso se ha generalizado considerablemente y que ahora se extiende más allá del marco estricto de las cuestiones relativas a las interacciones con la biosfera. A pesar de encontrarse en el centro del panorama estratégico contemporáneo, este tipo de dinámica de conflicto sigue poco analizado en América del sur, Europa y otros lugares.
Para entenderlo, examinaremos primero los orígenes y luego la fisionomía de la cultura de combate traído por el ambientalismo.
El nacimiento de dos movimientos ecologistas
Antes de que la ecología llegue a confundirse con una forma de acción conflictiva, constituye ante todo un conocimiento de la naturaleza que se desarrolla en todas las civilizaciones. Este conocimiento surge de la observación y la experiencia del propio entorno natural, a través del prisma de una relación geocultural con la Naturaleza que difiere de una civilización a otra. Una mirada retrospectiva de la génesis de la noción de ecología pone de manifiesto estos principios cardinales y destaca la aparición del concepto en estrecha relación con las etapas fundamentales de la evolución de las relaciones geopolíticas y de las interdependencias.
Durante el primer periodo de globalización de los musulmanes, del siglo VIII al siglo XV, el sociólogo Ibn Jaldún fue uno de los primeros en aventurarse en la construcción de un pensamiento universal, en primer lugar sobre la historia y la sociología de los imperios, pero también sobre la geografía y el mundo vivo. Otros autores persas y árabes (Al-Jahiz, Al-Dinawari) hicieron importantes aportes a la descripción del ámbito natural.
La segunda globalización, vinculada a la expansión hispánica a finales del siglo XV, proyectó el pensamiento iberoamericano hacia un Nuevo Mundo floreciente. Los jesuitas, herederos del Renacimiento europeo y de la Escuela de Salamanca, produjeron lecturas geográficas, antropológicas y naturalistas, cuya escritura se distanciaba claramente del pensamiento religioso. En 1590, José de Acosta escribe De Natura orvi orbis y la monumental Historia natural y moral de las Indias. Esta última prefiguraba el primer enfoque ecológico al abordar la interacción entre las distintas ramas del conocimiento natural y social. Acosta interpretó que la historia natural y la historia moral formaban parte de la misma realidad y estableció las categorías científicas que más tarde constituirían la base de las ciencias de la Tierra y de la Vida. Medio siglo antes de Charles Darwin, el jesuita chileno Juan Ignacio Molina expuso su primera teoría de la evolución de las especies en su obra Analogías menos observadas de los tres reinos de la Naturaleza (1815). En Europa, estos aportes fueron condenados al ostracismo por la Ilustración y la guerra cultural emprendida contra España por el protestantismo.
Sin embargo, Alexander von Humboldt, ferviente admirador de la obra de Acosta, tuvo que inspirarse a escondidas de su obra en el siglo siguiente. También defendió un enfoque más amplio de la descripción de los seres vivos que constituyó la base del razonamiento ecologista. Tras él, primero von Linné y Lamarck, luego sobre todo Darwin y Wallace sellaron las teorías “fisicalistas” y evolucionistas a mediados del siglo XIX. Darwin, aunque pragmático y prudente en sus planteamientos filosóficos, graba en el imaginario la noción de origen hereditario, filogenético1 y por tanto materialista de la Vida. Tiene como efecto directo diluir el mito de la filiación divina o sobrenatural del hombre. La ruptura abre un abismo entre la espiritualidad religiosa, la moral y la ciencia, creando un enorme impulso para reconstruir una base intelectual capaz de resignificar el conjunto. Al mismo tiempo, a principios del siglo XIX, la biología y las ciencias de la vida empezaron a formalizarse y alcanzaron gradualmente la mayoría de edad, a costa de una creciente compartimentación del saber y de una pérdida de visión de conjunto.
En el trasfondo, la primera Revolución Industrial, y más aún la segunda a finales del siglo XIX, cambiaron las relaciones con la naturaleza, en el sentido de cambiar la relación con lo Existente como lo señala el economista Michel Volle. Su salto hacia adelante forma parte integrante de la fantástica expansión colonial de Europa por el resto del mundo, y es intrínsecamente acompañado de una jerarquización racial y cognitiva, apoyada por tesis pseudo-científicas. La era industrial convalidó las leyes de la termodinámica, lo cual condujo por una parte a la degradación parcial del medio ambiente (entropía) y de los recursos naturales para generar organización social y, por otra al desarrollo de las interdependencias entre el ámbito natural, la energía y las sociedades humanas. Más tarde, la búsqueda de la reducción de la entropía iba a surgir en el pensamiento económico, sobre todo con los trabajos de Nicholas Georgescu-Roegen en los años 1970.
En otros lugares, el Imperio chino, que con raras excepciones aplica la imposición de su voluntad a los demás, constituye lo que podría llamarse una potencia ecológica. Su mandato político extrae en gran parte su legitimidad del estado de equilibrio entre el medio natural y una población más numerosa que en otras regiones. Más aún, la noción de armonía siempre quedará presente en la proyección geopolítica de China, incluso con la adopción de la matriz capitalista en el último cuarto del siglo XX.
En Europa, la era industrial trae consigo tanto progreso social que potencia geopolítica y desorientación, en la medida en que provocó una auténtica convulsión de los marcos de referencia conceptual. A principios del siglo XIX, Humboldt fue uno de los primeros en preocuparse abiertamente por el impacto del mundo industrial. Engels, Marx y otros también abordaron la misma cuestión desde la perspectiva de las relaciones socioeconómicas. Humboldt decía que “el mal comportamiento de la humanidad […] perturbaba el orden natural”. La especie humana podría volverse “estéril” y “llegar a devastar las estrellas lejanas” escribió2 en 1801. Otros observadores, como Thomas Malthus y Francis Galton, también se mostraron reticentes ante el progreso material y formularon objeciones mezcladas con teorías conservadoras.
Un siglo más tarde, Ernst Haeckel sigue la misma aspiración a una visión de conjunto, trazando las líneas maestras de la oekología. Abrazando los planteos darwinistas, expone una visión unificada de los seres vivos que pronto se extiende al ámbito de los fines humanos, promoviendo una concepción eugenista y utópica, ostensiblemente hostil a las transformaciones industriales3. En su opinión, la civilización moderna avanza gracias a la ciencia y la tecnología, pero “sufre el riesgo de un desmembramiento y de carencias morales y sociales”4.
El concepto de ecología se formula oficialmente a finales del siglo XIX. Al igual que el avance darwinista, refleja un cambio en la escala de análisis y, sobre todo, un cambio de enfoque que la sitúa en la encrucijada entre un gran número de disciplinas científicas vinculadas al estudio de los organismos vivos y el ámbito teleológico, relativo a las concepciones del hombre y su desarrollo. Como consecuencia, el concepto de ecología se vio arrastrado al terreno resbaladizo de las ideologías orientadas a controlar y restringir el desarrollo humano.
De hecho, dos enfoques divergentes surgen desde los inicios del concepto, y seguirán haciéndolo con el paso del tiempo. Uno, ubicado en el ámbito de la ecología científica y naturalista, se ocupa del estudio de las interrelaciones dentro del mundo vivo en una época en la que el productivismo industrial se expande y se integra en la biosfera, manteniendo las distancias con el debate moral y filosófico. La otra, inclinada hacia una ecología política y utópica, parte de la misma preocupación general, pero se adentra ya en el territorio teleológico al incorporar ideologías utópicas, sustentadas en la intención de rectificar el rumbo tomado por comportamientos humanos considerados hostiles o desfavorables para la vida en la Tierra.
Las visiones injertadas en esta segunda corriente fueron ante todo las de Francis Galton, Karl Pearson, Houston Chamberlain y Arthur de Gobineau, que extendieron la idea de la desigualdad biológica e intelectual dentro de las razas humanas, basándose en la pseudociencia eugenista. A ello se añade la mirada, en plena primera revolución industrial, de Thomas Malthus, retomada más tarde por Paul Ehrlich, según la cual el crecimiento demográfico debe limitarse o incluso reducirse debido a la escasez de recursos materiales, en particular los recursos alimentarios. Por último, se suma la obra de William Stanley Jevons, quien plantea la disponibilidad limitada de combustibles fósiles, en particular el carbón, en el corazón del nuevo motor industrial de la Inglaterra victoriana. Desde distintos ángulos, estas tres corrientes plantearon diversas tesis que fueron criticadas por los propios ecologistas científicos y que dieron lugar a la consolidación de bases ideológicas para su justificación. En el caso de la visión maltusiana, la postura de limitación demográfica se puso muy trágicamente en práctica primero en Irlanda y luego en la India, a finales del siglo XIX, con el fin de legitimar una política colonial de sometimiento mediante la hambruna5.
En cuanto a la primera corriente de ecología científica, abrió el campo a una multitud de autores y disciplinas, pivotando inicialmente sobre tres entradas temáticas – físico-química, demografía y botánica – que se ramificarían a medida que se desarrollaran los conocimientos. Un siglo después de su formulación, la ecología abarcaba campos de estudio yendo de la climatología, la ecología global y la biogeoquímica hasta la ecología genética, la fitosociología y la biogeografía6.
La bifurcación de los años 1940
Estas dos corrientes ecológicas, todavía discretas y alejadas de los espasmos del poder mundial, entraron en el siglo XX arrastradas por la doble fiebre de la segunda revolución industrial y las rivalidades nacionalistas europeas. Los choques derivados de ello tuvieron un impacto devastador en una parte de la comunidad mundial que acababa de ser literalmente azotada por la violencia. A la destrucción bélica se añadió una segunda cuestión, muy subrayada por el historiador anglosajón Arnold Toynbee7: la contradicción entre la fragmentación política del planeta en Estados soberanos y la unificación global propiciada por la tecnología y la economía. Algunos vieron en estos retos el imperativo de una nueva gobernanza supranacional, necesaria para contener la inestabilidad del sistema internacional. Otros vieron la necesidad de corregir un supuesto desequilibrio entre el sistema industrial y la biosfera.
Entre las guerras y después de 1945, como nuevo árbitro del mundo, los Estados Unidos enfrentaron este doble reto. Por un lado, sentaron las bases de una arquitectura de la gobernanza mundial, hecha a su medida y vestida con el mejor ropaje de las relaciones internacionales. Por otro, se esforzaron en modificar las relaciones de poder del momento modelando el entorno perceptivo y cultural de las sociedades blanco, lo que a su vez dio lugar al renacimiento de las teorías de la ecología utópica. Antes de que finalizara la década de 1940, Estados Unidos estaba sentando las bases de una nueva arquitectura de gobernanza mundial que centraba la agenda internacional en torno a sus intereses. El FMI, el Banco Mundial, la UNESCO, la OMS, la Organización Panamericana de la Salud (OPAS), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la OTAN, etc. se fueron creando sucesivamente, en paralelo al Plan Marshall y a la contención del comunismo soviético.
En 1947, los inicios de una acción ofensiva de la comunidad ecologista se ensayaron en la Amazonia brasileña, al amparo de la UNESCO, cuyo director no era otro que Julian Huxley, biólogo y activo partidario del movimiento eugenista. Al amparo de la conservación del patrimonio natural y de la creación del Instituto internacional de la selva amazónica (IIHA), el objetivo de la maniobra era frenar el desarrollo de la región e “internacionalizar” la zona tropical sudamericana, es decir, hacerla depender de las normas dictadas por las potencias tutelares. Un poco más atrás, en 1902, la creación de la OPAS en América del Sur, que más tarde sería dirigida por Frederick Lowe Soper, un emisario de la fundación Rockefeller, estableció una primera forma de injerencia a través de la cuestión sanitaria (erradicación de enfermedades tropicales).
Durante la misma década de 1940, el gobierno norteamericano puso en marcha un vasto programa científico destinado a profundizar en el conocimiento del funcionamiento de la mente humana y a explorar las interacciones entre ésta y los cambios de su entorno psicosocial. El motivo oculto era perfeccionar las herramientas de control del comportamiento humano en búsqueda de la uniformización que recalcaba Arnold Toynbee. Las matemáticas, la lógica, la antropología, la psicología y la economía se mezclaron a través de una serie de iniciativas, interconectadas con los centros de inteligencia económica y militar anglosajones. Las conferencias Macy, el proyecto Man-Machine, Paperclip, MK-Ultra, el Instituto Tavistock, el Instituto Aspen y la Escuela de Palo Alto reunieron a científicos de renombre como Norbert Wiener, Heinz von Foerster, Edward Bernays, Kurt Lewin, John von Neumann, Theodor Adorno, Gregory Bateson, Warren McCulloch y Claude Shannon, por citar sólo algunos. De estos trabajos surgirían nada menos que la cibernética, la ciencia cognitiva y la ciencia de la información, fermentos esenciales de la tercera revolución industrial que se extendería a partir de mediados de los años setenta con la llegada de la microinformática.
Pero también dieron lugar a una serie de doctrinas, tan turbias como confidenciales, en materia de transformación social y de los comportamientos. Es precisamente este nuevo cuerpo metodológico el que va a constituir luego la célula madre de una acción ambiental ofensiva, entendido no en el sentido estricto de medio natural, sino como sustrato psicosocial, cultural y relacional de los individuos y de la sociedad. Se había comprobado que la alteración selectiva de este sustrato, mediante una acción abierta, sigilosa, violenta o no violenta, permitía modificar las condiciones de equilibrio entre un ser individual o colectivo y su entorno, y suscitar nuevos comportamientos orientados en la dirección deseada. Al hacerlo, se intervenía indirectamente sobre los sujetos cuyos funcionamiento orgánico se basa, como lo subraya la cibernética o la ecología, en bucles de retroacción con su entorno. Son métodos que se encuentran en la encrucijada de la ingeniería social, de la guerra por el ámbito social (political warfare) y el control mental. Pero lejos de ser una técnica más de acción indirecta, esta perspectiva abrió un amplio abanico de posibilidades y, por tanto, una auténtica “revolución” en la conflictividad. Se abrió la puerta a un arte – en parte ya preexistente, pero esta vez más penetrante – de transformar sigilosamente a las estructuras para transformar a los individuos.
De ahí nuestra triangulación entre la ecología, el entorno material y natural, y la acción ofensiva a través del sustrato psicosocial. El entorno, ampliado a la estructura psicosocial del individuo o de un grupo, se convierte así en la piedra angular de una modalidad de combate en la que el objetivo es de explotar el resultado de una modificación de este sustrato. Esta modificación puede ser el resultado de un estrés, de un traumatismo de intensidad variable, de una presión real o insinuada, o de una perturbación provocada por una nueva dinámica social, como por ejemplo un movimiento social. De este modo, el elemento beligerante se convierte menos en una potencia externa, una red criminal o incluso una ideología subversiva, que en un componente casi autónomo del tejido social y relacional de un grupo o nación. La ecología se convirtió así en protagonista de esta conflictividad en la medida en que coincidía precisamente con la noción de sistema y medio ambiente. Ofreció un teatro de operaciones entre muchos otros, como la energía, la economía, la educación, la salud y la cultura.
Una visión parcial de estas doctrinas la ofrece el informe clasificado Silent Weapons for Quiet Wars, An Introductory Programming Manual8, elaborado en 1979 por la comunidad anglosajona de inteligencia estratégica y militar. El documento contiene las siguientes definiciones:
- “El arma silenciosa es un tipo de guerra biológica. Ataca la vitalidad, las opciones y la movilidad de los individuos de una sociedad conociendo, comprendiendo, manipulando y atacando sus fuentes de energía natural y social, sus fuerzas y debilidades físicas, mentales y emocionales”.
- Es manifiestamente imposible hablar de ingeniería social o de automatización de una sociedad, es decir, de ingeniería de sistemas de automatización social (armas silenciosas) a escala nacional o mundial sin implicar amplios objetivos de control social y destrucción de la vida humana, es decir, esclavitud y genocidio. […]
- Esta publicación marca el 25º aniversario de la Tercera Guerra Mundial, llamada la “Guerra Silenciosa”, llevada a cabo mediante la guerra biológica subjetiva, librada con “armas silenciosas”. La tecnología de las armas silenciosas evolucionó a partir de la investigación operativa, una metodología estratégica y táctica desarrollada bajo la Dirección militar en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial […]
- El propósito original de la investigación operativa era estudiar los problemas estratégicos y tácticos de la defensa aérea y terrestre con el objetivo de utilizar eficazmente los limitados recursos militares contra enemigos extranjeros (es decir, la logística). Pronto los que ocupaban posiciones de poder reconocieron que los mismos métodos podían ser útiles para controlar totalmente una sociedad. Pero se necesitaban mejores herramientas. […] La ingeniería social (el análisis y la automatización de una sociedad) requiere la correlación de grandes cantidades de información económica (datos) en constante cambio, por lo que era necesario un sistema informático de procesamiento de datos de alta velocidad que pudiera adelantarse a la sociedad y predecir cuándo llegaría la capitulación. […]
- En interés del futuro orden mundial, la paz y la tranquilidad, se decidió librar en privado una guerra silenciosa con el objetivo último de trasladar permanentemente la energía natural y social (la riqueza) de los muchos indisciplinados e irresponsables a manos de los pocos autodisciplinados, responsables y dignos.
- La Guerra Silenciosa fue declarada silenciosamente por la elite internacional en una reunión celebrada en 1954. Aunque el sistema de armas silencioso estuvo a punto de salir a la luz 13 años más tarde, la evolución del nuevo sistema de armas nunca ha sufrido grandes reveses. […] Esta guerra ha tenido muchas victorias en muchos frentes en todo el mundo.
- Aunque algunas de las fórmulas, como la idea ultra-voluntarista de una “Tercera Guerra mundial”, suenan en sintonía con el clima de Guerra Fría, la intención ofensiva y los ingredientes racionales de una cultura de combate dejan poco lugar a dudas. La “guerra silenciosa”, supuestamente lanzada clandestinamente por las élites estadounidenses en 1954, hace eco a un estado de conflicto más sistémico y permanente observado por otros analistas. Sobre todo, como veremos, la ambición de control y uniformización, estrechamente vinculada a un proyecto de neofeudalización del mundo y de los propios Estados Unidos, iba a alinearse concretamente con los acontecimientos que empezaron a desarrollarse en los años cincuenta.
La trama de lectura que subyace en este documento dista de la cultura estratégica habitual. Su léxico oscila entre el lenguaje sociopolítico clásico, el de los sistemas, junto con elementos casi esotéricos. Los objetivos son los resortes “energéticos” naturales y sociales de la población, es decir, su noúmeno, las fuerzas motrices de sus acciones, pero también su capital económico. La economía, el dinero, los vínculos familiares y comunitarios, el Estado del bienestar e incluso las “situaciones” creadas artificialmente se utilizan como armas, lo cual remite a la extraña cuestión de la noción de “guerra biológica”. En cuanto a las estrategias, sobresalen dos niveles. Por un lado, existen enfoques basados en la creación de crisis y la perturbación del entorno, mediante el choque económico, la erosión de los vínculos sociales e institucionales o la “programación” psicológica (desviación, consentimiento, alteración de la identidad). Por otro lado, figuran enfoques inspirados de la dinámica de los sistemas autónomos: control de las capacidades individuales y colectivas (capital, información y energía); conductividad (control de las clases medias y trabajadoras; control de las infraestructuras económicas); limitación de la resistencia (freno de la resistencia social; reducción del nivel de educación, seguridad y riqueza); cambio por inducción (normas, marcos reglamentarios y políticas que inducen cambios estructurales).
Dado el tono maquiavélico del proyecto, es posible pensar por un momento que este texto haya sido elaborado por un pequeño grupo de estrategas delirantes, enfrascados en un ejercicio de prospectiva sobre un nuevo Leviatán global. Si ese fuera el caso, el objetivo sería menos construir esa cultura de combate y no someter a la población por medios destructivos e inconfesables, como lo afirman los propios autores. Además, este manual apareció en un momento en que otras iniciativas9 convergían hacia el mismo objetivo de establecer una cultura de combate no convencional, primero en el periodo de entreguerras y luego durante la Guerra Fría, a medida que se extendía el espectro conflictivo. En la misma época, el norteamericano George Kennan formalizó a finales de los años 40 la doctrina del political warfare (guerra por el ámbito social), en continuidad con la herencia británica mencionada en este informe, pero a priori sin inmiscuirse en el universo selectivo de estos “guerreros pacíficos”. Más tarde, en 1971, Frank Kitson establece una doctrina de guerra de baja intensidad que da sustento a una forma de combate indirecto apuntando al entorno y el medio social. Por otra parte, la Unión Soviética también ponía en marcha una guerra subversiva contra su rival occidental, en línea directa con una cultura comunista de combate cuya eficacia no tenía nada que envidiar a la de sus adversarios en materia de lucha subversiva.
El surgimiento del ambientalismo guerrero
Llegó entonces la hora de las “guerras por el ecosistema” y de la “ambientalización” ofensiva del mundo. Tras la secular batalla por el control de la geosfera y su uso ofensivo en diversos tipos de conflicto, ¿quién hubiese imaginado que el tejido mismo del mundo vivo se encontraría un día en medio del fuego cruzado entre potencias e intereses geoeconómicos? Para bien o para mal, el ambiente y lo que el jesuita Pierre Teilhard de Chardin llamó la noosfera, quedaron irreversiblemente entrelazados en este nuevo campo de batalla. Tres secuencias históricas permiten rastrear su génesis operativa en la perspectiva de la gran estrategia que hemos recalcado.
Los primeros elementos organizacionales
La primera secuencia, de 1947 a 1968, tiene que ver con la colocación de los primeros cimientos organizacionales y de los inicios de un movimiento ecologista internacional. Tras el clímax de las dos guerras mundiales y la trampa nuclear de la tensión Este-Oeste, los objetivos abiertamente imperialistas y feudales tenían naturalmente mala prensa. El cuestionamiento de la supremacía occidental dio lugar al movimiento de descolonización y al tercermundismo, desplazando aún más la geometría del conflicto hacia la persuasión y la guerra irregular.
Un movimiento ecologista tomó forma en torno a la denuncia de los ensayos nucleares y los impactos de la industria sobre el medio ambiente. Las primeras movilizaciones tuvieron lugar en los años 50 en torno al proyecto de represa Echo Park, en Estados Unidos, mientras que el libro de Rachel Carson La primavera silenciosa obtenía un reconocimiento mundial en 1962. Su obra, apoyada por algunos ecologistas militantes como Frank Egler, demostró la utilización de la ciencia con fines políticos, en particular su análisis de los efectos del pesticida DDT10 sobre la salud humana. Las conclusiones fueron condenadas en vano por una parte de la comunidad científica. La alerta emitida sobre el DDT condujo a su prohibición internacional, a pesar de que el compuesto químico se utilizaba eficazmente para combatir la malaria en zonas tropicales. A raíz de ello, en 1970 se creó la Agencia norteamericana de protección del medio ambiente (EPA). Al mismo tiempo, otros autores, como Murray Bookchin, autor de El problema de los químicos en la alimentación y posteriormente de Nuestro ambiente sintético en 1962, establecieron un importante vínculo entre las dimensiones ecológica y social. En 1968, las recomendaciones del biólogo eugenista Paul Ehrlich en su libro La bomba demográfica convergían con las del futurista Richard Fuller en su Manual operativo de la nave espacial Tierra. Para ellos, la comunidad humana necesitaba dar un giro de 180 grados si quería continuar su vida en el planeta. Al mismo tiempo, científicos como Albert Allen Bartlett, Hyman Rickover y Marion Hubbert sonaban la alarma acerca de la creciente escasez de recursos naturales. En la sombra, este movimiento contaba con el apoyo de diversos intelectuales e instituciones, en particular las redes Amigos de la Tierra y Greenpeace, creadas respectivamente en 1969 y 1971, y en torno a las cuales gravitaba la inteligencia británica y norteamericana.
En el plano político e institucional, se estableció un embrión institucional en torno a tres grandes ejes temáticos. La UNESCO, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la Conservation Foundation y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) formaron una primera red organizativa para la conservación ambiental. En el frente moral y ético, la creación de la Unión internacional humanista y ética (IHEU) y otras redes humanistas se posicionaron para ocupar el espacio vacante entre la ciencia, la responsabilidad humana y la arquitectura social. En 1963, el calentamiento global se incluye por primera vez en la agenda con una conferencia organizada por la Conservation Foundation bajo el auspicio de las fundaciones Ford y Rockefeller. El Club de Roma se funde en 1968, el mismo año que la primera conferencia de la UNESCO sobre la biosfera. Formado por miembros de círculos estratégicos del mundo occidental, entre ellos David Rockefeller, Henry Kissinger, Paul Volcker y Samuel Huntington, este think-tank se convierte en la piedra angular del auge del ecologismo mundial al posicionarse en el tercer terreno conceptual y prospectivo. Toda esta red embrionaria fue concebida o dirigida por personalidades que, de un modo u otro, defienden la ecología utópica que hemos mencionado antes. Sentó las bases de una estrategia para penetrar en los sistemas políticos y amordazar el desarrollo, pivotando sobre los tres puntos temáticos que mencionamos antes.
Un prototipo de gobernanza mundial del (y mediante el) medio ambiente
La segunda secuencia se desarrolla en torno al establecimiento de un prototipo de gobernanza ambiental, entre 1968 y 1998. En 1972, el Club de Roma publica el informe Los límites del crecimiento. Casi simultáneamente al lanzamiento del Foro Económico Mundial, lo siguen la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente, celebrada en Estocolmo ese mismo año, y el estudio Only One Earth, elaborado por el Aspen Institute. Maurice Strong, Barbara Ward y René Dubos, todos maltusianos, están a la cabeza de estas iniciativas. Al mismo tiempo, nuevos elementos se incorporan en el marco institucional. En 1972 se crea el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y en 1988 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). La Cumbre Mundial sobre el Clima de 1979 canta victoria con un supuesto consenso sobre el carbono, que en realidad es resultado de la adhesión selectiva de un grupo de científicos. En 1983, la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Comisión Brutland) emite su veredicto con el informe Nuestro futuro común. En él se sientan las bases del desarrollo sustentable y se aboga por la interrelación de las esferas medioambiental, social y económica, unidas por una ética de responsabilidad hacia las generaciones futuras y la protección del planeta.
En 1992, la Cumbre de la Tierra establece la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB). Las sigue las Agendas 21 que extienden estas medidas al ámbito local, sujetas a una serie de condiciones estructurales y financieras. En 1980, el Global Report 200011 retoma oficialmente las observaciones formuladas por Henry Kissinger en 1974, en relación con la Comisión Trilateral y reiteró, de forma apenas disimulada, uno de los objetivos de esta matriz de combate: controlar la población mundial y su desarrollo.
Durante estas tres décadas, hay una plétora de trabajos intelectuales sobre la revolución ecológica y los riesgos medioambientales. En ella figuraban autores como Schumacher, Nicholson, Catton, Sachs, Jantsch, Habermas, Tainter y Stokes. En Francia, este giro sistémico y ecopolítico se debate discretamente en el Grupo de los Diez, activo de 1969 a 1976, y luego renovado en el Collegium International a partir de 2002, bajo el impulso de Michel Rocard y Stéphane Hessel. En 2009, este mismo grupo contribuyó a una Carta para la gobernanza mundial12. La teología de la liberación, originaria de Sudamérica, sintetiza en 1972 el deconstruccionismo, el tercermundismo y el horizonte revolucionario. Echa sus raíces por un lado en las ideas de Teilhard de Chardin y se reincarna en la segunda encíclica del Papa Francisco, Laudato Si. Por último, el fin de la Unión Soviética aceleró la cristalización de un marxismo verde que trasladó su lucha materialista al cuestionamiento del capitalismo como depredador de la biosfera. Inclusive Mijail Gorbachov va llevando la bandera de la promoción de la Carta de la Tierra.
La proliferación de campañas civiles y ONG, en eco a la presencia de los movimientos sociales, participa en esta dinámica. Crean la sensación de una masa espontánea que ocupa el terreno en un amplio abanico de cuestiones. Desde la ciudadanía mundial y la protección del medio ambiente hasta la ética, el diálogo interreligioso, el desarrollo sostenible y la economía bajo carbono, esta vorágine social y financiera estaba marcando un camino, moldeando inevitablemente las percepciones y las orientaciones políticas.
La ampliación y el objetivo 2045
En los últimos veinte años, esta matriz de combate mantuvo sus cimientos y amplió su alcance estratégico. La cuestión del desarrollo sustentable, impulsada por la primera Cumbre de Johannesburgo en 2002, formó un binomio estratégico con la agenda multilateral sobre el clima. Recordemos de paso que, desde 1963, la caracterización del riesgo atmosférico ha pasado por las sucesivas etapas del enfriamiento de las temperaturas, la lluvia ácida, la ruptura de la capa de ozono, hasta el calentamiento y el cambio climático, un tema muy complejo en el cual no existe unanimidad científica. Los Objetivos de desarrollo sostenible (ODS) y la Agenda 2030, ratificados en 2015, han tomado el relevo de las Agendas 21 en las instituciones locales e internacionales. El Pacto para el Futuro de los años 2000 y el Global Compact, movilizando a las grandes empresas en torno a la sustentabilidad, forman la contrapartida de la Cumbre para el Futuro que acaba de celebrarse en Nueva York en septiembre de 2024. Esta última continúa y reformula parcialmente la hoja de ruta de esta matriz de gobernanza mundial mediante objetivos para los próximos años.
Con semejante bola de nieve institucional, pocos son aquellos que pueden trazar su rumbo político sin caer en la red de la ecología combativa y del desarrollo sustentable. De hecho, la ecología política, otrora encarnada por figuras europeas como René Dumont, Antoine Waechter y Brice Lalonde, ha caído literalmente bajo la apisonadora de guerreros políticos y mediáticos como Al Gore, Jeremy Rifkin, Greta Thunberg.
Más allá de la extensión de la red y de sus correas de transmisión, la tendencia más observable es la de su estrechamiento y su creciente acoso psicológico. La presión desde la cumbre de la arquitectura se combina con la agitación social y mediática, aprovechando al máximo la urgencia creada por las nociones de ecocidio, de límites planetarios intangibles, de antropoceno y de “sexta extinción” de la biodiversidad. Esta presión viene aparejada con el auge de una forma difusa de violencia, ejercida con el propósito de diseñar crisis (incendios forestales provocados, sabotajes, etc.), o emprender acciones selectivas (ataques a directivos o empresas, acciones ilegales, etc.).
La monetización del carbono después del año 2000 estableció un prototipo inicial para vincular las finanzas, las cuestiones sociales y la energía. La alteración fraudulenta de los datos meteorológicos y climáticos proporcionados por algunas agencias internacionales va ahora de la mano de la censura mediática de las voces que desafían el consenso climático. En vista de la nueva economía azul que se está desarrollando en los océanos, las maniobras de conquista normativa y privatización, de nuevo bajo la apariencia de conservación, van creciendo.
Lectura estratégica
Intentemos resumir el hilo estratégico que atraviesa esta cultura de combate, cuyas ramificaciones forman ahora una verdadera jerarquía paralela y un prototipo de gobernanza mundial. Se trata de un sistema. Se basa en todos los componentes de la sociedad de los que extrae su cohesión. Su objetivo es precisamente construir una superestructura a largo plazo, capaz de extenderse desde el nivel local al mundial, penetrando al mismo tiempo en las sociedades blanco a través de diversas formas de combate. Esta matriz se va superponiendo a otras maniobras de combate practicadas en el tablero geopolítico entre potencias.
El hecho es que mapear tal matriz plantea un verdadero desafío, ante todo para el propio pensamiento. Esto queda reflejado en el informe confidencial antes citado, donde los propios autores confiesan: “aunque el sistema de armas silenciosas estuvo a punto de quedar al descubierto 13 años después, la evolución del nuevo sistema de armas nunca ha sufrido grandes reveses”. En otras palabras, incluso cuando se expone a plena luz del día, dicha matriz de combate parece gozar de una especie de inmunidad inherente a su desmesura, duplicidad y sigilo. Para aclarar las cosas pragmáticamente, digamos que esta “ambientalización” del mundo es el otro nombre de un proyecto de sociedad alternativo que pretende sustituir a otros. Tiene objetivos manifiestos y encubiertos, un marco ideológico, una columna vertebral estratégica e institucional y recursos logísticos, informacionales y financieros. Su rasgo distintivo es que es global y total. Plantea un dominio sobre toda la arquitectura biológica y social, al menos sobre aquellas con las que es probable que establezca interdependencias en el estado actual de las relaciones internacionales.
El primer componente de esta matriz de combate es, por tanto, teleológico. A lo largo de varias décadas, hemos visto que ha logrado integrar en las naciones, con niveles de profundidad relativamente variables, la idea de que es necesario un nuevo modo de coexistencia con el planeta, lo cual requiere toda una serie de reformas económicas y sociales. De ahí el papel estratégico de la ética como nuevo principio rector del comportamiento individual y colectivo. Esta ética representa un metacontrato social que compite con el marco constitucional establecido entre los pueblos y sus naciones. Carus, Marx y Teilhard de Chardin, entre otros, son sus fuentes teóricas. Postulan la integridad del mundo, su materialismo histórico, el vínculo entre ciencia, moral y religión, y la cohesión que debe buscarse entre el individuo y la colectividad.
Su segundo componente es el de la gobernanza, estrechamente vinculado al primero. Según el modelo alternativo propuesto, el gobierno de los asuntos públicos debería basarse en los contornos de una ética universalista y global, lo que implica un cambio de los actuales enfoques políticos y administrativos hacia una lógica de subsidiariedad al poder transnacional, de relativización de los poderes soberanos, de coordinación transversal de las políticas y de control y transparencia de los gobernados. Irónicamente, el respeto de la ley y el acceso a la información también forman parte de ello, haciendo eco a la búsqueda de un management adaptativo, de nuevo inspirada en la ética y la teoría de sistemas. Esta perspectiva se basa en las teorías contemporáneas de Vernadsky, Laszlo, Plotino, Bertalanffy, Boulding y Jantsch, que han contribuido a sentar las bases de una modelización general de los sistemas y de una nueva jerarquía relativa entre ellos.
Su tercer componente es social y económico. La economía debe inevitablemente reinsertarse en la integridad de lo social, de lo vivo, de forma compatible con el vínculo intergeneracional. De ahí la búsqueda del acoplamiento con la energía, el mercado del carbono o la moneda digital, respaldada por los bancos centrales y el uso de la energía. La promoción de políticas económicas “inductivas” forma parte de este arsenal. Tienden a favorecer el aumento del peso presupuestario del Estado, su endeudamiento, los desequilibrios fiscales y monetarios y las compensaciones sociales. Entre las líneas de este entramado, se encuentra el arte de la guerra geoeconómica, cuya práctica pretende instalar dependencias y formas de depredación sobre los países blancos. A esta altura, conviene subrayar que tal visión, basada en la escasez de energía y de recursos naturales, choca con una innovación importante aportada por la tercera revolución industrial. Esta última es fruto de la emulación de la electrónica, la cibernética y la alianza militar-económica que tuvo lugar principalmente en los Estados Unidos. Pero a diferencia de las dos revoluciones anteriores, no introduce entropía en la economía, sino neguentropía, es decir organización basada en la información, sin tener impactos significativos en la biosfera. ¿Es una casualidad que esta ruptura haya pasado prácticamente desapercibida en los debates económicos de las últimas décadas, junto con otras rupturas económicas engendradas por la informatización del mundo? En este campo de la economía, las referencias de la matriz del combate medioambiental son las de Keynes, Friedman, Krugman y Jeffrey Sachs.
El cuarto componente es la información, crucial para todo el edificio. Una matriz de este tipo, fundamentalmente dual, debe ser capaz de disociar permanentemente sus verdaderos objetivos de la base justificativa que constituye su legitimidad social y, por tanto, su capacidad para impulsar los cambios. El uso conflictivo de la información es por tanto un medio por excelencia de ocultación, de disociación cognitiva y de limitación de las resistencias, recurriendo a todos los registros conocidos de la guerra informacional. En la misma línea, hemos visto que se hace pleno uso de la dimensión cognitiva. Opera desde dos ángulos: la utilización del conocimiento científico con fines políticos y la modificación sigilosa de los marcos de referencia de las sociedades blancos, lo cual permite “reprogramar” favorablemente las formas de pensar de los sistemas políticos que se desean penetrar. Además, la información se considera un elemento estructurante del sistema de conquista. La idea de una “cuarta revolución industrial”, promovida por el Foro Económico Mundial, lo manifiesta. Por un lado, garantiza la vigilancia y el control securitario de la población; por otro, permite aceitar todos los componentes del modelo.
El conjunto forma una cultura de combate tan temible como relevante, en términos de inteligencia estratégica. Dado su peso en el panorama de los conflictos contemporáneos, merece ser mucho más ampliamente reconocida y estudiada con lucidez y realismo, superando las divisiones ideológicas que existen en el campo geopolítico y estratégico. No es tarea fácil ya que su fisionomía meta-estructural desarma todas las fronteras ideológicas existentes. En cuanto a sus objetivos maquiavélicos, no hace falta recordar que es importar combatir mejor, o al menos resistir, el avance de semejante máquina de combate y frenar su expansión.
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