Un aporte para la comprensión de la guerra informacional en Bolivia y América Latina en un contexto de retroceso de los gobiernos progresistas y de evolución de las relaciones de poder en el ámbito de la Pax americana.
Introducción
El 20 de octubre de 2019, Bolivia se precipitaba en una importante crisis que ponía fin a la continuidad presidencial de Evo Morales iniciada desde 2005 y sumía al país en una transición caótica. Como otras experiencias contra-hegemónicas en América Latina, principalmente las de Brasil, Nicaragua, Cuba, Venezuela y Ecuador, el Movimiento al Socialismo1 que había logrado quince años antes arrebatar una victoria democrática y construir un proyecto en ruptura con el periodo anterior, naturalmente tropezó con sus propias inercias y el desafío de asegurar su continuidad en un escenario regional tumultuoso. Después de unos inicios bajo el signo de un progresismo que consiguió perforar los conservadurismos locales y el formato que los Estados Unidos habían promovido en la región sudamericana durante la década de los 90, estas iniciativas han sufrido diversos reveses que fueron deteriorando gradualmente, en mayor o menor medida, sus bases y su legitimidad.
La crisis boliviana de 2019 completa esta erosión. Hace veinte años, la Guerra del Agua (2000) y la (2000) y la Guerra del Gas (2003) habían mostrado por un lado la intensidad de la depredación económica ejercida en sinergia con las instituciones del capitalismo global (FMI, Banco mundial), y por otro lado un conjunto de fuerzas sociales bolivianas dispuestas a la confrontación y en búsqueda de nuevas representaciones políticas. En este sentido, en la década de los 90, el ámbito latinoamericano fue un laboratorio de guerra económica e informativa cuya descripción puede encontrarse obviamente en los escritos políticos y sociológicos, pero cuya gramática sigue evolucionando dentro de marcos conceptuales por debajo de la importancia de los enfrentamientos económicos e informativos. De hecho, las estrategias informativas que se han desarrollado en torno a los acontecimientos de finales de 2019 ilustran las nuevas modalidades a las que un actor dominado – o en una situación temporal de dominación – puede recurrir para contrarrestar un relato, reconstruir una legitimidad, aprovechar las debilidades de sus oponentes y en última instancia revertir un equilibrio de poder mediante el conocimiento y las opiniones. Así, con doce millones de habitantes y un peso geopolítico relativamente secundario, la fuerza política principal de Bolivia ha logrado imponer (parcialmente) una narrativa y revertir una situación que le era extremadamente desfavorable a partir de la ruptura de octubre de 2019. Si estas estrategias levantan el velo sobre la situación de los actores débiles, también son un indicador de los límites de la influencia de los fuertes, en este caso del peso de Washington en la subregión y de las instituciones regionales.
Mirar el caso boliviano desde un ángulo realista y crítico no abona a los intentos de influencia dirigidos en contra de los disidentes de la ortodoxia liberal-democrática. Nos guste o no, esta disidencia, retroalimentada por una pax americana despertando tanto el rechazo como la fascinación, es una realidad sociocultural de la región. Drena las ambiciones nacionalistas, antiimperialistas, heterodoxas y populistas, así como también la desconfianza hacia los “emprendedores de ira” y los proyectos portadores de un fuerte contenido ideológico o incluso revolucionario.
El presente análisis pretende dar una visión esclarecida en base a datos abiertos en pos de entender este momento particular de inflexión. Su metodología se basa en la reconstrucción de los hechos a partir de fuentes abiertas (artículos de prensa, informes, testimonios compartidos en las redes sociales) y sobre su interpretación desde una perspectiva de las relaciones de fuerza y de la guerra informacional. Las métricas de datos recolectados en Twitter y Google, integrados al principio del documento, son sobre todo ilustrativas.