Mal que le pese a la globalización «feliz» que parece estar en duda, los flujos de información siguen marchando viento en popa. Sin resistencia, han generado y continúan generando en las sociedades una trama de interdependencia tan tenue como irreversible. A la vez cautivos y puntos cardinales de esta trama, los medios de comunicación y, en un sentido más amplio, los productores de información se han elevado al rango de actores que evolucionan no solo en la superficie sino también en el sustrato de la vida política, incluso la geopolítica. Los últimos cincuenta años los han catapultado realmente hacia adelante. Pero también lidian con una vasta recomposición del paisaje de la intermediación en sintonía con la marcha del mundo, el espíritu de los tiempos y los flujos de opiniones. Enfrentados a mutaciones que se vuelven cada vez más complejas y aceleradas, los medios y, más ampliamente, las brújulas perceptivas enfrentan nuevos desafíos y responsabilidades que son tan urgentes de repensar como de construir.
Podría decirse que los medios «gratuitos» son un avatar original en este paisaje. Con la apertura de las redes de información en las últimas dos décadas, miles de prácticas han aumentado exponencialmente la elaboración y el intercambio de información con fines de comunicación mediática. En torno a esta profusión se desarrolló, sobre todo, un uso independiente, «reapropiado» y contextualizado de la comunicación, implementado por individuos y colectivos que eligen ejercer su derecho –cuando existe– y su capacidad para comunicarse con otros según un proyecto imaginado por ellos mismos. Lejos de ser anecdótico, este fenómeno le dio a la comunicación un aliento penetrante y transversal que permite que los sujetos habitualmente inmersos en la comunicación de masas tengan voz y, a su vez, se conviertan en un vector de significado y opinión. Por muy obvia que hoy parezca esta observación, esta fisonomía no deja de ser singular y constituye en sí misma un cambio. De una comunicación de masas mediática y centralizada, vertebral hasta los años noventa, se instaló progresivamente una «intercomunicación en masa» que viene a sumarse no solo a las transformaciones sociopolíticas sino también a las confrontaciones estratégicas.
¿Quiénes son y qué hacen los medios libres?
Ahora bien, es necesario comprender precisamente esta nueva situación en la que participan los medios libres,i como también los medios tradicionales. Pero primero, ¿quiénes son los medios libres1? O más bien, ¿qué hacen? En esencia y sin pretender proporcionar aquí una descripción definitiva, para empezar podemos decir que están encarnados en periodistas, denunciantes, blogueros, investigadores, comunicadores, ciudadanos, activistas, pero también en organizaciones –no necesariamente formalizadas–, involucrados en una acción mediática que tiene lugar en un contexto específico y hace un uso no corporativo e inclusivo de la comunicación. Por un lado, su acción mediática se materializa fuera de los sistemas mediáticos dominantes y, por ende, se considera más independiente, no monopolizadora o incluso contrahegemónica. Por otro lado, tienden a reconstruir solidaridades horizontales con actores dominados, excluidos o estigmatizados, víctimas de la injusticia, incluso por parte de los radares mediáticos tradicionales. Una de las inspiraciones del movimiento es la doble presión de la concentración y la mercantilización de la información. Pero está lejos de ser la única.
Más específicamente, su aparición responde a preguntas que siguen siendo distorsionadas o poco tratadas por las industrias de los medios cuyos objetivos ahora están aún más integrados con los de las lógicas financieras y económicas. Podemos verlos vincularse estrechamente con procesos organizacionales o instituir nuevas sociabilidades y subjetividades políticas. Como los colectivos que trabajan en relaciones internacionales, los movimientos migratorios, los feminismos, las transiciones energéticas y climáticas y las movilizaciones anti-extractivistas o de democratización, por nombrar algunos. De manera general, la familia de los «mediolibristas» participa en un movimiento micromediático que devuelve la comunicación al campo de la política y la raigambre cultural y territorial. Al apoderarse de contextos y cuestiones habitualmente desatendidos por las macro y mesoestructuras mediáticas, su proyecto se «relocaliza» y se acompaña de modos de hacer las cosas que también contribuyen a restablecer la legitimidad de los medios e incluyen coherencia en la política: arraigo en la diversidad de luchas locales posiblemente asociadas con una articulación transnacional, pluralismo democrático y multiculturalismo, cooperación abierta y participación en la economía social, defensa de los derechos, incluido el derecho a comunicar y apoyo a las tecnologías e infraestructuras ciudadanas de telecomunicación. Otro hecho a tener en cuenta es la ausencia de una sola familia ideológica dentro de este movimiento. La reivindicación del derecho a comunicar y la democratización es una base común. Sin embargo, la diversidad es una regla en las identidades y los marcos ideológicos. La Carta Mundial de Medios Libres (2015), que fue el primer borrador de convergencia, es un reflejo bastante fiel de lo antes mencionado.
El nuevo reparto del mundo y sus incidencias
Este rápido retrato nos permite volver al terreno estratégico donde este movimiento evoluciona. En otras palabras, ¿cuál es su sustrato social y político? ¿Cuáles son sus debilidades y sus contribuciones en las transformaciones actuales? Primero, comencemos por el hecho de que el ascenso del «librismo» constituye en sí mismo una interpelación de los sistemas mediáticos y ciertos desarrollos globales. Resaltar filosóficamente la idea de libertad (de expresión, acción y asociación) no es para nada neutral en un tablero de ajedrez global cada vez más estrecho. Después de la apertura multilateral de los años noventa y el modelo de uniformización que lo sostuvo con el motivo de estabilizar un tablero geopolítico profundamente heterogéneo, se organiza ante nuestros ojos un nuevo reparto del mundo, esta vez en torno a potencias que encarnan intereses o incluso modelos en pugna. El retorno de las fronteras nacionales o la crispación política y de identidad de algunos es contraparte del apetito de influencia y la pretensión neoimperial de los nuevos competidores. Desde 2001, los síntomas han sido más claramente visibles en el reequilibrio de los flujos mediáticos y el uso estratégico que se hace de la información como un medio para influir en las relaciones de poder. Además, el modelo de comunicación «liberal», basado en el espíritu crítico, los derechos y la libertad de prensa, es puesto en tela de juicio por los detractores de la democracia liberal, a veces con razón en la medida en que ha difundido exageradamente un imperialismo de influencia. Todas estas dinámicas a su vez interfieren en el panorama de los medios y la información. Las consecuencias negativas son múltiples: estrechamiento de los márgenes de maniobra de la acción civil; control gubernamental y creciente represión de los formadores de opinión a escala mundial; erosión de la libertad de prensa; desinformación, escepticismo y pérdida de confianza respecto de los discursos y medios convencionales; dispersión ideológica e instrumentalización de la esfera civil como herramienta de propaganda.
La lista es larga y por el momento nada presagia una distensión de este orden en transición en el que las nuevas tecnologías de la comunicación y sus actores corporativos desempeñarán un papel decisivo. Aunque nada anuncia que los medios que buscan la independencia permanecerán en silencio. Dada la inestabilidad de este orden y sus heterogeneidades, seguirán produciéndose excesos bajo el efecto de aspiraciones sociales más «formadas» e interconectadas. Las movilizaciones en marcha en una veintena de países en nombre de la dignidad y las desigualdades están para recordarnos. En el plano de las relaciones internacionales, es significativo ver cómo una gran parte de los medios convencionales (y a veces también los medios independientes) continúan difundiendo la neolengua de un orden productivista, interestatal y neonacional, dando la espalda a un mundo social, interdependiente y en busca de sostenibilidad, exigiendo cruelmente nuevos marcos de interpretación. Uno de los desafíos para los medios libres es probablemente situarse en estas convulsiones, sobre todo cuando desestabilizan las bases perceptivas y contribuyen a poner a los organismos de intermediación tradicionales en un aprieto. El auge por doquier del complotismo y el rechazo del establishment mediático son síntomas de ello.
Breve mirada a algunas experiencias libristas
Después de estas consideraciones a nivel global, llegamos al campo de la acción mediática. ¿En qué producen los medios libres o independientes avances perceptivos y eventualmente ejercen una influencia cultural y política? ¿Cómo entender su estrategia de batalla cultural? Cuantitativamente, parece lógico que los medios independientes graviten a una escala de audiencia diferente que los grandes medios. Les es imposible alcanzar los efectos de hegemonía y saturación ejercidos por las industrias de influencia. Sin embargo, sobre todo en el terreno simbólico, es importante comprender las innovaciones y los avances culturales, mucho más que la simple acumulación de poder de fuego mediático. En este sentido, la historia habla por sí misma. Desde el tratado sobre minas antipersonales de 1997 donde las redes de intercambio impulsaron la formación de una coalición internacional y ejercieron presión sobre las potencias del Consejo de Seguridad de la ONU, pasando por la cumbre de la OMC en Seattle en 1999 con el Centro de Medios Independientes que inyecta la voz de los actores sociales en las negociaciones y opiniones o los documentos de Panamá de 2016 que obligaron a algunas personalidades políticas a renunciar a su mandato, hasta la acción de E-Joussour en el Magreb para contrarrestar la islamofobia, las «radios basura» de Quebec que polemizan sobre los discursos extremistas o los colectivos de medios libres en Brasil que pusieron en evidencia la participación de medios corporativos en la destitución de Dilma Roussef, sin mencionar los colectivos clandestinos que documentan los crímenes de guerra en Siria y que son objeto de una campaña de desinformación sin precedentes por parte de los beligerantes, los ejemplos y los formatos abundan. Las acciones mediáticas se arraigan en la acción, agregan y resaltan la voz de los actores sociales o ciertas dinámicas que permanecen no perceptibles (u ocultas) en los estratos verticales de los medios, a menudo abstractas y elitizadas. Erigiéndose en contradiscurso y probando otros enfoques cognitivos, ponen de relieven las contradicciones o los abusos de los sistemas en vigor, abordando las brechas perceptivas y obligando a profundizar tanto la calidad de los argumentos como de los contraargumentos. Las nuevas tecnologías y las redes les permiten propagarse en forma inmediata y descentralizada, lo cual es también una garantía para escapar del control y tener cierta seguridad.
Inteligencia y lucha asimétrica
Salvando las distancias, es útil conciliar esta fisionomía con la de las relaciones de poder asimétricas en las que un actor más débil puede modificar un status quo, incluso hasta hacer que un actor más poderoso se doblegue. En ello, la ideología y la inteligencia son recursos particularmente efectivos. De hecho, los avances logrados por los medios libres nos remiten a tres formas de inteligencia. Primero, una inteligencia de situación, es decir, la capacidad de visualizar los flujos de opinión y su morfología para darles cabida aprovechando una vulnerabilidad o una oportunidad provista por los eventos. Luego, una inteligencia de interpretación y descifrado, en la medida en que se trata de lograr una mejor comprensión de los hechos o los problemas, con mayor profundidad crítica y coherencia. Finalmente, una inteligencia de organización, dado que estos medios en red tienen la gran virtud de arraigarse en el tejido social (del cual derivan poder de comprensión y movilización), aun siendo descentralizados –por lo tanto, menos capturables por los poderes existentes– y adaptables al curso de los acontecimientos. A esta inteligencia se agrega la capacidad de aprovechar las tecnologías y las redes de propagación, incluidas las redes sociales corporativas y su lógica selectiva (filtros y algoritmos). Estos pocos elementos en sí mismos constituyen innovaciones significativas frente a los modelos clásicos de organización. También implican debilidades. Entre ellas, la diversidad que constituye, por un lado, un poder de ascensión de la información «social». Pero debido a la falta de una ideología común, hace que sea más difícil formar alianzas dentro de una constelación de iniciativas. Además, existe la dificultad de formar ecosistemas de medios suficientemente grandes y sólidos para conectar las cuestiones, entre ellas, aumentar las audiencias y contrarrestar la estrategia en «caleidoscopio» que desde hace un tiempo ocupa el paisaje de la información. Estas estrategias en ecosistema y su efecto de fragmentación epistemológica son técnicas conocidas y practicadas hoy para generar desinformación y confusión (o más precisamente agnotología, es decir, ignorancia). La ausencia de fondos estructurales también es un escollo para dar viabilidad a las iniciativas. De hecho, se encuentran entre los libristas problemáticas similares a las que atraviesa la sociedad civil organizada al momento de dar un paso adelante en su agenda política.
Ampliación de los desafíos
Por supuesto, debemos ir más allá en la visión estratégica de las organizaciones y tener cuidado de no generalizar demasiado las perspectivas. Surgen otras preguntas. Más allá del seguidismo fáctico que impregna el lenguaje de los medios, ¿pueden las brechas perceptivas abiertas por los medios libres alcanzar cimientos culturales más profundos? ¿Debe o puede su influencia rivalizar con la estructura editorial de los medios públicos y privados, cuya función de intermediación es relativamente estable a pesar de la disminución de la confianza y la concentración de los medios? Si admitimos que un buen número de sociedades todavía tiene que lidiar con su contradicción estructural y una traducción de la modernidad en sus fundamentos culturales, ¿podrían los medios libres participar en este papel esencial de traductor, es decir, en definitiva una mediación eminentemente política? ¿Cómo pueden inscribirse en las temporalidades y combinar la operación a corto plazo con la acción a mediano plazo? ¿Pueden sobrevivir al margen e inventar modelos económicos? Quedan muchas respuestas por escribir.
Para concluir y consolidar esta reflexión sobre los desafíos, recordemos que no puede prescindirse de una mirada más amplia a la «función de los medios» que el mundo y sus esfuerzos de transición necesitan. El mosaico de la iniciativa muestra que la gramática de los libristas es partícipe en una renovación de la intermediación y la política a escala internacional. Este impulso ya los coloca ante desafíos en común con los movimientos sociales y la sociedad civil. ¿Cómo percibirse como un movimiento? ¿Cómo convertirse en un actor colectivo y organizarse de lo local a lo global en un panorama de la información que intensifica nuevas batallas cognitivas, de identidad y políticas? En tal sentido, los movimientos de transición sistémica han recordado recientemente una serie de perspectivas2 que es apropiado repetir aquí. Según ellos, en esencia, es necesario: salir de las burbujas autorreferenciales y del separatismo ideológico e identitario que a menudo ha caracterizado los espacios antiglobalización o los movimientos de transición; desarrollar una «ciencia» y prácticas que permitan evoluciones culturales más profundas; crear un movimiento transversal capaz de desfragmentar y articular las cuestiones, los desafíos y las acciones de transición; inventar nuevas formas de crear significado y producir narrativas basadas en la realidad. Además de hacer referencias directas a la dimensión narrativa y mediática, estas perspectivas son susceptibles de estimular los imaginarios. Todas estas preguntas deben ser comprendidas por los esfuerzos y las personas que participan en los medios libres. También pueden potencialmente fortalecerlos en su lucha local y diaria.
- Fora do Eixo (Brasil), Coordination permanente des médias libres (Francia), Real Media (Reino Unido), Nawaat (Túnez), Mada Masr (Egipto), Al-Jumhuriya (Siria), Fann magazin (Alemania), el Salto (España), Colectivo para un nuevo periodismo internacional, etc. son algunos nombres de estos medios, dentro de una constelación cuya amplitud es difícil definir por el momento.
- Switching off the autopilot, An evolutionary toolbox for the Great Transition, Smart CSOs, 2019.