“Más que ser una causa de la crisis de finales del siglo XX, Internet parece haber sido una consecuencia del colapso del poder jerárquico.” – Niall Ferguson, The Square and the Tower: Networks and Power, from the Freemasons to Facebook, 2019.
“No obstante, habrá un intervalo bastante largo durante el cual los principales avances intelectuales serán realizados por hombres y ordenadores trabajando juntos en íntima asociación.” – Joseph Licklider, Man Computer Symbiosis, 1960.
Nueva columna vertebral de las actividades humanas, Internet es también y sobre todo la piedra angular de la informatización, una noción a menudo degradada que, sin embargo, tiene el mérito de dirigir la atención hacia la tercera revolución industrial que comenzó hace medio siglo. Se originócon el surgimiento en los años setenta de un nuevo sistema técnico basado en la combinación de la microelectrónica, las redes ubicuas y la ingeniería de software. Este sistema, que en su mayor parte vio la luz en un período de relativa retirada de la centralización estatal en los Estados Unidos en un contexto de tensión Este-Oeste, transformó e “informatizó” las dos arquitecturas sociotécnicas anteriores. En el último cuarto del siglo XVIII, la primera revolución industrial giró en torno a la mecánica y la química. Un siglo después, la segunda incorporó la energía (la electricidad y el petróleo) y dio lugar al surgimiento de la gran empresa, las bases del capitalismo contemporáneo, al tiempo que consolidaba la precedencia europea sobre el mundo.
Esta transición ciberindustrial, que Eryk Brynjolfsson y Andrew McAfee recuerdan en Race Against the Machine (2011) está solo en los albores de su potencial de evolución, no es solo una lista de innovaciones disruptivas, como el espíritu de nuestro tiempo suele complacerse en describirla. Es, sobre todo, una fuerza perturbadora que levanta sociedades enteras y modifica la naturaleza con la que se confrontan las intenciones y las acciones humanas. Por ello, a semejanza de los ciclos industriales precedentes, la informatización plantea en primer lugar un inmenso desafío para los marcos conceptuales y perceptivos. ¿Qué sentido darle y qué alcance estratégico atribuirle? ¿Cómo discernir su funcionamiento y cómo caracterizarla en sintonía con los fundamentos culturales y filosóficos de cada sociedad? ¿Cómo integrar sus nuevos modelos económicos y cómo regularlos?
De ahí las crisis multiformes y la confusión de géneros, de las cuales encontramos una traducción en los ciclos de innovación identificados por Nikolaï Kondratiev, y que se manifiestan en muchas partes de los espacios económicos e institucionales y la sociedad civil organizada: anteojeras epistemológicas y caducidad de las pautas de interpretación; fallos en serie en los sistemas de información de los procesos productivos; debilidad de los consensos internacionales más allá de los estándares técnicos básicos1; instituciones que reaccionan en la dirección contraria; injerencia de las tecnologías de la información en la esfera pública y subestimación por parte del Estado de los riesgos y las potencialidades; y el far west económico que deja el campo abierto a las lógicas feudales o depredadoras.
Estado de naturaleza hobbesiana, si es que los hay, esta cacofonía es tanto más pronunciada porque Internet nace en un período de cuestionamiento del control estatal2 y es llevada por un dinamismo libertario que la proyecta, por así decirlo, por “efracción” al espacio transnacional. La red de datos universal crece bajo el efecto de una agregación descentralizada, no de una planificación jerárquica. Símbolo al principio de una globalización pacífica, la joven world wide web fue atrapada por el mercado y luego entró en la dinámica de conflicto de los años noventa. Estados Unidos y Japón libran la primera guerra informática en el frente de la industria de los microprocesadores, los grandes sistemas informáticos y las monedas. En Francia, la Delegación General de Informática trató de imitar el enfoque estadounidense lanzando en 1972 el proyecto Cyclades que, sin embargo, no logró liberarse de las contradicciones internas. En general, la agitación en torno a la modernización del aparato industrial francés y una posición demasiado a la expectativa de disrupciones tecnológicas limitaron la anticipación de los desafíos del mundo de la información. Esta inercia se refleja actualmente en la desconexión de las élites francesas frente a las cuestiones del poder y la información (la misma situación puede trasladarse a otros países).
Las nuevas interdependencias materiales e inmateriales asociadas a los recursos electrónicos colocaron a la informatización y la economía casi simultáneamente en la órbita de los modos de aumento del poderío impuestos por los Estados nación. A fines de 1990, Estados Unidos mostró su ambición de information dominance reivindicando su lugar como líder mundial de la información privada. Esta proyección global abrió el camino a los monopolios de las GAFAM—seguidos más tarde por el contramonopolio de las BATX a nivel chino—y en un sentido más amplio por la inversión en el almacenamiento de datos (cloud) y la valorización de una economía del conocimiento. La posición dominante de Estados Unidos en el ciberespacio fue criticada abiertamente a principios de la década de 2000, pero la competencia asiática ya había empujado a los estadounidenses a pasar de una política de dominio de las tecnologías a una búsqueda de control y supremacía global en las tecnologías de la información (mediante el control de Internet y el espacio, los grandes sistemas de información, las reglas y las normas, así como la producción de patentes).
En el transcurso de los últimos diez años, las actitudes defensivas frente a esta supremacía en el contexto de la transición hacia un orden multipolar han comenzado a trazar fronteras culturales y estratégicas en el ciberespacio, en particular por parte de las potencias rusa y china y de manera más marginal por Europa y otros países. A pesar de los anuncios de reforma suscitados por el caso Snowden en 2013, Estados Unidos ha mantenido el statu quo en el control global de Internet y la vigilancia generalizada. En el mismo año 2013, China lanzó la iniciativa Belt and Road Initiative, cuyo proyecto incluye una respuesta de información y coincide magníficamente con la ruta del rimland de cerco que el estadounidense Nicholas Spykman había formulado en 1942 para establecer la pax americana de posguerra. Esta rivalidad bipolar se ha visto reforzada hasta el día de hoy por los episodios de guerra económica librada en torno a la tecnología 5G, la empresa Huawei y las industrias de semiconductores.
A lo largo del camino, las últimas tres décadas han marcado un cambio de rumbo en el plano estratégico. El occidentalismo, como horizonte de una globalización feliz, está en relativo reflujo. Otras cosmovisiones han tomado forma, cada una en su área geopolítica, con sociedades consumistas en su seno que tienen finalidades sociales divergentes. El tablero de ajedrez internacional ahora se divide en dos mundos, el material y el inmaterial. La informatización ha proporcionado una base para esta evolución, en combinación con un conjunto de factores geopolíticos. La búsqueda de dependencias en el campo de la tecnología3 y la producción de conocimiento se han convertido en una palanca de poder central, más aún dentro de una conflictividad global que inhibe los enfrentamientos militares y multiplica las confrontaciones “irrestrictas”, haciendo referencia a una obra homónima en China4. Las rivalidades geoeconómicas y de la información se intensificaron, conformando un sistema junto con los espacios legal, normativo y militar. Sin duda, Antonio Gramsci habría visto en esto una extensión fantástica de lo que él consignó un siglo antes en torno a la noción de hegemonía cultural.
La interpretación y la conquista de este nuevo mundo inmaterial apenas han comenzado. Recordemos que se necesitaron varios siglos, desde Nicolás Maquiavelo y otros predecesores, para discernir las leyes que gobiernan las relaciones de poder en la esfera material. Nuevos modos de dominación son puestos a prueba. Lejos de alcanzar la supremacía por el solo peso acumulativo de las tecnologías, las interacciones y los espacios autónomos de información ofrecen un terreno muy dinámico donde los débiles tienen márgenes de maniobra sin precedentes para enfrentarse o incluso derrotar a los fuertes. Esta gramática es consustancial al protagonismo de nuevos actores desde los años noventa, en particular los movimientos contestatarios, así como las entidades civiles y privadas, que han sabido adaptarse muy bien a este entorno.
En el campo económico se han producido corrientes de fondo de magnitud comparable. Detrás de lo “digital”, que recordemos no es más que un modo de codificación de datos que desde 2010 se ha convertido en el término para definir la etapa actual de la informatización5, la sinergia entre el espíritu humano y el ubicuo controlador lógico programable ha generado una automatización diferenciada de tareas repetitivas, ganancias de productividad, así como un conjunto de reconfiguraciones en la producción de bienes y servicios. Los sistemas de información se han convertido en la piedra angular de la creación de redes de bienes y servicios, trasladándose el empleo al sector terciario y a la fase de diseño. La economía informatizada expande las disposiciones colaborativas en red (mediante la segmentación de la producción para distribuir los riesgos y la carga de la complejidad), aumenta las competencias (el trabajo humano se desplaza al espacio lógico e intelectual) y promueve la calidad (la diversificación de un bien o un servicio amplía su calidad para cada segmento de clientes) y la innovación. La riqueza de una empresa en la economía informatizada proviene entonces de la competencia de sus diseñadores, de la calidad de su organización y sus redes, de las patentes, los planes y los programas informáticos que ha acumulado.
En paralelo, esta economía también ha adquirido un perfil que es a la vez ultracapitalista, monopolista, competitivo y depredador, no solo porque los “Rockefeller” de los tiempos modernos están obviamente en emboscada, sino sobre todo porque su entrelazamiento con la economía mecanizada en las condiciones actuales de regulación favorece la lógica de máximo riesgo (la mayor parte de la inversión financiera se concentra antes de las fases productiva y comercial), la competencia monopolística (un actor fundamental se lleva todo temporalmente y se rodea en sus fronteras de competidores diversificando la oferta y alentando la innovación) y el rendimiento a escala creciente (el costo promedio de una unidad producida disminuye cuando aumenta la producción). En otras palabras, la economía que se informatiza crea un aumento brutal de la depredación. La economía de Internet se está volviendo violenta y patrimonial y las brechas abiertas en este patrimonio desprotegido incitan a la gente a apoderarse de él. El empuje de la doxa neoliberal en los años setenta, que algunos economistas como Michel Volle correlacionan con el auge de la informatización, reforzó estos comportamientos. Por último, si lo digital está ahora en la proa del crecimiento y las inversiones financieras, su huella de carbono para 2025 presenta un balance, si no alarmante, al menos relativamente significativo6, lo cual sin duda pondrá en primer plano la viabilidad energética de la economía inmaterial.
Diferentes observadores, desde John Perry Barlow7 hasta Jean-Louis Gergorin8 o Soshana Zuboff9, lo han recalcado con frecuencia: la rapacidad es endógena en esta nueva economía. Desde la evasión fiscal y la vigilancia, pasando por la desindustrialización (cuyas fechas coinciden en Francia con el inicio de la informatización), la precarización de los trabajadores, el blanqueo de beneficios ilícitos, la delincuencia financiera y la captación discrecional del valor, todas estas y otras prácticas tienen en común que exacerban las fracturas existentes y que ponen al estado de derecho en una situación inestable. El ascenso triunfalista de los monopolios de lo digital al podio de la riqueza mundial no puede separarse de esta depredación y de un formateo cognitivo por parte de los partidarios del “tecnoglobalismo” que permitieron restringir las percepciones de las tecnologías de la información en torno a un enfoque reductivo. Después del caso Microsoft en 1998, la acción judicial del regulador estadounidense a finales de 2020 contra Facebook y Google muestra cómo las sociedades occidentales están cuestionando una vez más la desmesura de estos imperios privados.
Al respecto, conviene señalar que los sesgos cognitivos constituyen un obstáculo importante a la hora de comprender la informatización. El pensamiento choca con las realidades emergentes. Muchos actores civiles luchan por concebir lo digital desde el ángulo defensivo de la depredación sin cuartel por parte de los nuevos señores del capitalismo inmaterial. Aquí y allá nos encerramos en capillas disciplinarias y en un intelectualismo sentencioso. Empresas e instituciones son puestas en tela de juicio. Los escenarios orwellianos y la confusión avanzan a buen ritmo, especialmente en torno a la inteligencia artificial y los escenarios de transición (como el propuesto por Jeremy Rifkin en torno a la energía, el Green New Deal de los demócratas en Estados Unidos o el decrecimiento, por nombrar solo estos tres casos). Ante estos escenarios por lo general nos negamos a considerar un rol distinto al técnico para la informatización, cuando esta se ha convertido en motor de la industrialización y es potencialmente una de las claves de la economía baja en carbono, de una sociedad de utilidad y calidad. Para aquellos que buscan discernir este paisaje de una manera realista, los innumerables comportamientos negativos resultantes de la depredación son naturalmente uno de sus rasgos evidentes. El derrotismo del ambiente es otro, que con demasiada frecuencia enmascara el desconcierto del pensamiento para abordar la trama organizacional y conceptual planteada por la informatización. Razonar en este nuevo contexto requiere adoptar una racionalidad abierta y pragmática, en contacto con lo experimental, y menos una racionalidad conceptual y causal heredada del sistema técnico mecanizado.
En los años cincuenta, pioneros como John von Neumann o Joseph Licklider sentaron las bases científicas de la informatización con miras a explorar su alcance antropológico. En las décadas siguientes, con la ampliación de los usos, el espíritu de la época se replegó en dimensiones particulares; algunos autores se centraron en la dimensión científica y técnica y otros en la de los usos. A excepción de algunos informes temáticos de alta calidad, ninguna entidad multilateral o académica—como un IPCC10 de la informatización y el ciberespacio a semejanza del IPCC sobre el cambio climático—está preparando actualmente un panorama completo de su evolución. Salvo excepciones, especialmente en las culturas estratégicas estadounidense, inglesa y rusa, donde el frente de la información está estrechamente vinculado a otras dimensiones, el enfoque de silos es dominante, incluso dentro de la investigación universitaria. El radar de los reguladores apunta a la gestión diaria en reacción a cada nuevo problema o escándalo, muy por detrás del tren de alta velocidad de la innovación y el acaparamiento. Movimientos como el slow web, las low techs o el tecnodiscernimiento apuntan precisamente a desacelerar la avalancha tecnológica para devolverla al ámbito del control social. Sin embargo, a la luz de los ciclos industriales anteriores, es evidente que las posturas defensivas o cortoplacistas son insuficientes y que es primordial ocuparse de la orientación del nuevo sistema técnico y sus condiciones de efectividad.
En circunstancias similares en las que se abría un mundo inexplorado, Adam Smith, Léon Walras, Henri de Saint-Simon, John Hicks, Frederick Taylor o incluso Alexis de Tocqueville proporcionaron en su tiempo claves decisivas para descifrar partes de la realidad que brotaba ante sus ojos. Después de cinco décadas de informatización, sigue vigente la misma exigencia de orientación, identificación intelectual y pedagogía. Esta necesidad es particularmente cierta para Europa, dependiente y en retroceso frente a los países emergentes, donde el legado del pasado paraliza en gran medida las pautas de interpretación. En Francia, la esfera inmaterial sigue siendo un concepto borroso, sin suscitar un análisis en profundidad de las cuestiones de poder. El aparato estatal, las estructuras patronales y la mayoría de las empresas compartimentan la industrialización y la economía, la informática de gestión y la informática de los procesos y datos, sin comprender que la producción de bienes y servicios ahora no puede existir sin procesamiento informático.
En cuanto a los arreglos creativos, por ejemplo en la línea del commoning, que reconstruyen las solidaridades horizontales y reformulan la distribución del valor más allá de los esquemas mercantilistas, estos florecen en el ámbito de la información: gestión cooperativa de recursos informáticos (redes comunitarias, enrutamiento, servidores, hardware, etc.); codesarrollo de sistema operativo, software libre y conocimiento en línea; colectivos socioprofesionales que valorizan los datos generados en su actividad (data collective); creación de estructuras de información autónomas para apoyar iniciativas en muchas áreas (monedas y créditos locales; movilidad y seguridad ciudadana; diseño, arte y educación; medios de comunicación, etc.). Como lo expuso Yochai Benkler11 en Wealth of Networks, estos arreglos son prometedores en la medida que hacen surgir una economía de la diversidad y la riqueza social que es posible gracias a una amplia gama de actividades de pensamiento, socialidad e intercambio. Proporcionan márgenes de maniobra a los territorios que resisten la depredación. Sin embargo, ¿pueden constituir el esqueleto de los sistemas productivos y el modelo de la nueva economía de intercambio sustentada en las redes? Nada es menos cierto, ya que la informatización se encarna en primer lugar en los procesos mismos del espíritu empresarial clásico—en el sentido schumpeteriano de innovación y asunción de riesgos—y está estrechamente inscrita en las relaciones de poder que permanecen relativamente eclipsadas en el ámbito de los comunes.
ESTRATEGIAS POSIBLES
Este panorama fue elaborado de forma deliberadamente amplia para situarse en un movimiento de fondo que solo aflora de manera muy parsimoniosa en las pautas de interpretación. Para Dunia/Traversées, esta visión es en sí misma un aprendizaje de varios años, construido en un viaje de ida y vuelta entre la acción directa y la exploración intercultural. No puede ser disociada de una mente crítica y del habla sincera, ambos necesarios para mover las barreras perceptivas. Las siguientes perspectivas intentan esbozar respuestas basadas en nuestra experiencia, pero sin limitarlas a los límites inherentes a nuestra capacidad de acción.
Se plantean cuatro grandes ejes estratégicos: 1. Promover nuevas pautas de interpretación. 2. Formalizar y modelar la economía informatizada. 3. Desarrollar una inteligencia de las confrontaciones de información. 4. Apoyar los enfoques de soberanía y autonomía de la información.
- Véase el informe 2021 sobre la economía digital de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.
- Como lo señala el historiador Niall Ferguson en The Square and the Tower: Networks and Power, from the Freemasons to Facebook.
- Este es también el caso de las tecnologías de transición eólica, energética, fotovoltaica o la madera de construcción en Francia, que reactivan la dependencia comercial.
- “La guerra irrestricta”, Qiao Liang y Wang Xiangsui.
- Como grandes etapas, podemos distinguir: los mainframes y las primeras aplicaciones (años 60); los sistemas de información y los clusters de terminales (años 70); la ofimática y las microcomputadoras (años 80); la teleinformática, la mensajería y la informatización de procesos (años 90); el comercio electrónico, la maduración de la web y el teléfono inteligente (años 2000); lo digital, la nube, el big data, la inteligencia artificial y la blockchain (2010); 6G, la Internet de las cosas y la informática cuántica (años 2020).
- The Shift Project habla de un balance de carbono equivalente para la web a los del parque automotriz mundial para 2025, pero esta cifra es fuertemente criticada, en particular porque ignora las ganancias en la desmaterialización.
- Autor de una Declaración de independencia del ciberespacio escrita en ocasión del Foro de Davos de 1996.
- Rapacités, 2007 y Cyber. La guerre permanente, 2018.
- The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power. 2019.
- Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el cambio climático
- The Wealth of Networks: How Social Production Transforms Markets and Freedom, Yochai Benkler, 2006