«O inventamos o erramos” afirmaba combativamente el pensador venezolano Simón Rodríguez para inspirar a los libertadores del continente latinoamericano en los albores de su primera independencia. Esa frase da una idea bastante acertada de lo que espera a los centenares de comunicadores, medios, redes y activistas que se darán cita en el próximo Foro Mundial de Medios Libres (FMML), organizado en concordancia con el Foro Social Mundial en agosto de 2016 en Montreal. Frente a una realidad comunicacional que cada día muestra un poco más el poder de los fundamentalismos mercantiles e identitarios, el Foro está llamado inevitablemente a profundizar sus discusiones y consolidar su hoja de ruta.
Detengámonos un momento sobre algunos hechos mediáticos que marcaron los últimos meses y cambiaron el rumbo de las batallas en curso en diversas regiones del mundo. En Brasil, democracia popular situada en el centro de la alianza multipolar constituida por los países BRICS, la reciente destitución de la jefa de Estado Dilma Roussef no fue preparada por una oposición política formada por partidos tradicionales, en connivencia habitual con el aparato diplomático norteamericano. Como esa oposición no existe realmente por el lado de los partidos políticos, aprendió a rearmarse en el espacio organizado por los conglomerados mediáticos, en alianza con algunos sectores financieros y judiciales. Los medios Folha de São Paulo, Globo, O Estado de São Paulo, Isto E y Veja son las marcas registradas de poderosos instrumentos ideológico-mediáticos, cuyos comandos son directamente accionados por las élites que desean retomar ahora el poder sobre la economía brasilera. Si bien esta troika mediático-jurídico-financiera no ha dejado nunca de desestabilizar las fuerzas populares durante la última década, la novedad ahora es que pasó a un grado mayor de coordinación y de ofensiva. En la mayor parte de los países latinoamericanos, los límites para profundizar los proyectos progresistas están relacionados con el mantenimiento de esa superestructura mediática que escapa al control popular y planea sobre el escenario político.
En la Unión Europea, el ascenso no sólo electoral sino también social de las extremas derechas encontró un apoyo indirecto en la saturación emocional y la propagación psicológica del miedo a través de los medios. Occidente en su conjunto es blanco del 2% del terrorismo global desde el año 2001- olvidamos que sus golpes tienen lugar esencialmente en Asia y en África-. Pero la hipermediatización de los incidentes y la presión que de allí deriva sobre la opinión pública en una Europa que lucha con su propia identidad, llevan a la clase política a dar vuelcos reaccionarios que terminan a fin de cuentas entregando llave en mano una política de propaganda para los yihadistas y la extrema derecha en ascenso en la mayoría de los países europeos. Tal como lo señala la periodista Martine Turchi [1], las realidades geopolíticas hacen que el desborde de las formaciones políticas de centro derecha-izquierda se convierta en el lecho de una estrategia de marketing comunicacional para los grupos radicales, sobre el telón de fondo del ultranacionalismo y la xenofobia subyacente. Los derechos y las libertades civiles tienden entonces a transformarse en comas dentro de una prosa ampliamente dominada por el retorno del control y lo securitario.
En las latitudes africanas y asiáticas, ambas fábricas de esperanza y de nuevas clases medias a nivel mundial que consagran las redes sociales, el último informe sobre la libertad de expresión realizado por Reporteros Sin Fronteras [2] señala un endurecimiento autoritario de los regímenes políticos en relación a la prensa y una creciente influencia de los monopolios mediáticos. El atentado que apuntó al equipo de periodistas de canal popular Tolo TV en enero de 2016 en Kabul simboliza quizás mejor que Charlie Hebdo en Francia los riesgos de la actividad mediática cuando se la ejerce dentro de un orden global desequilibrado, atrapado entre las maniobras neoimperialistas de las potencias y las presiones socioculturales que la modernidad ejerce sobre las sociedades del sur. La entrada con fórceps a la modernidad occidental -en nombre de la competitividad económica- exacerba las tensiones identitarias, religiosas y étnicas. El asalto de Tolo TV en Kabul, que se cuenta lamentablemente entre otros tantos ataques en los países llamados emergentes, forma parte de un creciente movimiento de agresiones dirigidas hacia los vectores de información que son identificados como catalizadores de energía subversiva y contestataria del poder.
¿Se trata de hechos circunscritos o momentáneos? Todo lleva a creer que, como otras cuestiones de la agenda internacional, la arrogancia de las élites dirigentes y los grandes Estados industriales prefieren hoy precipitar al mundo hacia un orden guerrero y desigual más que frenar un poco la carrera y ponerse a estudiar colectivamente otras salidas posibles. Los medios, evidentemente, quedan mezclados en la tormenta y se alinean ya sea del lado del arsenal ofensivo, ya sea del lado de los objetivos a eliminar o desacreditar. Las iniciativas independientes tienen la vida difícil. Emerge o se reactiva un periodismo popular y ciudadano, todavía con muy pocas herramientas de regulación, jurídicas y financieras. El informe MacBride «Un solo mundo, múltiples voces” sigue perfectamente vigente: en los años ’80, llamaba a disputar nuevos equilibrios informativos, murmurando una salida alternativa al régimen bipolar de la Guerra Fría. Aunque el mundo actual pueda felicitarse por estar transitando hacia un orden multipolar, no deja de ser precario y de estar hegemonizado por los actores tradicionales del poder mundial, peligrosamente librado a una conducción que es, por lo menos, aleatoria.
Este claroscuro gramsciano, evidentemente preocupante, no apagará las esperanzas ni hará que las luchas por el derecho a comunicar se hundan en el mismo nihilismo que las corporaciones mediático-financieras. Basta con observar el impacto de Wikileaks, de Edward Snowden y recientemente de los Panamá Papers – aun conociendo su ambigua filiación- o las incontables acciones de comunicación popular para entender que las relaciones de fuerza mediáticas ya no se establecen del todo según una lógica lineal de acumulación. Es cierto que los monopolios siguen siendo un límite existencial para las posibilidades populares y democráticas. No obstante ello, una mayor concentración mediática no equivale proporcionalmente a un mayor poder para convencer a las multitudes. La difusión del poder es un hecho y esto ha sido particularmente bien comprendido por los mercaderes de influencia o los saboteadores de movimientos de emancipación. Dentro del Foro Mundial de Medios Libres y en otros espacios vemos brotar una verdadera primavera a favor de una comunicación popular y ciudadana en red, propulsada tanto por voluntades e iniciativas nuevas como por nuevos soportes y tecnologías de comunicación. Ya sean bloggers, periodistas, lanzadores de alertas, activistas, comunicadores, hackers o desarrolladores, muchos afirman, en su idioma y a su manera, no sólo un rechazo del statu quo sino también una necesidad de descolonización y de reinvención de la comunicación.
El Foro Mundial de Medios Libres afirmó hasta qué punto es importante no solamente enunciar, sino sobre todo construir, aquí y ahora, las bases de otro orden informativo, respetuoso de las culturas, de la memoria y de las identidades de los pueblos. En la Carta Mundial de Medios Libres, finalizada en marzo de 2015 en Túnez, destacamos el compromiso de los medios independientes para promover otras maneras de vivir, otras representaciones del mundo y alentar nuevas formas de participación y compromiso político. En el fondo, el debate recién comienza dentro de esta gran constelación de medios “libres” -el adjetivo libre todavía es muy reductor como para calificar la diversidad de las prácticas existentes-.Vemos desde ya una agenda temática e iniciativas que se van implementando. Y sobre todo, excelente noticia, hay coordinaciones de medios libres e independientes que se van armando aquí y allá, a nivel nacional o territorial, para forjar un horizonte de concepción y acción en común.
El hilo rojo de esta nueva etapa en Montreal está inspirado claramente en los puntos que acabamos de mencionar. Ocupan allí un lugar central, por ejemplo, el tema de la violencia infligida a los medios y a los periodistas, las luchas por marcos legales y democráticos de la comunicación, las herramientas y la viabilidad de los medios libres, los derechos y la libertad de acceso a internet, así como también la soberanía tecnológica. Más allá de esta indispensable agenda pragmática, también se nos pide que vayamos sobre el terreno del imaginario transformador, tan importante en vistas del contexto actual. El foro, no como institución sino sobre todo como historia, agenda y proceso social, ofrece una convergencia inédita en un momento en el que la conectividad se burla de las fronteras y se organiza a nivel transnacional. ¿Se lo puede concebir como un movimiento en marcha, en otras palabras un sujeto colectivo construyendo una suerte de “frente internacional de comunicación emancipadora”, como sugirió recientemente el filósofo mexicano Fernando Buen Abad al denunciar la puesta en práctica de un nuevo Plan Cóndor mediático [3]? Evidentemente, eso es aventurarse por un camino escabroso. Sin embargo, la discusión es necesaria cuando el primo mayor, el Foro Social Mundial, y otras iniciativas tardan en dar a luz una fuerza sociopolítica consistente frente al avance de la globalización neoliberal. Aunque es imposible que el FMML lleve adelante solo esta discusión, su naturaleza polifónica, multisectorial, no dogmática, a caballo entre la política y las realidades sociales, le concede un lugar particularmente apropiado para provocarla.
[1] Martine Turchi, Médiapart
[2] https://rsf.org/
[3] Plan Condor médiatique