Aporte para los debates del Foro Social de Internet
En un lapso de 25 años, el ciberespacio ha alzado las altas esferas del poder global para constituir un bien geoestratégico similar a otros espacios tradicionales tales como las aguas internacionales, la atmósfera y el espacio. Esta velocidad de ascensión es inédita en la historia. Nunca habíamos observado, en tiempo de «paz global» (o más bien de ausencia de guerra global), el desarrollo tan veloz de una nueva dimensión de interdependencia planetaria, donde juegan simultáneamente los aspectos políticos, militares, económicos, tecnológicos, así como también muchísimos actores sociales e institucionales, con mayor densidad en las economías avanzadas. Luego de un primer período donde Internet evolucionó relativamente a la sombra de la competición entre potencias, estamos ahora ante una nueva etapa en la cual los actores tradicionales del tablero geopolítico, en particular los Estados industriales y las corporaciones transnacionales, marcan fuertemente su impronta. Los nuevos archivos recientemente difundidos por Wikileaks en febrero 2017 nos remiten una vez más a este preocupante grado de colonización de la red global y los intereses en juego.
En efecto, no pasa un año sin que se visibilicen nuevas aristas de la disputa en Internet y que se desate un nuevo escándalo de control orwelliano de los nuevos recursos digitales. Recordemos que en el año 2013, Edward Snowden había marcado un antes y un después en la historia digital que probablemente ninguna acción educativa podría haber alcanzado: reveló la tentacular magnitud del aparato de interceptación implementada desde Estados Unidos en alianza con otros países industriales y las grandes corporaciones de la industria digital. En 2014, salió a la luz el espionaje de las presidentas Dilma Roussef y Angela Merkel, lo cual aceleró la organización de la cumbre multilateral NetMundial en Brasil en 2014 y algunas reformas institucionales dilatadas en la regulación de la infraestructura de Internet (desamericanización del ICANN). En el 2016, la captura de correos de la Convención Nacional Demócrata en EEUU influyó directamente sobre el proceso electoral que se desarrolló en noviembre 2016.
El avance de este clima de vigilancia tiene como correlato la progresión de la hiperconcentración de la industria digital. Hoy, cinco compañías norteamericanas (Google, Microsoft, Facebook, Amazon y IBM) ya han absorbido una gran parte de los datos mundiales. El duopolio Google y Facebook han captado en el año 2016 un 95% del total de los ingresos de publicidad en Internet mientras el conglomerado Alphabet Inc, dueño entre otros de Google Inc., Gmail, Youtube y Android, se ha vuelto la mayor empresa de comunicación a nivel global, incentivando la convergencia entre diversas ramas tecnológicas (bio-nano-info-ciber). Estos hechos sobresalientes en la superficie, son en realidad epifenómenos de un continente cada vez más extenso y espeso (un «8to continente» como lo había bautizado el informático nigeriano Philip Emeagwali en los años 90), en el cual se manifiestan una conflictividad creciente y un mayor grado de disputa.
Si entramos en el ciberespacio por la puerta de los actores pesados y del eje vigilancia-concentración corporativa, es porque nos permite poner de relieve un elemento central que caracteriza las nuevas reglas del juego actuando en el terreno electrónico. La llegada de estos grandes actores en el territorio electrónico ha operado un giro copernicano de las modalidades de intervención en la red y deja trunco de algún modo los primeros sistemas ideológicos que habían diseñado su etapa de inicio y generalización. De un espacio horizontal y descentralizado, nutrido por una concepción libertaria de intercambios autónomos, inventado en su origen por ingenieros estadounidenses y europeos con el apoyo de fondos militares en el marco del ARPA (Advanced Research Projects Agency), Internet se desarrolló hasta el año 1984 como una estructura inter-universitaria en un clima de apertura muy favorable a la innovación tecnológica que luego se expandió de manera exponencial al momento en que liberan los protocolos de la Web a partir del año 1993.
Los actores industriales que ingresan a partir de este momento se apoyaron sobre un marco combinando muy eficazmente unidad normativa (dominios, protocolos, ruteos) y descentralización física (tendido de fibras, puntos de intercambios, acuerdos entre redes, inversión financiera híbrida en la infraestructura material), en plena progresión y carrera económica de las potencias (re)emergentes. El espacio electrónico se fue colocando en el corazón de los intereses de estas potencias, dentro de un orden geoeconómico hegemonizado por los Estados Unidos con un bajo nivel de regulación, lo cual terminó de convertir la red en una columna vertebral de la trama política y económica mundial al mismo tiempo que transformó la matriz de poder y los patrones socio-productivos.
Este salto de la microelectrónica al poder mundial no genera solamente una mera evolución tecnológica. Se trata de un profundo movimiento que desencadena un conjunto de rupturas en los equilibrios socio-técnicos, chocando además con regímenes políticos acotados que no disponen de resortes políticos, culturales, constitucionales y jurídicos capaces de tratar la naturaleza y la velocidad de los fenómenos. Los mecanismos lógicos de Internet, el código y los algoritmos, son ley como lo anunciaba de forma pionera el jurista Lawrence Lessig en el año 2000. Basta ver como han permeado muy rápidamente otros tipos de innovaciones tecnológicas tales como las semillas transgénicas o insumos químicos bajo la presión del crecimiento productivista en todos los intersticios del sistema liberal westfaliano. La «Muralla cibernética» china da un contra-ejemplo elocuente en cuanto barrera centralizada para manejar soberanamente la inserción en el flujo digital global sin quedar al margen de la carrera informacional. Zygmunt Bauman bien sintetizaba que la globalización había conducido a un mundo donde “hay política local sin poder y poder global sin política”.
Algo de ello rige en el campo cibernético e informacional, en estrecha relación con el proyecto geoeconómico neoliberal que las élites globales arriman a la expansión de Internet y a una posible cuarta revolución productiva sostenida por sus fabricas «biopolíticas» de consenso. De hecho, el marco de interpretación no solamente institucional sino también cultural en el cual se apoya el abordaje multilateral del ciberespacio sigue siendo fuertemente instrumental y inacabado (1), lejos de elevar una dimensión política fundada en la idea de común estratégico o de nuevo vector de distribución de riqueza. Esta subpolitización en el plano formal no ha acelerado una gobernanza mundial efectiva del ciberespacio, sino más bien un consenso de administración tecno-económica consolidando un grupo de actores e intereses sectoriales (2).
Ante el surgimiento de estos elementos perturbadores, existen muchas preguntas, lecturas y luchas diseminadas, atravesadas por una gran variedad de corrientes ideológicas (neoliberales, idealistas, tecno-centristas, libertarios, soberanistas, oscurantistas…etc). De hecho, no existe hoy un único sujeto colectivo capaz de jerarquizar una agenda estratégica de lucha de lo local a lo global. Que así sea y el reto esta claramente en formar nuevas alianzas y quizás una ideología para ir más a fondo en la disputa política. No obstante, una mirada histórica nos muestra que el desafío no se encuentra tanto en los sujetos o las luchas sociales que siempre se constituyen frente a las modalidades de explotación, sino en las formas de dominio y desigualdades que se reconfiguran en nuevas estructuras y con nuevas características. Esto se verifica particularmente en el territorio electrónico. Por eso, acudimos a un gran imperativo de renovación de los marcos de comprensión de Internet, que no sólo tienen que ver con las denominadas nuevas tecnologías de la información, sino con las modalidades de evolución del poder mundial, de la matriz socioproductiva y de todas sus interfaces con los sectores cibernéticos y comunicacionales. En la práctica, esta renovación encuentra resistencias debido a las fronteras entre culturas técnicas, políticas y conceptuales.
Agregamos también que es necesario realizar esta tarea en clave a la constitución de una nueva geometría del poder a nivel mundial y continental, en una etapa donde la transición hacia un sistema multipolar inestable va creando nuevos repliegues neo-nacionalistas y agudizando la competición entre Estados al interior de cada común estratégico, el ciberespacio siendo especialmente propenso a una conflictividad generalizada en el estilo hobbesiano. En otras palabras, van a proliferar las condiciones para pisotear seguridades, derechos y libertades cívicas en el altar del mercantilismo y de la rivalidad entre potencias. Urge diseñar nuevos consensos y reglas antes de que las relaciones de fuerza generen cambios o rupturas difícilmente reversibles (como fue históricamente el caso con los recursos del alta mar y la navegación marítima transitando de un régimen de realpolitik hacia un conjunto de reglas y sanciones codificadas en el derecho internacional). Por otra parte, si admitimos que el tablero fragmentado de entidades democrático-liberales esta cada vez más arrinconado por un anarco-capitalismo en fase de endurecimiento y que los temas cruciales de la agenda se encuentran a nivel transnacional, la emergencia de un espacio de poder plural y plebeyo como el ciberespacio da un puntapié para un debate sobre las condiciones de un «pre-sistema transnacional democrático» (o de una democracia mundial en red por así llamarla). Al fin y al cabo, Internet, en tanto vector del proceso de mundialización, es un construido social y vehicula un patrón determinado de mundialidad que tiene que ser significado acorde a su momento histórico. Este razonamiento nos permite conectar la dimensión tecno-económica actualmente dominante en Internet con la dimensión política y ética.
Lo anterior nos hace confluir sobre dos ejes que queremos recontextualizar brevemente a la luz de la trayectoria latinoamericana. En primer lugar, la disputa de Internet y la apropiación soberana del ciberespacio no es separable de la construcción de visiones y capacidades estratégicas, políticas e intelectuales al servicio de una transición de las economías regionales y por ende de la matriz de riqueza. Han habido iniciativas estatales inéditas en América Latina para desarrollar una ciudadana digital y una soberanía tecnológica dentro de un movimiento de recuperación de soberanía política (3), pero estas han quedado inconclusas por falta de impulso político u opacadas por la supremacía de un modelo primarizador-financiero muy presente en las élites, inclusive las del campo popular-progresista. El economista Ladislau Dowbor recalca que la asfixia financiera y la extracción masiva de riqueza (informal y formal) fue un factor central de derrumbe social y político en Brasil luego de las desestabilizaciones post-crisis financiera del 2008.
La situación es semejante en Argentina y Venezuela o en otros países con estructura dependiente en África. En cambio en Europa, es la ausencia de un proyecto político de conjunto y por lo tanto de una visión estratégica que han dejado importantes fracciones de la economía del conocimiento y del ciberespacio en manos de intereses ajenos. Como lo denota el borrador del Consenso para Nuestra América (4), hay una actualización muy necesaria en las fuerzas políticas continentales para encarar las nuevas estructuras sociales y económicas, es decir reinterpretar una matriz económica que ha sofisticado la extracción sistémica de riqueza y que además transita de la centralidad de los medios de producción hacia una incorporando mayores factores inmateriales en un contexto de deflación mundial, con nuevos riesgos de colonización y también con oportunidades de emancipación. Todo esto abre un terreno político fértil para disputar en muchos ámbitos y más allá de las corrientes históricas (desarrollistas, socialistas, estructuralistas…etc) una inserción de las nuevas tecnologías dentro de los objetivos de soberanía económica (5), de justicia social y de inclusión (inclusión que es a la vez monetaria, financiera, cultural, tecnológica y política).
En segundo lugar, los esfuerzos para defender una Internet abierta, plural, neutra, libre y transparente desde diversos sectores civiles o institucionales están apelados a resignificarse y radicalizarse ante el grado de convergencia tecnológica y de colonización alcanzado por el poder corporativo. Varias batallas jurídicas han sido ganadas para afirmar la neutralidad de la red y consolidar el derecho a comunicar, incluso a nivel de los fundamentos constitucionales de varios países suramericanos. Se ha multiplicado e internalizado el uso del código libre y de estándares abiertos de forma dispar y desigual, pero extensamente, desde el más alto nivel institucional hasta varios sectores sociales. Nuevas coaliciones y espacios de debate se han formando. Sin embargo, como lo mencionábamos más arriba, la velocidad de evolución de los imperios comunicacionales nos pone contra las cuerdas y obliga a asimilar nuevos escenarios con mucha movilidad intelectual.
Si la promoción del software libre y del conocimiento abierto era un primer imaginario transformador durante el auge de la microinformática, hoy se trata además de generar conciencia sobre la hipermonopolización de los servicios de la web, de transparentar los algoritmos y generar trazabilidad de las automatizaciones que influyen sobre muchas actividades humanas. Si hasta hace poquito la democratización del acceso a los servicios digitales era un tema pendiente, hoy se trata de hacer frente a una industria de mercantilización corporativa-estatal de los datos (y formatos) que captura derechos y privacidades de los usuarios aprovechando los huecos del derecho y de las normativas. Si se trataba ayer de reequilibrar los poderes y vías de acceso a las redes comunicacionales en los marcos nacionales, hoy es necesario descolonizar una comunicación que unifica velozmente Internet, los múltiples soportes de comunicación y los proveedores concentrados de contenidos en la sombra de los estándares internacionales. Es decir que hay un salto cualitativo en la naturaleza de las luchas en relación directa con el cambio de reglas de juego en el ciberespacio que caracterizamos más arriba. Ante esta rápida evolución, será necesario redefinir los tipos de recursos y bienes que emergen de la conectividad planetaria y diseñar nuevos regímenes de regulación.
Si bien la batalla es muy asimétrica en proporción al peso de los actores, no es un motivo para adoptar una actitud mimética o únicamente defensiva. En el fondo, nada garantiza que las políticas que dan la espalda a los reales desafíos de la sociedad tenga perennidad y pertinencia. Es cierto que estamos en una etapa de recolonización de las redes electrónicas donde la lógica mercantil y el reduccionismo avanzan mucho más rápidamente. No obstante, como lo demostró el matemático argentino-estadounidense Gregory Chaitin, lo que esta en el corazón de las transformaciones sociales actuales escapa justamente a cualquier «algoritmicidad» y resortes de la automatización. En el fondo, los niveles de resistencia no coinciden necesariamente con los términos que los monopolios están proponiendo. Se trata de una batalla más amplia de paradigma: algoritmos del poder real versus valores e inteligencia colectiva; captura corporativa de recursos digitales versus colectivización responsable y compartida de bienes tangibles e intangibles; modernidad instrumental versus transición civilizatoria. Es un gran motivo para hilvanar resistencias dispersas y consolidar una visión propia y emancipadora de las redes electrónicas al servicio de intereses populares.
Notas:
(1) Las Cumbres mundiales de la Información (SMSI) han elaborado la siguiente definición de la gobernanza de Internet: «La elaboración y la aplicación conjunta, por los Estados, el sector privado y la sociedad civil, en sus marcos respectivos, de principios, normas, reglas, procedimientos para tomar decisiones y programas en pos de diseñar la evolución y el uso de Internet».
(2) Internet y las zigzagueos del multistakeholderismo, Françoise Massit-Folléa, IFRI https://www.cairn.info/revue-politique-etrangere-2014-4-page-29.htm
(3) Anillo de fibra Unasur, programas info-educativos Conectar en igualdad, Canaima, Ceibal, grupo de ciberseguridad en el MERCOSUR y UNASUR, Sumak Yachay/FLOK society en Ecuador, leyes nacionales a favor del derecho a comunicar, de los estándares abiertos y software libre…etc.
(4) Consenso de Nuestra América http://forodesaopaulo.org/consenso-de-nuestra-america/
(5) Ver también el documento América Latina primero http://www.latindadd.org/2017/03/15/latin-america-first/