Resumamos el hilo rojo que hilvana los múltiples acontecimientos – solo desconectados en la superficie mediática – que ocurren hoy en Argentina y en el corazón del bloque regional: estamos inmersos en un significativo proceso de cambio de correlación de fuerzas políticas que puja hacia una reforma de la arquitectura del Estado y de la acumulación de riqueza: un Estado reconvertido en un residuo institucional, ampliando su papel represivo y limitando los derechos adquiridos en pos de abrir el paso a las viejas oligarquías y las fuerzas brutas del mercado, sobre fondo de permanente promesa de crecimiento económico. Más allá de los artífices retóricos, casi todas las medidas oficialistas implementadas en Argentina y en Brasil se alinean con este horizonte transformador y generan un clima creciente de violencia e inestabilidad.
Como en el caso brasileño, es notable ver como este proyecto, más allá de sus contradicciones y de los anticuerpos electorales que van consolidando, trabaja para instalar cambios duraderos en pos de garantizar una nueva asimetría de poder favorable a los sectores concentrados: diabolización de los referentes populares y contra-ofensiva cultural, unilateralismo del poder ejecutivo (decretazos), discrecionalidad institucional y complicidades con los intereses monopólicos, condicionamientos mediático-judiciales, fuga masiva de capitales y hiper-endeudamiento. Estas iniciativas de corte liberal-autoritario, fuertemente desacreditadas hace dos décadas por sus escasos resultados, se han reactivado parcialmente aprovechando la propagación tardía de la crisis del 2007-2008, esto es la ola de perturbación que polarizó a muchas estructuras de los países centrales y en menor medida a las economías latinoamericanas a partir del 2013. Algo que en general muchas izquierdas no supieron anticipar seriamente, salvo en honrosas excepciones.
No hay dudas de que el objetivo principal en este contexto es detener estos avances lo antes posible y evitar que lo peor acontezca. De hecho, esta misma consigna circula en muchos espacios políticos locales e internacionales. Ahora bien, como lo recordaba por ejemplo Tarso Genro del PT en Brasil en la víspera de las últimas elecciones municipales de octubre 2016, esta prioridad inmediata, al orientar la agenda hacia una oposición y un electoralismo inmediato, se convierte en límite para ir desarrollando otro accionar político que también es más que necesario. Entre ello, el de crear un rearmado estratégico capaz de motorizar un imaginario movilizador para los tiempos que vienen. La deseabilidad de este imaginario es un tema fundamental que la última campaña en Argentina evidenció (por sus carencias). Si bien la nueva atracción electoral se va cristalizando alrededor de CFK y Lula debido a los mediocres resultados de los restauradores, la cuestión del proyecto queda central y pendiente.
¿Qué tipo de democracia? Cómo? ¿Para qué? Estas preguntas, en la práctica, se susurran en muchas agrupaciones políticas. CFK las reformuló a su manera volviendo de su reciente gira en Europa. Sería riesgoso posponerlas en nombre del único imperativo de frenar el ajuste o de reparar la herencia de los mandatos de Temer o Macri, tema no menor obviamente y cuya recuperación será larga. En términos de respuestas populares, el desborde social va tomando la posta sobre la construcción del Frente Ciudadano en Argentina o del Frente Brasil Popular en el país hermano que sintetizan quizás el grado de aglutinación al que se puede llegar hoy en un contexto de crisis política (y no solamente de ruptura institucional o electoral): los espacios políticos aun no están con la espalda contra la pared, hay poca lectura autocrítica. Por lo tanto se plantean dificultades para diseñar las bases de una nueva etapa incorporando las lecciones del pasado.
Estas crisis, justamente, son profundas. Remontar una democracia representativa transformada en federación de intereses económicos sectoriales en Brasil nos proyecta hacia una transformación política de varias décadas casi comparable a la que se abrió 30 años atrás. En definitiva, el desafío para el futuro es tal vez proporcional al tamaño del poder real sobre el cual navega la débil institucionalidad de nuestras democracias liberales. Como sabemos, hubo muchísimos avances con notables saldos organizativos durante la última década. Pero las leyes no alcanzan. La brutalidad de los regímenes neo-autoritarios de Brasilia y Buenos Aires evidencia que estos avances no se han podido implementar de forma irreversible durante los mejores periodos democráticos y dentro de la actual matriz constitucional y económica. Esta matriz, siendo oligárquica, dependiente, concentradora, extractiva y desigual, posee anclas estructurales que le permite seguir contaminando todo el terreno político según las coyunturas y permanecer en el largo plazo. Es evidente que no hay fin de ciclo progresista en tanto movimiento de cuestionamiento de esta matriz conservadora. Pero sí podemos decir que hay un cierto agotamiento de los horizontes emancipadores en el marco del patrón de hiperconcentración de la riqueza y de inserción global que hoy nos ofrece el mundo.
Hoy, en el planeta tambaleando, crece en muchos países (re)emergentes un espíritu apasionado de dignidad y revancha, para lo mejor y a veces lo peor. Se difunde también una peligrosa desilusión sobre la democracia. Los regímenes democráticos de baja intensidad generan escepticismo y miedo. Frente a esto, una nueva agilidad ideológica es necesaria más allá de la dicotomía izquierda-derecha. Mientras los agentes restauradores están reciclando recetas ortodoxas, se abren fronteras conceptuales para (re)pensar alternativas – no es tan por ahora así en términos políticos e identitarios. Por eso, es imprescindible conocer mejor el adversario y solidificar un imaginario post-democracia “fosilizada” como lo califica Alvaro García Linera en Bolivia. Hay muchas herramientas y sujetos sociales: soberanía monetaria y financiera post-desarrollista; rol protagónico y regulador del Banco central (el peronismo histórico fue pionero en eso); socialismo democrático y formas de democracia participativa y directa; rearticulación con los movimientos sindicales, sociales y los feminismos; nueva ecuación entre justicia social y ambiental, etc. ¿Quién dijo que la historia llegó a su fin?
Publicado en la revista Huellas suburbanas.