«O inventamos o erramos” afirmaba combativamente el pensador venezolano Simón Rodríguez para inspirar a los libertadores del continente latinoamericano en los albores de su primera independencia. Esa frase da una idea bastante acertada de lo que enfrentan los comunicadores en un momento comunicacional marcado por una nueva ola de especulación mediática. Frente a una realidad que cada día muestra un poco más el poder de los fundamentalismos mercantiles e identitarios, es necesario profundizar las organizaciones y consolidar una nueva hoja de ruta.
Detengámonos un momento sobre algunos hechos mediáticos que marcaron los últimos meses y cambiaron el rumbo de las batallas en curso en diversas regiones del mundo. En Brasil, democracia popular situada en el centro de la alianza multipolar constituida por los países BRICS, el golpe institucional ocurrido a mitad de año no fue preparado por una oposición política formada por partidos tradicionales, en connivencia habitual con el aparato norteamericano. Como esa oposición no existe realmente por el lado de los partidos políticos, aprendió a rearmarse en el espacio organizado por los conglomerados mediáticos, en alianza con algunos sectores financieros y judiciales. Los medios Folha de São Paulo, Globo, O Estado de São Paulo, Isto E y Veja son las marcas registradas de poderosos instrumentos ideológico-mediáticos, cuyos comandos son directamente accionados por las élites que desean retomar ahora el poder sobre la economía brasilera. Si bien esta troika mediático-jurídico-financiera no ha dejado nunca de desestabilizar las fuerzas populares durante la última década, la novedad ahora es que pasó a un grado mayor de coordinación y de ofensiva. En la mayoría de los países latinoamericanos, los límites para profundizar los proyectos progresistas están claramente relacionados con el mantenimiento de esa superestructura mediática que escapa al control popular y planea sobre el escenario político.
En la Unión Europea, el ascenso no sólo electoral sino también social de las extremas derechas encontró un apoyo directo en la saturación emocional y la propagación psicológica del miedo a través de los medios. Occidente en su conjunto es blanco del 2% del terrorismo global desde el año 2001- olvidamos que sus golpes tienen lugar esencialmente en los países de Asia y África. Pero la hipermediatización de los incidentes y la presión que de allí deriva sobre la opinión pública en una Europa que lucha con su propia entropía, llevan a la clase política a dar vuelcos reaccionarios que terminan a fin de cuentas entregando llave en mano una política de propaganda para los yihadistas y la extrema derecha en ascenso en la mayoría de los países europeos. Tal como lo señala la periodista Martine Turchi1, tanto las realidades geopolíticas como las fisuras de los sistemas democráticos hacen que el desborde de las formaciones políticas de centro derecha-izquierda se convierta en el lecho de una estrategia de marketing comunicacional para los grupos radicales, sobre el telón de fondo del ultranacionalismo y la xenofobia subyacente. Los derechos y las libertades civiles tienden entonces a transformarse en comas dentro de una prosa ampliamente dominada por el retorno del control y lo securitario. En Estados Unidos, la victoria electoral de Donald Trump sintetiza de algún modo la tendencia que esta ganando otros lugares del planeta. El nuevo presidente desarrolló una verdadera propaganda emocional capaz de desracionalizar a la política, contornar el blindaje de los grandes medios y calar en el hartazgo de las masas sociales.
En las latitudes africanas y asiáticas, ambas fábricas de esperanza y de nuevas clases medias a nivel mundial que consagran las redes sociales, el último informe sobre la libertad de expresión realizado por Reporteros Sin Fronteras2 señala un endurecimiento autoritario de los regímenes políticos en relación a la prensa y una creciente influencia de los monopolios mediáticos. El atentado que apuntó al equipo de periodistas de canal popular Tolo TV en enero de 2016 en Kabul simboliza quizás mejor que Charlie Hebdo en Francia los riesgos de la actividad mediática cuando se la ejerce dentro de un orden multipolar anárquico, atrapado entre las maniobras intervencionistas de las potencias y las presiones socioculturales que la modernidad ejerce sobre las sociedades del sur. Crecen los nacionalismos en India, Japón, Rusia y China. La entrada con fórceps a la modernidad occidental exacerba las tensiones identitarias, religiosas y étnicas. El asalto de Tolo TV en Kabul, que se cuenta lamentablemente entre otros tantos ataques en los países llamados emergentes, forma parte de un creciente movimiento de manipulación de la opinión pública y de agresiones dirigidas hacia los vectores de información.
¿Se trata de hechos circunscritos o momentáneos? Todo lleva a creer que, como otras cuestiones de la agenda internacional, la arrogancia de las élites dirigentes y los grandes Estados industriales prefieren hoy precipitar al mundo hacia un orden guerrero y desigual más que frenar un poco la carrera y ponerse a diseñar otras salidas posibles. Los medios, evidentemente, quedan mezclados en la tormenta y se alinean ya sea del lado del arsenal ofensivo, ya sea del lado de los objetivos a eliminar o desacreditar. Las iniciativas independientes tienen la vida bastante difícil. Emerge o se reactiva un periodismo popular y ciudadano, todavía con pocas herramientas de regulación, jurídicas y financieras. El informe MacBride «Un solo mundo, múltiples voces” hoy sigue perfectamente vigente: en los años ’80, llamaba a disputar nuevos equilibrios informacionales, murmurando una salida alternativa al régimen bipolar de la Guerra Fría. Aunque el mundo actual pueda felicitarse por estar transitando hacia un orden multipolar, no deja de ser precario y su conducción aleatoria habilita una nueva realpolitik particularmente intensa en el terreno de los comunes estratégicos de los cuales forman parte la comunicación y la opinión pública (también el ciberespacio, el espacio satelital, las reservas de agua).
Este claroscuro gramsciano, evidentemente preocupante, no apagará las esperanzas ni hará que las luchas por el derecho a comunicar se hundan en el mismo nihilismo que las corporaciones mediático-financieras. Basta con observar el impacto de Wikileaks, de Edward Snowden y recientemente de los Panamá Papers – aun conociendo su ambigua filiación- o las incontables acciones de comunicación popular para entender que las relaciones de fuerza mediáticas ya no se establecen según una lógica lineal de acumulación. Es cierto que los monopolios comunicacionales siguen siendo un límite existencial para las posibilidades populares y democráticas. No obstante ello, una mayor concentración mediática no equivale proporcionalmente a un mayor poder para convencer a las multitudes. La difusión del poder es un hecho y esto ha sido particularmente bien comprendido por los mercaderes de influencia o los saboteadores de movimientos de emancipación. Dentro del Foro Mundial de Medios Libres y en otros espacios, vemos brotar una verdadera primavera a favor de una comunicación popular y ciudadana en red, propulsada tanto por voluntades nuevas como por nuevos soportes y tecnologías de comunicación. Ya sean bloggers, periodistas, lanzadores de alertas, activistas, comunicadores, hackers o desarrolladores, muchos afirman, en su idioma y a su manera, no sólo un rechazo del statu quo sino también una necesidad de descolonización y de reinvención aquí y ahora de la comunicación.
En la Carta Mundial de Medios Libres, finalizada en marzo de 2015 en Túnez, se destacó el compromiso de los medios independientes para promover otras maneras de vivir, otras representaciones del mundo y alentar nuevas formas de participación y compromiso político. En el fondo, el debate recién comienza dentro de esta gran constelación de medios “liberados” o distanciados con la lógica especulativa. Vemos desde ya una agenda temática e iniciativas que se van implementando. Y excelente noticia, hay coordinaciones de medios libres e independientes que se van armando aquí y allá, a nivel nacional o territorial, para forjar un horizonte de concepción y acción en común. Sus agendas dan un lugar importante a los temas de la criminalización de los medios y periodistas, las luchas por marcos legales y democráticos de la comunicación, la descolonización de los medios y de las tecnologías, la viabilidad de los medios libres, los derechos de acceso a Internet en un contexto de rápida convergencia tecno-comunicacional. Hay un debate incipiente todavía en el terreno del imaginario transformador. En efecto, la comunicación se ha generalizado cada vez más en cada rincón del planeta, pero paradojalmente no ha permitido articular más profundamente las resistencias ciudadanas. Por eso, son necesarios tanto un debate interno en los movimientos sociales como el fomento de espacios de convergencias sobre la comunicación en un momento en el que la conectividad se organiza a nivel transnacional. ¿Será posible formar un sujeto colectivo construyendo una suerte de “frente internacional de comunicación emancipadora”, como lo sugirió recientemente el filósofo mexicano Fernando Buen Abad al denunciar la puesta en práctica de un nuevo Plan Cóndor mediático3? Es aventurarse por un camino audaz y escabroso. Si admitimos que los medios corporativos están en seria crisis a pesar de su fuerte inercia en la opinión pública, este horizonte estratégico debería estar presente en la mente de cada comunica
dor/a. Más aún cuando las movilizaciones tales como el Foro Social Mundial y otras iniciativas tardan en hacer germinar una fuerza sociopolítica consistente frente al avance de la globalización neoliberal y sus permanentes sobresaltos adaptativos.
1 Martine Turchi, Médiapart https://www.mediapart.fr/journal/international/241215/toute-leurope-est-sous-la-pression-de-droites-extremes
2 https://rsf.org
3 http://www.politicaymedios.com.ar/nota/7155/fernando_buen_abad_dominguez_en_america_latina_se_ha_puesto_en_marcha_un_plan_condor_mediatico_contra_los_gobiernos_progresistas/