La Patagonia norte arde. A la fecha del 5 de enero 2025, las 3.000 hectáreas de bosque en llamas en la localidad de El Bolsón en la provincia de Río Negro fueron controladas. Pero otros focos siguen activos o prendiéndose, mientras las autoridades subdimensionan la guerra híbrida que se libra en la región patagónica.
Reacción ejemplar ante los incendios
La alerta sonó el miércoles 30 de enero en El Bolsón, cerca de las 16 horas. Era un día soleado, con viento fuerte hacia el este. Tres incendios forestales habían sido detectados, extendiéndose desde el Cajón Azul en El Mallín Ahogado, una localidad vecina al norte de El Bolsón. Visitando puntualmente el sitio del Río Azul en la misma zona, fui evacuado, juntos con las demás familias que estaban veraneando. El operativo de evacuación, realizada por bomberos, civiles y policías, fue irreprochable. Cerca de 1.000 personas fueron trasladadas en total hacia el centro de la ciudad de El Bolsón. Un centenar de viviendas fueron arrasadas. Solo una persona perdió la vida por haber decidido volver clandestinamente a su hogar para enfrentar las llamas.
El operativo se transformó rápidamente en un hormiguero de vaivenes de bomberos, aviones hidrantes, camiones de agua, ambulancias y acciones logísticas diversas. Cualquiera pudo comprobar que la población local está preparada para combatir el fuego. Los vecinos se ayudan mutuamente, junto con la participación de los agentes estatales y del ejército. Alta ilustración de solidaridad que ennoblece a la comunidad argentina.
Carlos Banacloy, coordinador del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (SPLIF) y Ministro de economía y producción de la provincia de Río Negro, tuvo la gentileza de recibirme en el SPLIF el domingo 2 de febrero para compartir la realidad más honda del combate anti-incendio. El servicio nació hace ya treinta años para enfrentar el riesgo de los fuegos forestales. Articula autoridades, bomberos, servicios del Estado, empresas y voluntarios civiles. Además de la observación satelital, el SPLIF dispone de una red propia de monitoreo visual de los bosques. La iniciativa asentó una “inteligencia territorial” para contener el riesgo y su esquema fue replicada en otros lugares. El 5 de febrero, el funcionario planteó un interesante balance del operativo de El Bolsón.
Hemorragia emocional
Cualquier siniestro de esa índole genera una conmoción social e informacional. El mismo día de la alerta, el rumor de la intencionalidad de los fuegos ya estaba circulando en los pasillos. El hecho fue comprobado por las autoridades el día siguiente. Los gobernadores de Río Negro y Chubut, así como también el intendente de El Bolsón, tomaron posiciones rápidamente. La noticia de la intencionalidad criminal disparó acusaciones dirigidas a todos los sectores: mapuches, especuladores inmobiliarios, mercenarios municipales o provinciales, delincuentes sueltos, etc. Así por ejemplo, Jorge Rachid, del colectivo de Buenos Aires que marchó hacia el campo de Joe Lewis ubicado en el sector de El Foyel (Lago Escondido), hizo alusión a la responsabilidad del magnate y de sus “patotas” en los fuegos.
Cuesta sin embargo ver reflejada esta realidad en los medios de comunicación. Estos últimos producen noticias, a veces precisas, y difunden información importante para los operativos. Pero están lejos de reflejar esta complejidad. En el fondo, la población tiene una mirada a la vez más dispersa y caótica, pero a su vez más consistente sobre los hechos y su dinámica histórica. Por apego y deber de conformidad a los hechos concretos, los medios difícilmente levantan la mirada sobre la realidad conflictiva multidimensional de la Patagonia.
El 4 de febrero, el líder del la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), Facundo Jones Huala, reivindicaba públicamente los incendios en la provincia de Chubut, más al sur de El Bolsón. A mitad de enero 2025, un grupo pro-mapuche había sido desalojado por la justicia en el parque Los Alerces (provincia de Chubut) luego de cuatro años de ocupación. Facundo Jones Huala hizo mención a un proyecto de “sabotajes contra la infraestructura del sistema capitalista, las transnacionales y los terratenientes”. Convocó abiertamente a la lucha armada. En represalia, la RAM fue recientemente identificada como organización terrorista por la cartera nacional de seguridad. El día siguiente, otros fuegos se iniciaban en Chubut, reivindicados también por la misma organización. Otros fuegos al norte de El Bolsón fueron (El Foyel) fueron iniciados por fenómenos naturales.
En total, en enero de este año, los incendios del parque Lanín (provincia de Neuquén), Nahuel Huapi y El Bolsón (provincia de Río Negro), Epuyén, Atilio Viglione y El Pedregoso (provincia de Chubut) sumaron un total de 25.447 hectáreas afectadas.
Guerra de quinta generación en la Patagonia
Dos saltos conceptuales son claves para entender este escenario conflictivo. Primero, los incendios son partes de un entramado conflictivo mayor y van más allá de una mera acción puntual y aislada. Dos, se relacionan con la trama conflictiva sigilosa presente en el conjunto del territorio nacional (y también regional), heredada de los conflictos históricos que tuvo Argentina con sus rivales.
En efecto, la Patagonia es parte de un territorio nacional en conflicto multidimensional con el Reino Unido a raíz de la Guerra de las Malvinas (o del Atlántico Sur). Está ubicada en una zona estratégico del planeta, el paso interoceánico entre el Atlántico y el Pacífico, además de la proximidad con la Antártica.
Después del choque militar en 1982 entre ambas potencias, el conflicto mutó hacia una guerra más sofisticada, denominada “guerra de quinta generación”. Se trata de una conflictividad ampliada, desplegada en todos los terrenos de la sociedad. Dejó de ser un conflicto militar para alcanzar un modo de dominación ejercido esta vez en el interior de la sociedad y de las élites argentinas. Esta ofensiva se libró mediante medios políticos, culturales, cognitivos, informacionales y económicos.
La meta de esta guerra también mutó. No se trata de vencer militarmente a un adversario y ocupar físicamente a las islas Malvinas y su espacio marítimo. Se trata de mantener una ventaja estratégica mediante la degradación de la sociedad argentina y el debilitamiento de su clase dirigente. El Reino Unido es la potencia que probablemente mejor maneja este arte de guerra indirecta y irregular a nivel global dentro del concepto de political warfare, formalizado por George Kennan en 1948 a partir de la experiencia británica. Le dio un nuevo rumbo en el documento Global Britain in a Competitive Age publicado en 2020.
Las cuatro vías de una guerra sigilosa en Argentina
Cuatro vías ofensivas se han desarrollado desde el año 1982 a la fecha.
- Fomentar una agenda separatista y perturbadora, en particular en las zonas fronterizas. Los núcleos “neomapuches” (RAM, CAM, WAM, RML), entre los cuales encontramos organización con sede en el Reino Unido, participan directamente en este eje en la Patagonia. Chile, al mismo que las combate, ofrece un soporte de modo indirecto en pos de evitar toda confrontación frontal con Argentina. Varias ONGs argentinas, entre ellas el CELS y Amnisty International, beneficiando del soporte económico de Londres y Washington, trabajan para esta agenda. El CELS en Argentina sigue siendo un defensor legal de la RAM bajo el velo de la protección de los derechos humanos y de los pueblos originarios (abogada y ex-ministra de la mujer Elisabeth Alcorta). Es así también con las etnias aymaras en la zona norte y los Washeks en el Chaco. Bolivia y Chile conocen un contexto similar con los Aymaras en su frontera. Esta agenda, llevada adelante por minorías radicalizadas, consiste en generar acciones de vandalismo, reclamar territorios, provocar las fuerzas de seguridad, fomentar procesos de insurrección social, generar tensiones y conflictos. Los incendios provocados nutren esta estrategia.
- Desarrollar una ingeniería cultural y política favorable a los intereses externos: la modificación del relato histórico de Argentina y la dependencia ideológica hacia modelos alternativos constituyen otra vertiente de una acción cognitiva en el largo plazo. El revisionismo acerca del rol de Julio Argentino Roca en la integración de la Patagonia (campaña del desierto), la narrativa de “genocidio” de los pueblos originarios, o el wokismo forman parte de eso. Estos elementos están a la vista en el paisaje patagónico. Son visibles también en la producción científica del CONICET. Uno lo ve recorriendo las ferias artesanales, las librerías, los escritores locales (Osvaldo Bayer, Ernesto Maggiori, etc.), junto con otros elementos simbólicos, como por ejemplo las estatuas de Roca u otros próceres que intentan ser desalojadas. Permiten deconstruir el relato nacional, instalar una historia desviada, fragmentar a las opiniones y remodelar las percepciones. El lema de “independencia de la Patagonia” que circuló luego de la elección de Javier Milei recuerda que la fragmentación política aflora rápidamente en la superficie y tiene acreedores internacionales.
- Avanzar en las normativas de conservación ecológica y el ambientalismo: la agenda “anti-extractivista”, la conservación ambiental, promovida a nivel global desde los años 1950s por las redes maltusianistas y eugenistas, plantean frenar el desarrollo de la Patagonia o de zonas de explotación de recursos propicios para el crecimiento del país. Al igual que en la Amazonia brasileña, el límite al desarrollo es funcional a cualquier proyecto de internacionalización externa y de subordinación territorial, sin necesidad de ocuparlo fisícamente. Varios núcleos ecologistas en Patagonia siguen siendo apoyados por fundaciones europeas, fomentando así una ocupación del terreno y una demanda social espontánea.
- Erosionar la capacidad defensiva del ejército y de la sociedad: desde 1982, las Fuerzas Armadas argentinas han sido atacadas bajo el paraguas de la lucha contra el “estado genocida y represor”. La creación de un marco legal y cognitivo, enfatizando la responsabilidad civil del ejército, ha sido un arma utilizada por los ex-guerrilleros y el Reino Unido, junto con sus aliados, para dejar el país sin arquitectura de seguridad.
Cabría agregar el eje económico, central para entender el puesto geoeconómico que ocupa Argentina hoy. Cada uno de estos elementos, tomado de forma separada, aparece como una agenda aislada e independiente de las demás. Puede parecer inclusive totalmente legítima en la sociedad. Es precisamente el efecto buscado por una guerra sigilosa de esta característica: inmiscuirse al interior de la sociedad, fundirse en su fisiología y adquirir una naturalidad estructural. En el fondo, estos ejes, articulados entre sí, forman la trama de una guerra de quinta generación, desconocida por la sociedad. Es conducida en el largo plazo (30-40 años y más).
Estos ejes no son motivos para alimentar un nuevo autoritarismo o una suerte de neoconservadurismo nacional. Su formalización ayuda sobre todo a sentar las bases de una pacificación social y de un nuevo contrato establecida con la realidad objetiva. Negar esta realidad conflictiva equivale a colaborar con el rival para lograr sus objetivos.
Cabe destacar que algunos avances de esta agenda han sido frenados. La exploración de recursos offshore fue habilitada en el espacio marítimo atlántico, pese a la presión anti-ecologista y extractivista. El reclamo de santuarización del volcán Lanin, propuesto como territorio sagrado mapuche, fue rechazado por la justicia en 2022. Al fina, algunas tierras en posesión del ejército no fueron transferidas a agrupaciones mapuches.
Salir de las excusas y dependencias
A más de cuarenta años del conflicto inicial que dio un punto de aceleración a esta trama, no hay más excusas para eludir la realidad bélica del political warfare.
Designar verbalmente a los enemigos o accionar de modo sectorial y linear, como lo suelen improvisar los ministerios de seguridad, no genera muchos resultados. Una guerra de quinta generación se combate poniéndose a la altura del mismo political warfare, mediante un contra-political warfare. Por lo tanto, se trata de entenderlo y modelizarlo, en la perspectiva de frenarlo, sabiendo que no se podrá aniquilar y que requiere un accionar integrado y sostenido en el tiempo.
Que no haya guerra cinética no equivale a que no hayan guerras. Existe claramente en Argentina un estado de guerra no militar que se alimenta de la nueva conflictividad expandida luego de los años 1990. Es un ejemplo internacional de ello. Las modalidades ofensivas fueron actualizadas en la doctrina de defensa del Reino Unido en 2020 (Global Britain in a Competitive Age). La realidad internacional va dando todos los días una demostración de la fisiología de esta trama.
Los incendios son justamente un frente propicio para activar un nuevo tipo de inteligencia sobre esta trama. Son recurrentes. La opinión pública intuye algo sobre el trasfondo conflictivo. Los ciudadanos y las autoridades tendrán que elevar el nivel de respuestas y pensar crecer con una Patagonia que no quiere dejar de ser rebelde…