A la memoria de Michel Volle (economista francés)
Plutón y su cuerno de abundancia lo habían soñado. La información se ha extendido por el mundo como una corriente pródiga e ilimitada de recursos inmateriales accesibles a todos. Combinados con la mano y la mente humanas, la red y el microprocesador abrieron de par en par la puerta a la tercera edad industrial y a la era de la información. Promesa inevitable del progreso, afirmaban algunos. Triunfo de la inteligencia, afirmaban otros. Victoria de la política en vías de dominar el azar y la incertidumbre, afirmaban otros. La humanidad estaba a punto de vivir un nuevo Renacimiento. Se trataba, por supuesto, de argumentos prosaicos y sesgados. Sin embargo, en medio del bullicio y los choques del mundo ha germinado una evolución de la mente comparable a la del Siglo de las Luces.
El balance de la revolución informática
Tras sesenta años de revolución informática, las tecnologías de la información han literalmente remodelado el funcionamiento de los sistemas industriales y las actividades humanas en prácticamente todos los rincones del planeta. El salto tecnológico no tiene precedentes en términos materiales. Sin embargo, la información, ese polisémico guión que une lo real y lo imaginario, no ha conducido a la tierra prometida de la tan esperada elevación de la mente, ni a la entrada prometeica en una especie de «fin de la historia». Con ello me refiero a la capacidad de comprender el mundo objetivamente y, por tanto, de configurar de forma más equilibrada las relaciones geopolíticas, así como también las pasiones e identidades sociales.
Profusión no es razón. La «gran noche» de la informática no llegó. La afluencia de información no ha provocado un salto cualitativo en las raíces del Ser y en el razonamiento que se enfrenta constantemente a la inextricable espesura del mundo. Al mismo tiempo que alteró bruscamente la composición de la realidad, la revolución informática, al igual que las dos eras industriales anteriores, no proporcionó ningún «libro sagrado» o manual de epistemología llave en mano para adaptar el razonamiento humano a estas nuevas realidades.
Una relación cambiante con la realidad y lo Existente
Esta evolución no tiene nada fuera de lo normal. La era de la información ha trabajado precisamente sobre una doble ruptura en la relación con lo real. Por un lado, el mundo existente se ha hecho aprehensible a través de una gama mucho más diversa de signos y mensajes. Éstos han ampliado considerablemente la forma en que entramos en contacto con el mundo y nos formamos una imagen mental de él.
Por otra parte, la informatización ha transformado sustancialmente la Naturaleza, como lo señala Michel Volle. Los medios informáticos han modificado lo Existente, en el sentido de que lo que existe se ha transformado materialmente y de que se ha hecho posible actuar de otro modo sobre él, sobre la materia, el espacio o la energía, mediante nuevos procesos tecnológicos.
Al hacerlo, lo Existente ha abierto nuevas posibilidades en el ámbito de las intenciones humanas. Los modos de confrontación entre individuos y sociedades se han ampliado, al mismo tiempo que se han multiplicado los mecanismos para acceder a las representaciones y compartirlas. Instantaneidad, ubicuidad, precisión y automatización son sustantivos que han alterado la relación entre la acción y el entorno social y material.
Una mirada a los fundamentos culturales
El choque de esta agitación tecnológica con los fundamentos reflexivos de las sociedades es, por tanto, una cuestión central. Como buen filósofo de la tecnología, Gilbert Simondon señaló el riesgo de que la tecnociencia evolucione sin un marco cultural. Para él, la cultura genera y regula la técnica. El objeto técnico es a la vez físico, material y cultural, y su puesta en práctica depende en cada caso de un entorno mental, político y organizativo.
El nacimiento de la imprenta ilustra esta interdependencia. Cuando Gutenberg creó la imprenta a mediados del siglo XV, las corrientes protestantes aprovecharon rápidamente el invento para reforzar su ofensiva contra el catolicismo. La rivalidad dio lugar a una guerra religiosa en toda Europa, que más tarde desembocó en el nacimiento de los nacionalismos. A partir de entonces, el acceso al conocimiento empezó a ir más allá de la mediación de las autoridades religiosas. Se extendió a otras corrientes teológicas.
En el fondo, el desarrollo de la imprenta no fue la causa principal de esta dinámica conflictiva. Proporcionó una herramienta adicional y, a cambio, diseño un orden en el que todo el mundo podía imaginar el acceso al conocimiento a través de los libros. En el clima filosófico y cultural de la época, el saber seguía siendo monopolio de los cuerpos religiosos, ya fueran protestantes o católicos.
El cambio cultural de principios de la Ilustración
Dos siglos más tarde, la filosofía de la Ilustración inauguró una nueva era cultural. La razón se elevó por encima de la fe y las creencias. La búsqueda de una relación objetiva con la realidad se convirtió en un horizonte de emancipación y progreso social.
La escuela francesa de la Ilustración alimentó esta convulsión prefigurada por el Renacimiento. Descartes reorganizó el pensamiento en torno al individuo y su subjetividad. Rousseau y Montesquieu liquidaron las instituciones reales y religiosas afirmando la capacidad del individuo para decidir por sí mismo. En la escuela inglesa, Locke siguió los pasos de la libertad individual. Pero redujo el papel del Estado al de protector de los derechos. Bacon planteó el empirismo casi como un respeto radical por lo que existe hic et nunc, dejando de lado toda consideración ideológica. Adam Smith, y luego John Dewey, arraigaron el liberalismo clásico en esta relación triangular entre los derechos individuales, las garantías constitucionales y el poder limitado del Estado. Por último, en la tradición romántica alemana, Kant ratificó la razón como forma privilegiada de entender el mundo. Pero para él, la mente está fundamentalmente limitada por sus percepciones. La realidad resulta siempre, de un modo u otro, de la conformación de las percepciones.
Los contraluces
Los tormentos asociados a esta relación más objetiva con el mundo ya dieron lugar a sus propios claroscuros.
La voluntad general formulada por Rousseau proporcionó la justificación para oprimir al individuo en nombre del bien común. Exacerbó la tiranía percibida preferentemente a nivel de un sistema social que oprime al individuo. La libertad religiosa y la tolerancia, proclamada por los racionalistas, se transformó clandestinamente en un arma mental contra el cristianismo. La búsqueda lúcida y equilibrada de la objetividad preconizada por la Ilustración fue capturada en nombre de la trascendencia del individuo en un saber reservado e impenetrable. Este planteamiento acabó justificando la represión social. La Revolución Francesa y el Terror fueron sus vástagos.
Casi un siglo más tarde, la Revolución Rusa, estimulada a distancia por los anglosajones al igual que la Revolución Francesa, se vio atrapada en la misma furia política y cultural. La dialéctica de Marx y Hegel retomó el legado de Kant, Voltaire y Rousseau.
Así, la subversión «contrailuminista» de Occidente comenzó en el siglo XVIII. Una nueva aristocracia, formada por filósofos, diversas sociedades secretas y la masonería, trabajó sutilmente para desencadenar estas fuerzas revolucionarias o contrarrevolucionarias. Se oponía al cristianismo, a la Ilustración, a la Iglesia y al Antiguo Régimen.
Los exégetas de la historia europea y francesa están lejos todavía de aclarar estos elementos. La influencia de estas redes ideológicas sigue siendo estructural en el aparato del Estado. De hecho, la incapacidad de sacar a la luz esta parte de la historia francesa mantiene un déficit de orientación y de «valores» como lo recalca Michel Volle.
La triple reacción conservadora
Formalmente, las Luces alumbraron el Estado de Derecho y la democracia. Pero la misma filosofía creó sus propios oscurantismos. Se manifestaron sucesivamente en los ámbitos ideológico, político y religioso.
La reacción ideológica cristalizó durante la Revolución Francesa y, a finales del siglo XIX, con la aparición de la ideología marxista y comunista. El existencialismo, el estructuralismo, el posmodernismo y el globalismo ampliaron estas contraideologías subversivas. Cada una de ellas se basa en variantes de la misma imposibilidad de entrar en la realidad como verdad objetiva, y propone una forma de salvación a través de la deconstrucción de las estructuras opresivas.
Desde el punto de vista religioso, el protestantismo nació con Martín Lutero y engulló políticamente al catolicismo, así como al imperio hispánico. Este último estaba precisamente regado por el pensamiento religioso desarrollado entre otros pensadores por los jesuitas, compatible con los principios de la Ilustración. La infiltración del catolicismo desde entonces hasta el Concilio Ecuménico Vaticano II, a mediados del siglo XX, muestra la magnitud de la ofensiva secular contra la Iglesia católica. El mundo cristiano emergió duramente dividido.
En el curso de estos acontecimientos, la mediación clerical del saber perdió su monopolio. Para bien o para mal, la revolución de las Luces la sustituyó por una nueva aristocracia intelectual. Las universidades, las élites empresariales, los órganos republicanos y la prensa son los nuevos moderadores del saber. Este es el orden en el que nos encontramos hoy. Y está siendo precisamete tambaleado por la revolución informacional.
La nueva economía de la información creada por Internet
El legado de las Luces es contradictorio. El oscurantismo bárbaro y medieval, que había que dejar atrás a toda costa, dio lugar a planteamientos subversivos y contrarrevolucionarios. Éstos se presentaron como proyectos legítimos y emancipadores. En la práctica, sin embargo, su contenido iba en contra del avance de la racionalidad ilustrada y de la expansión del libre albedrío individual.
Sin embargo, el sistema técnico formado por la red, el software y el microprocesador cambió las reglas del juego en la década de 1980. La revolución informática ofreció la posibilidad de llevar a cabo búsquedas e investigaciones propias, sin intermediarios y según sus propios marcos de interpretación. Esta desintermediación y la descentralización de la red han reconfigurado la economía de la información.
El oscurantismo feudal está siempre al acecho. La aristocracia del conocimiento aboga por una economía de la información «administrada». Innumerables instituciones cumplen ahora esta función, desde organismos de la ONU a instituciones sanitarias y científicas, universidades, plataformas de medios sociales y muchas otras. La lucha de moda contra la fragmentación y la desinformación, consideradas amenazas estructurales, pretende silenciar esta tendencia fundamental. La oleada «narrativista», generada espontáneamente por las redes sociales, va alimentando este planteo.
Más concretamente, hemos visto cómo la pandemia del COVID-19 ha provocado una cacofonía global entre los expertos establecidos, las autoridades gubernamentales y la acción ciudadana. Las polémicas sobre el cambio climático también llevan décadas sacando a la luz contradicciones cognitivas de forma cada vez más visible. En palabras de Tom Nichols y James Lindsay, ya es palpable una «muerte de la expertise», es decir un divorcio del establishment trabajando para dar forma selectiva a la información y el conocimiento.
Iluminismo 2.0
Al igual que la imprenta, la red ubicuitaria ha alterado radicalmente la relación entre el libre albedrío y el acceso al conocimiento. Ha puesto a disposición tanto una visión alterada del mundo como una representación «aumentada», es decir una visión más nítida, realista y completa de la realidad.
Esto plantea toda una serie de interrogantes. ¿Qué escuelas culturales y epistemológicas pueden amplificar este fenómeno neorrealista? ¿Cómo promover una regulación de Internet basada en los derechos individuales, el control de los algoritmos informáticos y el papel limitado del Estado y las instituciones internacionales? ¿Cómo construir un nuevo sistema de legitimación del conocimiento? ¿Cómo encauzar la reticencia al establishment intelectual para que no haga el juego al oscurantismo contrarrevolucionario?
Hay muchos campos ideológicos enfrentados. En vez de un único movimiento neoiluminista, asistimos ahora a la propagación de «pequeñas luces 2.0», más débiles que un único foco iluminador, pero no por ello menos plurales y descentralizadas. Existen varios indicios de convergencia con la expresión política. El reto cultural que plantea la revolución informacional es volver a poner en primer plano una relación abrazando pragmáticamente la realidad y de saber identificar las ideologías combativas que se oponen a ello.
La Historia está en movimiento. ¿No es fascinante poder participar en ella también desde el teclado de su computadora?