La revista Huellas suburbanas sigue y vuelve impresa, después de un breve período de repliegue en su modalidad de difusión virtual. Un repliegue que se debe en primer lugar a limitantes presupuestarios, pero que no interrumpe su proyecto editorial y que de algún modo estimula su actualización a la luz del momento político.
Si miramos el panorama comunicacional, la situación del sector está marcada por un duro estrangulamiento semejante a otros rubros de actividad del país. Más de 3.500 despidos o perdidas de fuente laboral a nivel nacional en los ámbitos de prensa desde el año 2016, subejecución y achicamiento de la política comunicacional estatal, gubernamentalización de los órganos de la ley de medios, asignación selectiva de la pauta publicitaria, persecución a periodistas y censura de varios medios locales de comunicación. Todo esto sumado a una ofensiva ideológica, psicológica e informacional de parte del aparato gobernante y la consolidación de los principales monopolios informativos.
Recordemos que paralelamente a la megafusión Telecom-CableVision, el grupo Cargill acaba de adquirir AmericaTV, Supercanal, A24, La Capital, tendiendo así a consolidar un esquema de “equilibrio monopólico” afine a la concepción del oficialismo. De hecho, el proyecto de ley Corta (Fomento de despliegue de infraestructura y competencia de tecnologías de información y las comunicaciones) va avanzando hacia lo que podríamos calificar de institucionalización encubierta de los monopolios. Ante este escenario, podemos observar, al igual que en otros países vecinos, que un periodismo ciudadano y descentralizado va emergiendo. Trata de actuar por fuera de las grandes medios empañados a fomentar una radiación psicológica-irracional en base a los tradicionales espectáculos mediáticos. En ese sentido, una iniciativa de emergencia comunicacional surgió a fines de agosto desde la Comisión de libertad de expresión del Congreso nacional, buscando recuperar ciertas garantías del Estado de derecho y una linea presupuestaria destinada a los medios (link nota interna).
Obviamente, no hay nada fácil a la hora de frenar esta brutal avanzada con resabios de Década Infame. Aún más cuando ésta irrumpe en muchos frentes simultáneos o cuando la misma institucionalidad se encuentra avasallada por el poder de turno. Mientras el recinto legislativo discute una agenda muy selectiva con el acompañamiento partidario-sindical que conocemos, los temas medulares tales como la reforma de las Fuerzas armadas, la emisión de deuda o el acuerdo con el FMI lo pasan alegremente por alto, sin ningún escrúpulo por despreciar a las bases constitucionales. Volviendo a la fusión Cablevisión-Telecom en el nexo entre lo judicial y lo comunicacional, vale resaltar que la Corte suprema rechazó un reciente recurso de amparo apuntando al abuso de poder monopólico por motivos – textuales – de “extrañeza” del reclamo y de “secretismo” del asunto. Otro eufemismo picante del poder…
Muchos se indignan y vociferan legítimamente en los medios sobre el grave daño hecho a la Patria. Es cierto que el “circo” mediático y judicial nos obliga a poner, nada más y nada menos, los hechos en su lugar correcto y resistir a la manipulación del relato defendiendo el Estado de derecho. Naturalmente, no faltan odio y críticas, la conflictividad tendiendo a fomentar el resentimiento, la culpabilización mutua, la estigmatización y la victimología. Para la presente revista y los/las que hacen ejercicio de las diversas formas de comunicación en el campo popular, esta situación nos está empujando de algún modo a volver a “nuestras fuentes” de elaboración de sentido (valga la metáfora peronista pero la idea es más amplia). Es decir a preguntarnos qué registro de comunicación, qué dinámicas de poder o de transformación son susceptibles de ser amplificadas o conectadas desde la acción comunicacional, para hacer frente a la crisis en vía de profundización y el proceso de transición incierta que se avizora en el corto y mediano plazo.
¿Nos toca apuntar todos los cañones para desmontar un gobierno protegido por sus escudos mediáticos, visibilizar la creciente conflictividad y restituir un relato “secuestrado” a la ciudadanía? ¿Hay que ofrecer una mejor profundidad de análisis de los acontecimientos en relación con los modelos de país en pugna? ¿O tenemos que acompañar las iniciativas ciudadanas y territoriales para hacer frente a la recesión actual y realfabetizar políticamente las clases populares en pos de hacer presión sobre las futuras dirigencias políticas? ¿O quizás hay que reconvertirse en dibujante de historietas de humor ya que la realidad supera la ficción? Difícil de tener una única respuesta a estas preguntas. De algún modo, la revista ya gravitaba en torno a varias de ellas. Resaltaría aquí dos lineas como aporte personal para orientar la exploración.
Primero, si miramos desde un poco más arriba, el mapa nos muestra que dos procesos democrático-populares en Argentina y Brasil – podríamos agregar Venezuela y otros países latinoamericanos – se han derrumbado por una doble vía de ofensiva desestabilizadora y de vulnerabilidades internas. Desde el año 2002, de modo semejante a la ofensiva ideológica que se había emprendida para debilitar el bloque comunista en base a los derechos humanos (a partir de 1975), la diplomacia de los Estados Unidos viene diseñando una acción de perturbación apuntando a realinear el continente con los intereses de Washington. Esta acción indirecta subyace sobre una cooperación judicial, económica, de inteligencia y por parte militar, teniendo su efecto más eficiente alrededor de la lucha judicial anticorrupción (Lava Jato en Brasil, Odebrecht…etc). En nombre de la defensa del Estado de derecho y de la amenaza de la corrupción, el objetivo es debilitar a los regímenes políticos de la “ola rosa” en Latinoamérica que habían provocado en los quince últimos años una relativa ruptura con la órbita de la influencia de la potencia norteamericana.
Si el resultado táctico de esta ofensiva puede resultar inédito, no quita que al igual que otros antecedentes tales como el Mani Pulite en Italia, las consecuencias han resultado ser mucho más complejas y adversas. En la práctica, Silvio Berlusconi, uno de los dirigentes más corruptos de Italia, sucedió al caserío judicial del Mani Pulite que hundió a la centro-izquierda en 1992. En Brasil, personalidades reaccionarias y dudosas como Jair Bolsonaro y el grupo político que impulso el golpe parlamentario a la ex-presidenta Dilma Roussef, ocupan el frente de la escena. Cambiemos en Argentina instrumentaliza parte del poder judicial para debilitar a la oposición política y poner el Estado al servicio de los intereses financieros. Sin mencionar la caída de confianza vinculada a la fusión de los intereses públicos y privados cuando quedan expuestos los casos de abuso corporativo. Más allá del efecto alcanzado y de la ilusión de potencia que esto puede connotar, es importante precisar que esta nueva estrategia de perturbación refleja ante todo una debilidad de las élites políticas del imperium estadounidense para concebir un conjunto hemisférico geopolíticamente estable. Como en otras partes del planeta, los Estados Unidos son hoy en día capaces de debilitar proyectos políticos, pero mucho menos de ganar conflictos irregulares y substituir regímenes políticos.
Hablar de vulnerabilidades internas no significa subestimar la violencia destituyente de una parte de las élites apátridas de Argentina y Brasil, ni la calidad de las transformaciones que han sido efectivas en los ciclos anteriores. Más allá del maniqueísmo actual, la cuestión es sobre todo visualizar que dadas las reglas del juego vigentes en el concierto de países emergentes, muy raramente faltan vectores externos de desestabilizaciones o contradicciones internas obstaculizando su desarrollo nacional. Las relaciones de poder siguen siendo una regla principal en el espacio nacional y transnacional. En la práctica, estos factores externos, aún más efectivos para los países dependientes y en la órbita de influencia de las grandes potencias (esto vale también para China), sirven de substituto, tanto a la derecha como la izquierda, para evacuar las contradicciones internas e incluso evitar de enfrentarlas. Los últimos quince años probablemente hicieron bajar la guardia a aquellos que defienden la causa patriótica, creyendo de algún modo que se había salido de la constante y dura necesidad de lucha nacional. En este sentido, la actual polarización local y regional entre bloques populares y liberales no ayuda mucho para descongestionar las interpretaciones ideológicas e ir más a fondo en estas cuestiones estructurales.
A modo de ejemplo, en el seno de los países del G20 ampliado, África del Sur con la salida reciente del presidente Zuma, Corea del Sur con el impeachment de la presidenta Park Geun-Hye, Nigeria (crisis humanitaria en la primera economía de África con 70% de su población en situación de pobreza), también Turquía han ido enfrentando recientemente profundas crisis. Éstas se encuentran vinculadas en primer lugar al desfasaje de sus élites políticas, a las pujas dentro de su consolidación nacional o de su modernización para impulsar el crecimiento en el marco del capitalismo global. Remiten esencialmente a desafíos inherentes a su propia transformación. La historia enseña también que estas convulsiones llevan a enfrentar nuevas decisiones – aunque no siempre – y operar saltos en la conciencia nacional más potentes que cualquier actualización constitucional.
Volviendo al caso argentino, cualquier sea el método altamente cuestionable de Cambiemos y la valentía de las movilizaciones sociales y de la oposición política, la resultante del ciclo actual va dejando un paisaje tan polarizado como empobrecido económica, institucional y políticamente. “Está fracasando un proyecto de país bajo el impulso de una alianza anarconeoliberal” remarca Silvina Batakis1. De ahí se desprenden una serie de cuestiones de fondo. ¿Cómo contrarrestar la ofensiva comunicacional que trata de legitimar la austeridad y la “reorganización neoliberal” encubierta por la modernización y lucha anticorrupción? ¿Cómo encauzar positivamente las luchas sociales, la desilusión y el resentimiento hacia una opción política capaz de romper con el régimen actual? Más en el mediano plazo ¿cómo estabilizar el rumbo nacional y renovar las formas institucionales para disciplinar o contener los abusos de poder cuando las leyes y la democracia no alcanzan y son despreciados por parte de la cultura política local?
Para resaltar la última perspectiva, retomo lo que el economista Gonzalo Guilardes resumía el 17 de agosto en el diario El Cronista: “la única alternativa al ajuste en marcha es lograr de una vez y para los treinta años un acuerdo económico, político y social que defina un rumbo de mediano plazo que nos permita salir del movimiento pendular que caracteriza la resolución de las crisis de balance de pagos de nuestro país”. Es decir rearmar una visión estratégica para el desarrollo nacional, sumando a la luz de los argumentos anteriores que es necesario renovar la lectura de las relaciones de fuerza, de la conformación de bloques y alianzas políticas. Estos temas atraviesan todos los debates a nivel regional sobre los procesos populares. Remite evidentemente al rol central de los dirigentes políticos. Pero dentro de una democracia liberal que tiende a fabricar representaciones en media tinta debido a la polarización de la opinión pública (ver por ejemplo el caso brasileño rumbo a la elección de octubre 2018), esto remite más ampliamente a construir una mayor movilidad conceptual, así como también entre bases sociales, estructuras y conducción política.
Una segunda perspectiva tiene que ver con actualizar la forma de poner la comunicación social al servicio de la agenda política en el contexto actual. Si es indiscutible la ofensiva discursiva de Cambiemos desde los títulos principales de los noticieros hasta las usinas de trolls y el periodismo ideológico, no quita que su promesa “mitrista” y modernizadora había logrado imponerse en las narrativas electorales del 2015. Los que recorren los barrios humildes saben que su mensaje caló en el imaginario y que la comunicación dogmática relativamente practicada por las agrupaciones políticas, sumada al efecto de desgaste de doce años de gestión, no ha sido la más adecuada. Sin embargo, más allá del nivel de mentira posterior a fines de 2015 (Trump y muchos otros experimentan lo mismo en otras latitudes), este discurso logró interpretar un sentimiento social difuso y sedujo un segmento policlasista de la sociedad. En efecto, entre un discurso valorizando con mediana intensidad la democracia y los derechos conquistados por un lado y la promesa de ir por más hacia una nueva etapa de modernización por otro lado ¿cuál ha tenido más poder de motivación? Manifiestamente lo segundo y es un dato importante para pensar vías de movilización de los imaginarios en la intensa disputa de sentidos en la cual nos encontramos. El bloque Cambiemos está cayendo (probablemente no exactamente ahora) debido a su balance económico y con ello el supuesto mito de conducir una nueva etapa. Pero es necesario trabajar este dato del imaginario para no dejar proliferar resentimientos reaccionarios y enfrentar contradicciones.
Finalmente, como comunicadores cabe interrogarnos un instante acerca del patrón informativo que usamos para abordar estos temas. Muchas veces se reproduce un esquema basado en la lógica de prensa, la inmediatez, lo emocional y muchas veces también lo ideológico, dejando al margen otro tipo de modalidad para comprender más en profundidad el momento actual. Parte de nuestra comunicación militante abraza a veces este patrón, con actitudes de estigmatización, de victimización o culpabilización, inclusive de reproducción de propaganda propia, cualquier sea el color partidario. Puede ser entendible dadas las urgencias actuales. Pero si bien el vigor ideológico es esencial para promover cualquier proyecto político, ésta dejar de ser un elemento dinámico cuando impide percibir la realidad o dialogar con el otro. La crisis actual requiere ponerse más seriamente frente al espejo y tratar de abordar una veracidad que es por definición más compleja de trabajar cuando hay mayor polarización social. El miedo y el odio contribuyen por parte a eludir este esfuerzo.
En enero 2018, el centro científico Pew Research Center2 publicó un estudio sobre la credibilidad de los sistemas de medios en 38 países del planeta, incluyendo a América Latina. El estudio evidencia que la confianza de los argentinos en sus medios es entre las más bajas a nivel global y que esta desconfianza crece proporcionalmente al grado de educación de la población. A mayor grado de formación, mayor capacidad crítica y mayor demanda de medios de calidad. El estudio indica justamente que hay una demanda favorable a un periodismo capaz de abordar los temas políticos con un enfoque menos tendencioso y sesgado. De hecho, los altos rating de C5N, El Destape, Tiempo Argentino, por citar solamente algunos ellos, reflejan probablemente esta demanda. Es de felicitarse también que un periodismo combativo de investigación pueda mantenerse pese a las persecuciones actuales.
De alguna manera, las urgencias actuales plantean aún más el desafío de poder elevar la sociedad argentina hacia un mayor nivel de comprensión de los retos y de su itinerario histórico. Es válido también para muchas sociedades donde se requieren a la vez mayor movilidad intelectual, capacidad de adaptación y coraje para enfrentar cuestiones siempre difíciles de tratar debido al peso de las opiniones públicas y la incertidumbre del escenario internacional. En vez de intensificar los flujos informativos de noticias, tendríamos que desarrollar mayor niveles de análisis para tratar de “salir de la insignificancia3” y evacuar las emociones de la ecuación. Algunos próceres dirigentes, intelectuales o periodistas demostraron que es posible, busquemos las alianzas…
- https://twitter.com/sbatakis/status/1035179278990811138
- http://assets.pewresearch.org/wp-content/uploads/sites/2/2018/01/09131309/Publics-Globally-Want-Unbiased-News-Coverage-but-Are-Divided-on-Whether-Their-News-Media-Deliver_Full-Report-and-Topline-UPDATED.pdf
- Parafraseando al filósofo Cornelius Castoriadis.