Esta pregunta puede parecer demasiado amplia o ambiciosa para ser abordada en este breve ensayo. Sin embargo, por breve o incompleto que sea el análisis, en tiempos de hiperconectividad, es importante explorar esta cuestión candente. En una época de información masiva, las opiniones públicas y los imaginarios sociales tienen un impacto sobre el sentimiento y la gobernanza globales, como consecuencia de su creciente interdependencia. Es casi imposible comprender los fenómenos nacionales y las relaciones internacionales sin tener en cuenta el ámbito de la opinión pública—incluso en regímenes dictatoriales o autoritarios—y la arquitectura que la configura. Recíprocamente, la transición actual del mundo conduce hacia un nuevo orden de la información que va más allá de las frágiles reglas del marco multilateral. Esta situación significa que los ciudadanos, los comunicadores y los medios tienen nuevas responsabilidades y nuevas batallas por librar.
Desde el siglo XIX, la democracia, el nacionalismo moderno y la comunicación han ido convergiendo. Esencialmente, la comunicación generalizada, combinada con el surgimiento de los nacionalismos, ha transformado las opiniones públicas de manera radical. El alcance desde la predicción de Gustave Le Bon en La era de las multitudes, a fines del siglo XIX, hasta la obra contemporánea de Dominique Moïsi, La geopolítica de las emociones, ofrece un interesante marco temporal para esta evolución estructural y su conexión con la política. Le Bon y Moïsi describen de qué manera el surgimiento del nacionalismo y la democracia sembraron las semillas de la manipulación de las masas. Esta última salió del campo de los medios políticos para convertirse en un objetivo de la política en sí mismo, tratando de conquistar las mentes de las personas a través de la persuasión mediada. Incluso las dictaduras actuales, a diferencia de las del pasado que podían negar la opinión de sus sujetos, necesitan conquistar la opinión pública a través de narrativas nacionalistas, religiosas o progresistas.
En este contexto, es útil recordar que, además de los períodos bien conocidos de manipulación masiva, como en Italia o Alemania durante sus períodos ultranacionalistas, o durante la historia de la Unión Soviética y la Guerra Fría, las campañas de persuasión masiva más efectivas han ocurrido en las democracias, especialmente en Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial. Según el geoestratega Gérard Chaliand, casi todo lo que se inventó durante este período inspiró lo que luego se implementó en tiempos de paz1. Curiosamente, este hecho no parece haber persistido en la memoria. Cuarenta años después de la Segunda Guerra Mundial y justo después de la intensa propaganda de la Guerra Fría, muchos periodistas occidentales se sorprendieron durante la Primera Guerra del Golfo (1990-1991) al descubrir que Irak no era el único antagonista que usaba propaganda. Al igual que muchos otros conflictos, la situación actual en Siria2 ve estos métodos actualizarse con nuevas modalidades en red de manipulación psicológica desde el nivel local hasta el global. En la práctica, la comunicación y la información continúan sirviendo como armas, estrechamente ligadas a la confrontación y los intereses. En este sentido, es probable que esto sea solo el comienzo de un nuevo estado de cosas.
El énfasis en este tema no debe llevarnos a generalizar excesivamente en la manipulación masiva. Nuestra principal intención es señalar la importancia de las dimensiones sociales y psicológicas que ahora están mucho más integradas con otras dinámicas, dentro y entre las sociedades. Por un lado, es más que evidente que en todo el mundo el control sobre los medios y los periodistas ha aumentado, en paralelo con la concentración económica de los medios y una erosión de la libertad de expresión3. Mucho más allá del débil marco regulatorio para las comunicaciones que existe a nivel nacional e internacional, no parece que mucho haya cambiado desde las propuestas “no alineadas” para un nuevo orden mundial de la información4 sugerido por la Comisión MacBride en los años ochenta. Por otra parte, se observa que todo evento o problema significativo en juego a escala internacional o local es ahora inseparable de una inversión más fuerte en persuasión psicocognitiva. Pensemos en las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos, o los recientes referendos en Gran Bretaña (Brexit), Bolivia, Cataluña, el referéndum sobre las cuotas de inmigrantes en Hungría o la intensidad de los lobbies industriales en el debate global sobre temas como el cambio climático. La persuasión política convencional requiere más inversión en los medios y manipulación psicológica5. A este fenómeno a menudo se lo llama “guerra psicológica”, y es librada en el ámbito de la información y los medios de comunicación, tanto en tiempos de guerra como de paz. Pero relativicemos un poco este término para enfocarnos más en los fenómenos subyacentes.
Debido a estos cambios importantes en la esfera sociopolítica, es importante considerar dos hechos significativos para los comunicadores. En primer lugar, a medida que el imaginario social y las cuestiones psicológicas se integraban más profundamente en el ámbito político, se ha reconformado parte de su modus operandi. El populismo reaccionario o la toma de decisiones basada en las emociones, combinados con expresiones psicoemocionales, una obsesión por las encuestas de opinión, los principios morales y el pragmatismo de la realpolitik, conforman una tendencia en la manera en que los líderes manejan los asuntos globales y nacionales. El resentimiento, los rencores, la venganza, el odio, pero también la victimización y el culpar a otros se entrelazan cada vez más con las actitudes políticas, tanto en el Norte como en el Sur. En el pasado, cuando la diplomacia post westfaliana era más un asunto confidencial, en cierta medida las pasiones se excluían de la ecuación política. Pero esto ya no es así y las relaciones internacionales están muy influenciadas por los estados de ánimo y las opiniones. En muchos aspectos, los líderes políticos ahora se sirven de estas nuevas circunstancias para su beneficio. Las actitudes hacia los migrantes y los refugiados son hoy en día la parte más visible de este iceberg. En otra área, la reacción irracional de los Estados Unidos después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando la superpotencia estadounidense tuvo que enfrentar a la vez el shock psicológico masivo y su propia ingenuidad para comprender la complejidad de la escena internacional, llevó a un completo fiasco en Medio Oriente. El terrorismo moderno actualmente está convirtiendo el campo psicológico en un arma con métodos eficientes e inteligencia.
Otro aspecto importante es que las opiniones públicas y las ideologías occidentales se han vuelto más vulnerables, reticentes y débiles. En los últimos cuarenta años, las actitudes hacia la violencia, la diversidad social y las transformaciones políticas han cambiado profundamente, en especial en aquellas sociedades que vienen de un período de estabilidad y prosperidad. Un ejemplo de esto es la creciente sensación de miedo, acompañada de escepticismo hacia la ciencia, los medios, las narrativas dominantes y las instituciones políticas. Las consecuencias de este cambio de estado de ánimo, difícil de imaginar hace solo medio siglo cuando la América del Norte y la Europa imperiales estaban convencidas de su superioridad sobre otras sociedades, incluyen crisis de identidad, dificultades para involucrarse en cambios políticos más profundos y el surgimiento de una nueva política radical (incluido Donald Trump) y el desafío de la guerra irregular6. Las “energías” psicológicas y las motivaciones son diferentes en muchas sociedades del Sur global. Esta nueva ecuación entre la geopolítica, la manipulación del pensamiento y la comunicación generalizada es un aspecto central de nuestro tiempo. Y la revolución de la tecnología de la información moderna no es tanto una causa como una nueva condición que interactúa con esta evolución a largo plazo y la acelera.
¿Hacia qué tipo de arquitectura mundial nos dirigimos? Esta es ciertamente otra pregunta ambiciosa, muy relacionada con lo anterior y que solo reseñaremos aquí de forma breve, en la medida que se refiere al tema principal de este artículo. Básicamente, un nuevo período histórico está en marcha, arrastrando con él a las dos principales fuerzas motrices heredadas de los últimos siglos, el nacionalismo y la modernidad, en un equilibrio cambiante de las potencias globales. El gran boom europeo, desde el siglo XV hasta su apogeo colonial a principios del siglo XX, colocó a estas dos fuerzas motrices en el centro del sistema internacional. Su asimilación a través de la Revolución Industrial, pero incluyendo también los conceptos de República, Estado-Nación, partido político, democracia, racionalidad crítica y derechos humanos, fue cuestión central en la independencia de varios países. Pero estos conceptos todavía son muy nuevos para las sociedades que provienen de otros orígenes políticos. En la práctica, muchas crisis mundiales aún se deben a las dificultades que algunas sociedades tienen para actualizar su propia estructura a este sistema globalizado moderno y la necesidad de lidiar con formas persistentes de dominación en la escena internacional, como el neocolonialismo. Un ejemplo es el creciente antagonismo entre los “ganadores” locales que se insertaron en la economía global y los “perdedores” que quedan al margen del mercado. Lo mismo puede decirse de la brecha entre identidad nacional y diversidad cultural (migrantes, minorías), entre población urbana y rural, entre las perspectivas nacionales y las realidades globales que han reconfigurado profundamente las clases sociales y los partidos políticos en las últimas cuatro décadas. En este sentido, a veces se exagera el lugar del capitalismo hegemónico en estas crisis. Desde luego, esto último genera muchas contradicciones, pero los líderes políticos han tenido históricamente un rol crucial, rodeados de una élite nacional cohesionada, en la movilización de sus sociedades hacia la modernización.
Un factor constante de las relaciones transnacionales es que la geopolítica sigue siendo el resultado de un flujo permanente de intereses comunes y divergentes, manejados por relaciones fluctuantes de poder. Medio siglo después de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de la aparición de fenómenos transnacionales y una cultura de política global orientada a los bienes comunes y los derechos humanos, no se han creado organizaciones supranacionales congruentes que gobiernen por encima de las soberanías nacionales a nivel jurídico y político. En general, se ha continuado con las estrategias indirectas de los conflictos y la diplomacia (en términos económicos, psicológicos y políticos y en espacios comunes), mientras que han disminuido los conflictos directos entre estados nacionales. En la práctica, la imposibilidad de reformar a la encomiable Organización de las Naciones Unidas y el fracaso de los actores hegemónicos, como los Estados Unidos de la posguerra, a la hora de abordar las cuestiones globales más allá de su propia visión o “instinto imperialista” son dos de las principales razones por las que no se ha implementado un sistema de gobernanza cooperativa que sea apropiado para el nivel de interdependencias globales. Al margen de los discursos y la normativa de derechos humanos, el sistema internacional sigue siendo contradictorio, anárquico y cínico. ¿Es necesario recordar que los derechos humanos fueron explotados para poner en práctica la primera ofensiva ideológica contra la URSS al comienzo de la Guerra Fría? Los hechos muestran que no es una preocupación fundamental de los países occidentales que las regiones defiendan sus propios intereses. Pensemos en Ruanda, Congo, Kurdistán y otras minorías, o hasta cierto punto en Siria. En este sistema internacional cambiante, nuevas cuestiones como el cambio climático, el terrorismo global y los flujos de capitales transnacionales aportan un nuevo nivel de complejidad a la agenda mundial, yendo mucho más allá de la mera suma de los poderes nacionales y corporativos. Las sociedades civiles desempeñan un rol cada vez mayor, pero sin llegar a ser un actor supranacional organizado en torno a ideologías y objetivos comunes. Por supuesto, se puede ver un gran progreso social7, el cual no debe ser ignorado. ¿Qué perspectiva emerge de estas tendencias globales? En resumen, una reconfiguración geopolítica, que pasa de ser un modelo impuesto (debido a los resultados de conflictos previos) y relativamente estable, unipolar e interestatal, a uno más complejo y multipolar.
La existencia de un sistema pre-multipolar a priori debe ser celebrada. La autonomía nacional y la independencia poscolonial continúan extendiéndose desde la década de 1950. El crecimiento económico en los países emergentes, en función de su capacidad para modernizar y construir un “capitalismo de estado”, se ha convertido en una forma segura de recobrar el poder y recuperarse de la humillación del pasado. Primero Asia, luego América Latina y África surgieron de esta manera, a menudo priorizando el crecimiento por encima de los derechos humanos. Pero mientras el centro de gravedad geopolítico migra al Sur global (en 2020, el 85 % de la población mundial vivirá en el Sur global), la connivencia oligárquica y la gobernanza a medias siguen caracterizando la lógica profunda de la política mundial actual. Si bien la asimetría de los poderes geopolíticos disminuye gradualmente entre los Estados Unidos y los principales países emergentes, China, India o Rusia aún son ajenos a este proceso, sin poder modificar las reglas de la gobernanza mundial. En el marco multilateral, que se ha debilitado, pero está lejos de ser caduco, cuestiones como el cambio climático, la seguridad colectiva, la migración, la estabilidad financiera y las inequidades sociales solo se abordan en líneas generales. En la práctica, estas cuestiones ya están creando graves crisis y desestabilización. Lo mismo ocurre con las telecomunicaciones y el ciberespacio, donde los estados y las empresas privadas han obtenido el control de la infraestructura común. En este contexto, en ausencia de un nuevo marco regulatorio, la inestabilidad y la complejidad se convierten en dos variables principales del sistema internacional. Zbigniew Brzezinski señaló acertadamente que, sin una base geopolítica estable, cualquier esfuerzo para promover la cooperación internacional está condenado al fracaso8. Esto puede explicar hasta cierto punto por qué amainaron los vientos de esperanza que comenzaron a soplar en la década de 1990 en torno a una cultura multilateral más fuerte, en particular desde 2001. Se deben mantener dos perspectivas centrales: primero, que el mundo es cada vez más volátil y debe estabilizarse; y segundo, que la arquitectura internacional debe ser reformada para abordar el nuevo nivel de interdependencias globales.
Si nos desviamos de los temas anteriores es fundamentalmente porque ofrecen un marco más holístico y político para abordar la cuestión de la comunicación. Si bien la comunicación y la información siempre van de la mano con la idea de la emancipación humana, también se han vuelto más ambivalentes socialmente, estrujadas en esta realidad internacional. Una cosa es analizar la comunicación desde una base epistemológica, que es necesaria, como veremos a continuación, y otra es comprender cómo la información y la comunicación se entrelazan con todas las capas de poder en un contexto de conectividad generalizada. En la práctica, muchos de los problemas que han surgido recientemente se reflejan en el ámbito de la comunicación y los medios. Por un lado, el aumento de las interdependencias informacionales, en un contexto de falta de regulación, genera mayores vulnerabilidades, capturas corporativas y desconfianza, mientras que una inclinación tecnoideológica y monopólica ha ganado terreno sobre la arquitectura de la comunicación debido a las nuevas tecnologías y las convergencias financieras y, por otro lado, una configuración multipolar se ha puesto en marcha en los medios. Mientras los medios de comunicación occidentales siguen proselitándose, nuevos actores—especialmente India, China, Qatar, Arabia Saudita y Rusia—han aprovechado el potencial de la globalización digital y han emergido para desafiar la hegemonía estadounidense y prefigurar un orden de información multipolar9. Desde luego, esta disputa multipolar, como nuevo terreno de confrontación contrahegemónica e ideológica, no es en realidad sinónimo de un nuevo orden de información democrática.
Este anclaje a la política del poder nos lleva a la cuestión estructural del lugar central que la ciencia y la tecnología tienen en la economía actual. En casi todas partes, las tecnologías, los mercados y la ciencia se han desarrollado mucho más rápido que la ética, los sistemas de pensamiento y las regulaciones, lo que ha hecho que los propósitos y medios políticos se reviertan10. Los sistemas de comunicación no son una excepción a este retraso fundamental. En las últimas décadas, han sido moldeados por la globalización liberal exhibiendo su mercantilización, concentración y desregulación, uniformidad, erosión de la diversidad, financiarización, velocidad e inmediatez, sobrecarga de información, enfoques tecnocéntricos, etc11. Los sesgos ideológicos de este marco en presencia de una ciberesfera galopante han generado síntomas como las burbujas cognitivas12, la desinformación y otras formas que amplifican las líneas rotas de las sociedades modernas. En los medios dominantes, el interés por obtener ganancias es a menudo el que dirige las consideraciones editoriales en un contexto más amplio de turbulencia económica. Las redes de extremo a extremo que transportan información digital generan monopolios sin precedentes, contribuyendo en última instancia a la erosión de la libertad de expresión, la confusión y la mala comunicación. En resumen, las cosas se desarrollan como si la naturaleza de las herramientas económicas, las redes, los protocolos y los dispositivos se tornaran autorreferenciales y evolucionaran por separado de los valores sociales.
En este sentido, es interesante observar que los medios y la comunicación interactúan estrechamente con los sistemas tradicionales—los mitos, las creencias y la religión—que aún dan sentido a las sociedades. La llamada era de la “posverdad” demuestra una vez más que la distinción entre poder, creencias e información es muy porosa. El historiador Yuval Noah Harari señala que “los humanos prefieren el poder a la verdad y pasan mucho más tiempo tratando de controlar el mundo que tratando de comprenderlo.”13 ¿Los tiempos actuales de sobrecarga de información son propicios para abrazar la realidad en lugar de los mitos o el poder? ¿Hay signos de renovación en los imaginarios políticos dominantes y en la opinión pública, en particular con respecto a los asuntos mundiales? Nada podría ser menos cierto. En la práctica, aun cuando realmente existen medios e investigaciones serias, solo unos pocos trabajan efectivamente para preparar a la opinión pública en los asuntos mundiales. Debería recordarse también que una comprensión más honesta y realista de las sociedades en el Sur global es algo bastante reciente en los países occidentales. El lenguaje utilizado en los medios14, que con frecuencia prioriza las visiones nacionales y los enfoques centrados en los acontecimientos, no logra comprender las realidades complejas en profundidad. Una vez más, un indicador preciso podría ser la brecha de percepción con respecto a los problemas migratorios entre las democracias antiguas y las nuevas. En general, parece ser que la mayor complejidad de los fenómenos globales crea más restricciones para hacer frente a las realidades, incluso en un sistema de información más globalizado. Dependiendo de los problemas y las sociedades en cuestión, a menudo los hechos se discuten, se niegan y se explotan a través de la ignorancia, las ideologías y los dogmatismos, en lugar de considerar los sesgos y los errores. Rara vez se abordan las causas y los problemas de raíz. La dualidad blanco y negro de los grupos radicales de izquierda y derecha alimenta esta tendencia. Este patrón general se amplifica aún más en un contexto de crisis política, donde las opiniones nacionales se tornan más defensivas, como en los Estados Unidos, en la Unión Europea después de la crisis financiera de 2007 o el caso del Brexit (aunque varios países de la zona euro exhiben un conocimiento congruente de los asuntos regionales), y también en América Latina, con la ofensiva conjetural y la polarización de la derecha conservadora.
Una vez más, deberíamos tener cuidado de no generalizar tales conclusiones cuando el contexto es tan diverso. Aquí, la idea es enfocarse fundamentalmente en la comunicación en su dimensión transversal, como interfaz entre las opiniones públicas y la dinámica sociopolítica. En esencia, como un vector institucionalizado o informal del significado, y el conocimiento, los medios y los procesos de la comunicación son parte del problema al imaginar transformaciones sociales en el mediano y largo plazo. Cuanto más evitan dar una reflexión más clara de lo que está en juego a nivel nacional e internacional, más alimentan la barrera perceptiva y la desconfianza de su propia legitimidad. Según una encuesta de 201815, realizada en 38 países, la opinión pública está abrumadoramente de acuerdo en que los medios de noticias deben ser imparciales en la cobertura de los temas políticos. Este es un hallazgo tranquilizador. No obstante, solo el 52 % dice que los medios de noticias en su país hacen un buen trabajo informando sobre asuntos políticos imparcialmente. La gente en el África subsahariana y la región de Asia-Pacífico está más satisfecha con sus medios de noticias, mientras que los latinoamericanos son los más críticos. De hecho, una desafección significativa y un creciente escepticismo afectan a los medios dominantes, no solo en cuestiones globales.
Además de los sesgos de información mencionados, todas estas tendencias contribuyen a poner los valores fundamentales y la dimensión política a la vanguardia. ¿Qué objetivos enmarcan los sistemas de comunicación e información? ¿Cuál es el propósito de tanto flujo de información? ¿Qué comunicación se necesita? ¿Cuál es el nuevo rol de la información y la comunicación en la sociedad? En muchos sentidos, la conectividad generalizada lleva a retornar al significado por la “puerta trasera” a muchos comunicadores y ciudadanos preocupados por el divorcio entre los medios, el conocimiento y la acción política. En la práctica, esta voluntad de volver a apropiarse o resignificar la comunicación se torna visible cuando se participa en debates sobre el cambio climático, el feminismo, los conflictos, las luchas sociales o cualquier transformación social que involucra un cambio cultural. En torno a todos estos temas, las estrategias de comunicación se manejan como una palanca central, yendo mucho más allá de la esfera de los medios.
Esto último es una oportunidad para delinear algunas perspectivas contenidas en nuestra pregunta inicial. Como sucede con otras luchas sociales, estas perspectivas no deben considerarse de una manera teórica o abstracta (aunque esto es necesario), sino principalmente en un contexto de transformación aquí y ahora, donde los conflictos y las acciones específicas pueden ayudar a alcanzar nuevos horizontes. En primer lugar, es importante aprovechar la oportunidad para volver a apropiarse y resignificar la comunicación en este nuevo contexto político y en el esfuerzo a largo plazo. Debe tenerse en cuenta que la comunicación es un campo a la vez vasto y flexible, que incluye muchos dominios y prácticas con su propia lógica y forma de evolución. Pero como puede observarse en otras áreas estratégicas, surgen nuevas metaperspectivas o modelos más allá del positivismo científico. Es imperativo considerar estas perspectivas como un todo, como sugiere el investigador de la comunicación Dominique Wolton16. Por un lado, el progreso de los mercados y las tecnologías ha ampliado las posibilidades de comunicar (así como de comunicar mal). El derecho a comunicarse emerge implícitamente (a veces explícitamente en textos constitucionales), como un reflejo de la posibilidad para todos de acceder y practicar la comunicación moderna. Por otra parte, se ha demorado o incluso sustituido el esfuerzo por renovar el marco conceptual de la comunicación en un momento de creciente intersocialidad. De esta manera, la comunicación debe situarse por encima de los procesos económicos y técnicos, como una construcción sociopolítica y un poder para construir colectivamente. Esto enfatiza un enfoque de comunicación más orientado hacia lo social, donde los contextos, las situaciones, los antecedentes culturales y los patrones relacionales se convierten en variables centrales. Comunicar no es sinónimo de informar, ni es una transmisión lineal entre personas o grupos. Es un proceso de negociación de conflictos, que involucra contextos sociales, circunstancias y una diversidad de identidades, sujetos e interpretaciones.
Este primer replanteamiento de la comunicación tiene consecuencias importantes. Implica repensar la temporalidad, hoy en día polarizada en torno a la velocidad de transmisión de la información, y respetar los ciclos de aprendizaje social. También significa repensar el pluralismo y la diversidad, las ideologías centradas en la tecnología, las mediaciones, las normas y las regulaciones (para cada dominio de la comunicación). En segundo plano, las interdependencias generadas por una comunicación generalizada empujan hacia una nueva institucionalización en los sistemas políticos. Como dijimos, la comunicación se convirtió en una modalidad de relaciones sociales y políticas. De manera similar a los poderes legislativo o judicial, la importancia del ámbito de la comunicación mejora la arquitectura institucional con una definición más avanzada de funciones, dominios, modelos de gobernanza y recursos de comunicación, yendo más allá de los patrones de información dirigidos por el mercado. De hecho, probablemente solo estemos al comienzo de este debate con la regulación de los datos, la tributación de los servicios digitales, las convergencias multimedios, la regulación de los monopolios, etc. Estas perspectivas son inseparables de los estándares existentes de derechos humanos. Pero está en juego una nueva arquitectura de gobernanza de la información y la comunicación. Se requieren más detalles para alimentar estas propuestas, pero no es el propósito de este primer capítulo dar una respuesta exhaustiva a estas perspectivas iniciales. Nuestro objetivo aquí es reunir elementos dispares y dar una visión general.
Si la comunicación debe ser reformulada, se debe prestar especial atención a cómo la comunicación dominante es cuestionada y modificada aquí y ahora. ¿Qué luchas o prácticas específicas podrían llevar a nuevos marcos y paradigmas? Nuevamente, no hay una respuesta simple. Existe al menos una diversidad de innovaciones y resistencias en curso en todo tipo de régimen político. Paradójicamente, si bien una cierta cultura de “revolución permanente” podría llevar a pensar que la comunicación generalizada también puede empujar al sistema político a democratizarse, la realidad muestra una ecuación mucho más compleja. Existe una lucha constante para democratizar la comunicación y defender el derecho a comunicarse. Pero los estados y las instituciones nacionales todavía están aquí y básicamente determinan la geometría de la ciudadanía comunicacional, dependiendo de su ambición de democratizar y controlar. Hemos aprendido de las últimas tres décadas que esto no impide que la comunicación se generalice como un espacio común y una práctica social, en especial a través de la expansión de las herramientas modernas de la comunicación. Y tal como ocurre en otros espacios comunes, este punto mueve la discusión estratégicamente hacia la posibilidad de construir poder en la esfera de la comunicación.
Una ilustración de este poder para construir colectivamente es que, durante las últimas tres décadas, un gran número de comunicadores, investigadores, trabajadores de los medios y periodistas han construido nuevos tipos de alianzas en torno a los temas, dando forma a una agenda de comunicación progresiva a nivel mundial. El cambio climático y la transición sostenible, la integración regional y los movimientos sociales, la democracia y los derechos, el racismo y la islamofobia, el surgimiento de las ciencias y las tecnologías, la corrupción y la transparencia, la economía y las finanzas sociales, la inmigración y la movilidad, el género y el feminismo, la violencia y los conflictos, la tecnología y la soberanía digital, los derechos de comunicación y medios libres, las narrativas de conspiración y las noticias falsas aparecen entre los temas en los que la comunicación está estrechamente ligada a las luchas sociales. Los medios independientes y “libres” se propagan en un contexto de represión estatal más fuerte o captura por parte de los poderes corporativos. Estas redes y alianzas17 no dependen necesariamente de medios o estructuras institucionalizadas y se configuran de acuerdo a los temas, las ideologías, las regiones y las metodologías, organizándose a nivel nacional o transnacional, con un nivel de intensidad y profundidad muy variable. Aunque es ambicioso esperar que exhiban una coordinación congruente, dada la diversidad temática (excepto a nivel nacional), ellas configuran una multiplicidad de identidades y marcos, arraigados en fundamentos éticos y conceptuales. En este último caso18, la comunicación a menudo se da como un bien común o público y un proceso para aprovechar nuevas prácticas y la transformación del sistema. Además, los nuevos patrocinadores respaldan iniciativas para una esfera mediática investigativa e independiente. Es relevante que estas redes crezcan recíprocamente, empoderadas por otros movimientos y luchas políticas. Es el caso, por ejemplo, de los movimientos democráticos o ambientalistas, o de las movilizaciones religiosas o feministas.
Es probable que las luchas asimétricas por una “comunicación ciudadana” proliferen en un contexto de crecientes disputas de poder. Esta situación es similar a lo que está sucediendo en otros espacios comunes globales, ya sea la tierra, los espacios urbanos o el ciberespacio. Aquí también se intensifican las confrontaciones con las principales potencias. Es probable que nuevas crisis o escándalos en los ecosistemas de información creen nuevos conflictos y, por lo tanto, oportunidades para forjar nuevos caminos. Este es un argumento a favor de la construcción de una inteligencia estratégica adecuada para el ámbito de la comunicación y de estar preparados para presentar nuevas arquitecturas capaces de reemplazar las antiguas. Precisamente, en términos de inteligencia de las luchas asimétricas donde los débiles luchan contra los fuertes, el equilibrio de poder en el ámbito de la información y la comunicación tiene sus propias reglas y ecuaciones. Los jugadores grandes y monopolísticos no siempre son los más poderosos. Si bien los monopolios que controlan el contenido y la infraestructura son obviamente un obstáculo serio, en última instancia, son aliados clave para influir en las mentes. Pero en un mundo inundado de información irrelevante, es probable que otras variables se vuelvan poderosas. La claridad, la fiabilidad y la capacidad de innovar son tres ejemplos.
Claridad significa la inteligencia para comprender y estructurar una visión más profunda de las realidades. Analizando a su propia sociedad durante el período de liberación nacional, el distinguido revolucionario africano Amilcar Cabral sugirió que “debemos librar una batalla contra nosotros mismos para fomentar el conocimiento necesario para transformar la realidad.”19 Señaló el desafío, a menudo subestimado o ignorado por el sesgo ideológico, de dar un salto cualitativo en la relación entre las realidades, el conocimiento, la movilización de masas y la acción, como condición para que las relaciones de poder se desplacen en una confrontación asimétrica. Hoy, este tipo de claridad es necesaria para abarcar un conocimiento más profundo de los asuntos mundiales y nacionales, la diversidad de los fundamentos socioculturales e históricos de las sociedades y su relación con la globalización. De alguna manera, este esfuerzo por generar conocimiento en este nuevo período internacional podría compararse con el período de la posguerra, cuando el mundo occidental cambió toda su interpretación del mundo para finalmente dejar atrás la postura del colonialismo y la superioridad occidental. Por supuesto, este cambio estructural no fue el resultado de un mero movimiento de intelectuales de ambos lados, colonizado y colonizador. En cambio, resultó de una mezcla de conflictos, luchas políticas, revisiones críticas, procesos culturales y de comunicación, lo que llevó a un cuestionamiento completo de estas sociedades.
La fiabilidad conecta la idea de legitimidad, transparencia, seguridad, confianza y rigor con la producción de conocimiento e información. Implica procesos de mediación, hoy en crisis en la industria de las noticias debido a las formas de conectividad desreguladas. Esto también se refiere a mecanismos para clasificar las prácticas y los actores comunicacionales20. La capacidad de innovar culturalmente (y tecnológicamente) implica diferentes aspectos. Estados Unidos, como principal potencia tecnológica, lidera numerosas innovaciones en el campo de las comunicaciones electrónicas e Internet, aunque otras potencias ganan terreno en la industria electrónica. Para ilustrar su radiación cultural, Régis Debray destacó recientemente cómo toda Europa y América Latina han absorbido en parte la cultura estadounidense21. Pero como se mencionó anteriormente, las ideologías occidentales de alguna manera han disminuido y se han debilitado. Algunas potencias regionales, por ejemplo, en Medio Oriente, tienen una mejor comprensión de cómo explotar conflictos irregulares para beneficiar sus ambiciones, intereses regionales o hegemonía. En los países del Sur global, aunque el racismo y la segregación de clases son una barrera seria, el marco de las identidades es en general más flexible. Las luchas de los migrantes, los jóvenes y las mujeres generan sincretismo cultural, creando un cambio profundo en los patrones culturales de estas sociedades, inseparable de las nuevas formas de cosmopolitismo y comunicación cultural.
Los marcos organizacionales también son una dimensión clave en la capacidad de innovar. Los partidos políticos o de “vanguardia” a menudo se sienten abrumados cuando se amplían las divisiones ideológicas o locales. Es necesario diseñar nuevos marcos flexibles donde una pluralidad de innovaciones, identidades o movimientos sociales puedan converger hacia perspectivas comunes. El movimiento internacional en torno a los “bienes comunes”, como un paradigma que va más allá del mercado y la regulación estatal, es un ejemplo actual. El auge de los medios de comunicación libres en muchos lugares, con la coordinación local y, en ocasiones, con movimientos internacionales como la Carta Mundial de Medios Libres, es otro más. Implica una capacidad para aliarse con otras identidades políticas, para impulsarlas a través de la comunicación como un vector de transformación sociocultural.
Continuará en la parte II…
- Philip M. Taylor, Munitions of the Mind,1990 y British Propaganda in the First World War, 1982.
- The Atlantic, War Goes Viral. How social media is being weaponized across the world, 2016. https://www.theatlantic.com/magazine/archive/2016/11/war-goes-viral/501125/
- World Trends in Freedom of Expression and Media Development, UNESCO, 2017 https://en.unesco.org/world-media-trends-2017
- https://en.wikipedia.org/wiki/New_World_Information_and_Communication_Order
- Véase el interesante estudio Challenging Truth and Trust: A Global Inventory of Organized Social Media Manipulation, Oxford University, 2018 http://comprop.oii.ox.ac.uk/wp-content/uploads/sites/93/2018/07/ct2018.pdf
- Andrew Bacevich, The Limits of Power: the End of American Exceptionalism, 2008; Gérard Chaliand, Why we’ve stopped winning wars?, 2017. https://losing-wars.net
- El crecimiento del número de personas alfabetizadas, el desarrollo de la educación femenina, la duplicación de la esperanza de vida en los países del Sur, la reducción de los conflictos interestatales, etc. Es útil leer la perspectiva a largo plazo de Yuval Noah Arari, en Sapiens. A brief history of humankind, 2014.
- Zbigniew Brzezinski, Strategic Vision, 2012.
- Daya Thussu, A new global communication order for a multipolar world, 2018. https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/22041451.2018.1432988
- Conclusiones de la Asamblea Mundial de Ciudadanos, 2001, Lille, Francia. http://www.alliance21.org/lille/fr/resultats/docs/Esquisseagenda21es_mar02.pdf
- Como ejemplo, véase Laura Flanders, Next System Media: An Urgent Necessity, 2017. https://thenextsystem.org/learn/stories/next-system-media-urgent-necessity
- Debe equilibrarse con Social Media, Political Polarization and Political Disinformation: a Review of the Scientific Literature https://hewlett.org/wp-content/uploads/2018/03/Social-Media-Political-Polarization-and-Political-Disinformation-Literature-Review.pdf
- Yuval Noah Harari, 21 Lessons for the 21st Century, 2018.
- Carta Mundial de Medios Libres, 2015. http://www.fmml.net/spip.php?article146
- Pew Research Center, Publics globally want unbiased but are divided on whether their news media deliver news coverage, 2018 http://assets.pewresearch.org/wp-content/uploads/sites/2/2018/01/09131309/Publics-Globally-Want-Unbiased-News-Coverage-but-Are-Divided-on-Whether-Their-News-Media-Deliver_Full-Report-and-Topline-UPDATED.pdf
- Dominique Wolton, Informer n’est pas communiquer, CNRS, Francia, 2009.
- Para mencionar solo algunas de las redes existentes: Alianza Internacional de Periodistas, Indymedia, Confederación de contenidos para una democracia mundial, Real Media (Reino Unido), Global Ground Media (Asia), In Depth News (Asia), Democracy Now (EE.UU.), Foro de Comunicación para la Integración (América Latina), Foro Mundial de Medios Libres, Centro de Comunicación para el Cambio Climático (China), Coordinación de Medios Libres (Francia), Red de Periodistas de Paz y Conflictos (Francia), Red Global de Periodismo de Investigación, First Look Media.
- Véase, por ejemplo, las cartas constitutivas de la Alianza Internacional de Periodistas, el Foro Mundial de Medios Libres o Other News.
- Amilcar Cabral, The Weapon of Theory, 1968.
- Por ejemplo, la Iniciativa de Periodismo de Confianza de Periodistas sin fronteras.
- Régis Debray, Civilisation. Comment nous sommes devenus américains, 2018.